La segunda etapa de la salvación completa de Dios, la etapa progresiva, es la etapa de la transformación. Esta etapa se compone de la libertad del pecado, la santificación, el crecimiento en vida, la transformación, la edificación y la madurez. En esta etapa, la santificación principalmente se refiere a la santificación en nuestra manera de ser, aunque todavía hay cierto grado de santificación en cuanto a posición. En esta etapa de transformación Dios nos libra del dominio del pecado que mora en nuestro ser —la ley del pecado y de la muerte— por la ley del Espíritu de vida mediante la eficacia de la muerte de Cristo que opera subjetivamente en nosotros (Ro. 6:6-7; 7:16-20; 8:2). En la segunda etapa Dios también nos santifica por Su Espíritu Santo (15:16), con Su naturaleza santa, mediante Su disciplina (He. 12:10) y Su juicio sobre Su propia casa. El elemento, la sustancia, que Dios usa para santificarnos es Su naturaleza santa.
En la etapa progresiva de la salvación, Dios también hace que crezcamos en Su vida (1 Co. 3:6-7). Él nos transforma por medio de que el Espíritu vivificante renueve las partes internas de nuestra alma (2 Co. 3:6, 17-18; Ro. 12:2; Ef. 4:23) mediante la cooperación de todas las cosas (Ro. 8:28). Además, Él nos edifica juntamente para que formemos una casa espiritual que sea Su morada (1 P. 2:5; Ef. 2:22) y Él hace que maduremos en Su vida (Ap. 14:5) para la culminación de Su plena salvación.
En la primera etapa de la salvación completa de Dios somos liberados de la condenación de Dios y de la perdición eterna. En la segunda etapa estamos siendo liberados del poder del pecado, del mundo, de la carne, del yo, del alma (la vida natural) y de ser individualistas. Por tanto, en esta etapa estamos en el proceso de ser liberados de muchas cosas negativas. La meta de esta liberación es que logremos alcanzar la madurez en la vida divina para el cumplimiento del propósito eterno de Dios.
Lo primero en la etapa progresiva de la salvación completa de Dios es experimentar y disfrutar al Dios Triuno en Su impartición triuna. Al final de la primera etapa hemos sido salvos y hemos terminado con el pasado, por lo cual estamos listos para avanzar en nuestra vida cristiana. Sin embargo, este avance no se realiza al hacer cosas, sino al experimentar y disfrutar lo que ya hemos recibido. En la etapa inicial de la salvación de Dios recibimos al Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu; y ahora estamos listos para avanzar al experimentar y disfrutar al Dios Triuno en Su impartición triuna. Desde el momento que fuimos salvos, el Dios Triuno ha estado impartiendo en nosotros Su ser con todos Sus elementos divinos a fin de que le experimentemos y disfrutemos.
En 2 Corintios 13:14 se nos habla claramente con respecto a experimentar y disfrutar al Dios Triuno: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Este versículo indica que experimentamos y disfrutamos a Dios el Padre en Su amor, a Cristo el Hijo en Su gracia y al Espíritu en Su comunión. La gracia del Señor es el Señor mismo dado a nosotros como vida para nuestro disfrute (Jn. 1:17; 1 Co. 15:10); el amor de Dios es Dios mismo (1 Jn. 4:8, 16) como fuente de la gracia del Señor; y la comunión del Espíritu Santo es el Espíritu mismo como transmisión de la gracia del Señor con el amor de Dios para nuestra experiencia y disfrute. El amor de Dios, esto es, el amor del Padre, es la fuente; la gracia de Cristo, esto es, la gracia del Hijo, es el fluir del amor del Padre; y la comunión del Espíritu Santo es el fluir a nuestro ser de la gracia del Hijo junto con el amor del Padre para nuestra experiencia y disfrute.
La comunión del Espíritu Santo dentro de nosotros es la transmisión de la gracia del Hijo a nuestro ser, y la gracia del Hijo dentro de nosotros consiste simplemente en que gustemos y disfrutemos de manera concreta el amor del Padre. El amor del Padre es la fuente, la gracia del Hijo es la manifestación y la comunión del Espíritu Santo es la transmisión, la cual transmite la gracia del Hijo con el amor del Padre a nuestro ser. El resultado es que experimentamos y disfrutamos al Dios Triuno procesado en Su impartición triuna.
La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo no son tres asuntos separados, sino tres aspectos de una sola cosa, tal como el Señor, Dios y el Espíritu Santo no son tres Dioses separados sino tres “hipóstasis [...] del mismo y único Dios indiviso e indivisible” (Philip Schaff). El amor de Dios es la fuente, puesto que Dios es el origen; la gracia del Señor es el caudal del amor de Dios, ya que el Señor es la expresión de Dios; y la comunión del Espíritu es la impartición de la gracia del Señor con el amor de Dios, puesto que el Espíritu es la transmisión del Señor con Dios, para que nosotros experimentemos y disfrutemos al Dios Triuno. El Dios Triuno con Su gracia, amor y comunión es experimentado y disfrutado por los creyentes mediante la impartición divina de la Trinidad Divina. Por tanto, 2 Corintios 13:14 es prueba contundente de que la trinidad de la Deidad no es para lograr un entendimiento doctrinal propio de la teología sistemática, sino para que Dios mismo en Su trinidad se imparta en Su pueblo escogido y redimido.
En esta impartición divina simultáneamente experimentamos y disfrutamos la gracia, el amor y la comunión. Mientras disfrutamos la comunión del Espíritu, también tenemos la gracia del Señor Jesucristo y el amor de Dios. Cuanto más vivimos en la comunión del Espíritu, más tendremos la gracia de Cristo; y cuanto más tengamos la gracia de Cristo, más disfrutaremos el amor de Dios. La comunión del Espíritu Santo trae consigo la gracia de Cristo, y en la gracia de Cristo tenemos el amor de Dios. Por tanto, el amor del Padre, la gracia del Hijo y la comunión del Espíritu Santo son experimentados y disfrutados por los creyentes simultáneamente en la impartición divina.
(Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 135-156), capítulo 1, por Witness Lee)