Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 276-294), por Witness Lee

II. EN HECHOS

En este mensaje comenzaremos a considerar aspectos de la experiencia y disfrute de Cristo revelados en Hechos.

A. Experimentar y disfrutar a Cristo como:

1. Aquel que está en resurrección

Actualmente, Cristo está en resurrección. Un día Cristo, Aquel que ha existido desde la eternidad, se hizo un hombre mediante la encarnación. Después, Él fue crucificado y sepultado. Por medio de la muerte Él entró en otra esfera, la esfera de la resurrección. En Su existencia desde la eternidad, Cristo era Dios y estaba con Dios en la eternidad; mediante la encarnación, Él llegó a ser un hombre en la carne; después, mediante la crucifixión y la sepultura, Él entró en resurrección. El día de Su resurrección los ángeles les dijeron a las mujeres que no podrían hallar a Cristo en el sepulcro, pues Él había resucitado de los muertos (Lc. 24:1-6). Esto indica que Cristo está en resurrección.

En la actualidad Cristo es nuestro Salvador en resurrección, y el Espíritu es Cristo en resurrección (1 Co. 15:45). Después que Cristo fue resucitado, Él llegó a ser una persona íntegramente en resurrección. Hoy en día algunos cristianos conocen a Cristo en Su encarnación y en Su crucifixión; pero, al igual que Pablo, debemos tener la aspiración no solamente de conocer a Cristo en Su muerte sino, aún más, conocerle en Su resurrección (Fil. 3:10). Debemos conocerle en el poder, la esfera y el elemento de Su resurrección.

En Hechos 1:3 vemos que Cristo, Aquel que está en resurrección, se aparece a los discípulos y les habla de lo tocante al reino de Dios: “A quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles de lo tocante al reino de Dios”.

a. Se aparece a los discípulos

El Señor se presentó vivo para adiestrar a los discípulos a que vivieran en Su presencia invisible y la disfrutaran. En el Evangelio de Juan no se nos dice nada ni se percibe indicio alguno que haga suponer que el Señor dejó a los discípulos después de infundirse en ellos mediante Su soplo. En realidad, Él permaneció con ellos, a pesar de que ellos no estaban conscientes de Su presencia. Las apariciones posteriores del Señor ante ellos eran Sus manifestaciones. Antes de Su muerte, la presencia del Señor era visible en la carne. Después de Su resurrección, Su presencia era invisible en el Espíritu. Sus manifestaciones, o apariciones, después de Su resurrección tenían por finalidad adiestrar a los discípulos para que percibieran Su presencia invisible, la disfrutaran y practicaran estar en ella, puesto que Su presencia invisible está mucho más disponible y es más prevaleciente, preciosa, rica y real que Su presencia visible. La presencia invisible del Señor es simplemente el Espíritu en Su resurrección, a quien Él infundió en los discípulos mediante Su soplo y quien estaría con ellos todo el tiempo.

Después que el Señor se infundió en los discípulos al soplar en ellos, jamás los dejó en el aspecto esencial. Sin embargo, en el aspecto económico, Él habría de aparecer y desaparecer. El Señor, en el aspecto económico, aparecía y desaparecía a fin de adiestrar a los discípulos. Al referirnos a esto no debiéramos hablar de Su ida y venida, sino de Su aparición y desaparición. Los discípulos llegaron a acostumbrarse a la presencia visible de Cristo. Por tres años y medio Él había estado con ellos visiblemente en la carne. De improviso, Su presencia visible les fue quitada. Entonces el Señor regresó a los discípulos para infundirse en ellos mediante Su soplo. A partir de entonces la presencia del Señor con los discípulos se volvió invisible. Su presencia ya no era una presencia física, sino una presencia espiritual. Desde el momento en que Él se infundió como Espíritu en los discípulos mediante Su soplo el día de Su resurrección, el Cristo resucitado moraba en ellos. El hecho de que Él se les apareciera, como relata Hechos 1:3, no significaba que había dejado a los discípulos, sino que hizo visible Su presencia, adiestrándoles a que se dieran cuenta de Su presencia invisible y continuamente disfrutaran de ella.

