Perdonar a nuestro hermano no es suficiente, pues sólo se relaciona con el aspecto negativo; necesitamos restaurarlo. Este es el mandamiento de Mateo 18:15-20.
Mateo 18:15 dice: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando a solas tú y él; si te oye, has ganado a tu hermano”. Es común que los hijos de Dios se ofendan constantemente. Si un hermano nos ofende, ¿qué debemos hacer? El Señor dice: “Ve y repréndele estando a solas tú y él”. No hablemos de esto con los hermanos, ni con los ancianos de la iglesia, ni hagamos de ello el tema de nuestra conversación. El Señor nos manda que si un hermano nos ofende, debemos ir primero a ese hermano y decírselo.
Con frecuencia se crean problemas cuando un hermano ofende a otro, y el ofendido lo hace público, hablando sin cesar de ello hasta que toda la iglesia, menos el presunto ofensor, se entera. Estas habladurías son típicas de una persona débil. Esta es tan tímida que no se atreve a hablar cara a cara con el ofensor, por eso habla a sus espaldas. Es impuro hablar a espaldas de otros y esparcir chismes. Sí, es necesario resolver la situación, pero el Señor no quiere que antes de hablar con la persona directamente involucrada vayamos a decírselo a los demás; Si aprendemos bien esta lección, le evitaremos muchos problemas a la iglesia.
¿Cómo hacerle saber la falta al que nos agravió? ¿Debemos escribirle una carta? El Señor no nos mandó que resolviéramos este asunto por escrito, sino que nos dice que vayamos a hablar cara a cara con nuestro hermano. No obstante, así como es incorrecto hablar de un asunto a espaldas de otro, es igualmente erróneo hablar con él delante de muchas personas. El asunto se debe comunicar “estando a solas tú y él”. Muchos hijos de Dios yerran en este asunto, porque hablan del suceso delante de muchas personas. Sin embargo, el Señor nos dice que si estamos ofendidos, debemos hablar a solas con el ofensor sin involucrar a terceros.
Necesitamos aprender esta lección: nunca debemos hablar a espaldas de un hermano que nos haya ofendido, ni hablarle de la situación en frente de muchas personas. Debemos mencionar su falta estando a solas con él, sin hablar de otras cosas ni traer a colación otros problemas. Esto requiere la gracia de Dios.
Algunos hermanos y hermanas pueden pensar que esto es demasiado molesto, y en realidad lo es, pero es importante andar conforme a la Palabra de Dios. Si creemos que la ofensa es demasiado insignificante como para molestarnos, tal vez no sea necesario hablar con el que nos ofendió y, si no hablamos con él, tampoco es necesario que los demás se enteren. Si el asunto nos parece trivial y vemos que no es digno de atención, tampoco debemos hablar de esto con otros. No debemos pensar que, aunque todavía no hemos hablado con quien nos ofendió, los demás necesitan estar informados de lo que sucedió. Si desea hablar del asunto, hágalo con el ofensor a solas. Si no hay necesidad de hablar al respecto, simplemente guarde silencio. No está bien que todos se enteren de la situación, menos el hermano que cometió la falta.
La segunda parte del versículo 15 dice: “Si te oye, has ganado a tu hermano”. Esta es la razón por la cual hablamos con él. Cuando hablamos con nuestro hermano no lo hacemos para ser compensados, sino para ganarlo.
Por consiguiente, lo importante no es la pérdida que hayamos sufrido, sino la relación que nuestro hermano tiene con Dios. Si el hermano nos ofendió, y esto no se ha aclarado, él no puede acercarse a Dios para orar y tener comunión, porque la ofensa obstaculiza su comunicación con el Señor. Debemos amonestarlo, porque mientras el asunto no se esclarezca, no podrá acercarse a Dios. Tenemos la responsabilidad de amonestarlo, no para ventilar nuestros sentimientos heridos, sino para restaurarlo. Si el caso sólo se reduce a sentimientos lastimados y creemos que podemos superarlo, no necesitamos hablar ni con el hermano ni con terceros. Nadie mejor que nosotros conoce la seriedad del asunto para nosotros. La responsabilidad de ventilar la cuestión descansa sobre la persona directamente afectada. Hay muchas cosas que se pueden dejar pasar, pero también hay muchas que se deben afrontar. Si la ofensa se puede llegar a convertir en un verdadero tropiezo para nuestro hermano, es mejor que le hagamos ver su falta, lo cual debemos hacer cuando estemos a solas con él. Cuando estamos enfrentando este tipo de problemas debemos tener mucho cuidado. Podemos pasar por alto el asunto fácilmente, pero es posible que no suceda lo mismo con la otra persona. Ella cometió una ofensa, y Dios todavía no la ha perdonado. No es trivial que un hermano haya cometido un error que ponga en peligro su relación con Dios; así que debemos hablarle francamente. Debemos hallar la oportunidad de estar a solas con él para hacerle saber que nos ofendió, y que esto le puede perjudicar y arruinar su futuro espiritual, porque esa ofensa obstaculiza su relación con Dios. Si nos oye, habremos ganado a nuestro hermano. Esta es la forma de restaurarlo de nuevo a la comunión.
Hoy muchos hijos de Dios no obedecen la enseñanza de esta porción de la Palabra. Algunos hablan continuamente de los males que les han causado los hermanos y los hacen públicos; otros no les cuentan a los demás, pero nunca perdonan y guardan rencor en su corazón. Otros perdonan, pero no restauran al hermano. Sin embargo, esto no es lo que el Señor desea. Así como es incorrecto hablar mal de los demás, también lo es guardar para uno mismo la ofensa, aunque no digamos nada del asunto a nadie, sin perdonar de corazón. También es incorrecto perdonar y no exhortar.
El Señor no sólo nos manda que perdonemos al hermano que nos ofende, sino que también nos muestra que tenemos la responsabilidad de restaurar al ofensor. Puesto que ofender a alguien no es un asunto pequeño, tenemos la responsabilidad de hablar con el ofensor, por su propio bien. Debemos pensar en cómo restaurar a nuestro hermano y cómo regresarlo a la comunión. Cuando hablemos con él, nuestro propósito debe ser restaurarlo, así que nuestra actitud debe ser apropiada y nuestra intención pura. Si nuestra intención es restaurarlo y ganarlo, debemos saber cómo mostrarle su falta, porque de no ser así, lo que digamos puede empeorar la relación. El propósito de la exhortación no es ser compensados ni justificar lo que sentimos, sino restaurar a nuestro hermano.
(Mensajes para creyentes nuevos: Perdón y restauración #14, capítulo 1, por Watchman Nee)