Aunque la presencia espiritual del Señor es invisible, ella es más real y vital que Su presencia visible. La presencia visible del Señor involucraba los elementos propios del espacio y el tiempo; pero con Su presencia invisible no tenemos el elemento del espacio ni tampoco el elemento del tiempo. Su presencia invisible está en todo lugar. Dondequiera que estemos, la presencia invisible del Señor está con nosotros. En realidad, Su presencia invisible no está meramente con nosotros, sino que está dentro de nosotros. Cuando el Señor estaba con los discípulos en la carne, Su presencia estaba con ellos de manera externa y visible; pero después que Él se infundió en ellos como Espíritu vivificante, Su presencia se volvió interna e invisible.

Mediante tal presencia invisible, este Cristo invisible se convirtió en el elemento mismo de Sus discípulos y en la esencia de ellos. Él era uno con Sus discípulos en términos intrínsecos y esenciales, pero los discípulos no estaban acostumbrados a tal presencia invisible. Ellos estaban acostumbrados a las cosas visibles. A causa de la debilidad de ellos, el Señor se les aparecía y desaparecía a fin de adiestrarlos a percibir Su presencia invisible. Él quería que ellos supieran que aun cuando ellos no le veían ni sentían Su presencia, Él seguía estando con ellos todo el tiempo (Mt. 28:20). Su presencia siempre estuvo allí dentro de ellos; ella incluso había llegado a ser la esencia intrínseca de ellos y el pensamiento en ellos. En Gálatas 2:20 el apóstol Pablo dijo: “Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Ésta es la presencia invisible del Cristo pneumático.

En esos cuarenta días el Señor adiestró a los discípulos a que conocieran su nuevo ser, que conocieran que Su esencia había llegado a ser la esencia de ellos. Él les adiestró para que conocieran que Él había llegado a ser ellos, que Él había entrado en ellos y que Él los había introducido en Sí mismo. Además, los adiestró para que conocieran que Él estaba en el Padre, que ellos estaban en Él y que Él estaba en ellos (Jn. 14:20). Por último, esta clase de adiestramiento ayudó a los discípulos a darse cuenta de que ellos estaban mezclados con el Dios Triuno, que ellos ya no eran meramente humanos sino divinamente humanos, incluso “Jesusmente” humanos. Ellos ya no estaban separados del Dios Triuno, sino que ahora podían vivir una vida en la cual eran uno con el Dios Triuno procesado. Ellos ya no eran meramente hombres, sino Dios-hombres, hombres divinos, con el Dios Triuno como su esencia intrínseca para constituir el ser divino de ellos. El Señor les estaba adiestrando para que vivieran y se condujeran en esta vida y para que fueran cierta clase de persona en esta vida, esto es, personas divinas sobre esta tierra. El Señor creó el universo entero en seis días, pero dedicó cuarenta días para adiestrar a los discípulos. El adiestramiento de los discípulos fue una tarea mucho mayor que la creación del universo.

El Señor Jesús se apareció a los discípulos durante un período de cuarenta días. En la Biblia, cuarenta días es un período de aflicción y prueba (Dt. 9:9, 18; 1 R. 19:8). Cuando el Señor Jesús fue guiado por el Espíritu al desierto, donde sería tentado por el diablo, Él ayunó por cuarenta días y cuarenta noches (Mt. 4:1-2). Además, los hijos de Israel fueron puestos a prueba, educados, por Dios en el desierto durante cuarenta años. Por tanto, cuarenta es un número que denota ser examinado, ser probado, ser puesto a prueba y ser educado. En Hechos 1 el Señor apareció y desapareció por un período de cuarenta días a fin de probar y adiestrar a Sus discípulos.

(Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 276-294), capítulo 15, por Witness Lee)