Mensajes para creyentes nuevos: Perdón y restauración #14, por Watchman Nee

I. PERDONAR AL HERMANO

A. Perdonar es un requisito

Dice en Mateo 18:21-22: “Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y yo le tendré que perdonar? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.

En Lucas 17:3-4 dice: “Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano peca, repréndele; y si se arrepiente, perdónale. Y si siete veces al día peca contra ti, y siete veces vuelve a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale”.

Los versículos de Mateo dicen que debemos perdonar a un hermano que peca contra nosotros, no solamente siete veces, sino setenta veces siete; y en Lucas se nos dice que si peca contra nosotros siete veces al día y siete veces regresa arrepentido, tenemos que perdonarlo, sin que nos preocupe si su arrepentimiento es genuino.

Siete veces no son muchas, pero siete veces en un sólo día es demasiado. Supongamos que la misma persona nos ofende siete veces en un solo día, y cada vez que esto sucede nos pide perdón, ¿es genuina su confesión? Es lógico pensar que su confesión es sólo de labios. Por esta razón en Lucas 17:5 leemos: “Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe”. Ellos se dieron cuenta de que esto era difícil. Es inconcebible que un hermano ofenda siete veces al día y luego se arrepienta esas siete veces; por eso los discípulos le pidieron al Señor que les aumentara la fe. Así que, los hijos de Dios debemos perdonar sin guardar ningún rencor, incluso si nos piden que lo hagamos siete veces al día.

B. La medida de Dios

El Señor, entonces, les dijo una parábola: “Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos. Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, mandó el señor que fuera vendido él, su mujer y sus hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda. Entonces aquel siervo, postrado, le adoró, diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Y el señor de aquel esclavo, movido a compasión, le soltó y le perdonó la deuda” (Mt. 18:23-27).

El esclavo debía diez mil talentos, una suma de dinero muy grande, que no podía pagar porque no tenía con qué. Jamás podríamos pagarle a Dios todo lo que le debemos. Esta deuda excede a todo lo que nos deban los hombres. Cuando hacemos un cálculo de todo lo que le debemos a Dios, perdonamos generosamente, pero si olvidamos la inmensa gracia que hemos recibido de El, nos volvemos despiadados. Necesitamos ver cuánto le debemos nosotros a Dios, para poder ver cuán poco nos deben los demás.

El esclavo no tenía con qué pagar, por eso su señor, para poder cobrar la deuda, mandó que fuera vendido él, su mujer, sus hijos y todo lo que tenía. Pero en realidad, aunque hubiese vendido todo, no habría terminado de pagar toda su deuda. Viendo esto, aquel siervo se postró y le pidió que tuviera paciencia con él, y le aseguró que se lo pagaría todo.

Es difícil para el hombre entender claramente lo que es la gracia y el evangelio. Con frecuencia pensamos que no podemos pagar ahora, pero que sí podremos en el futuro. En estos versículos, sin embargo, vemos a un esclavo que aun si hubiera vendido todo lo que tenía, no le habría alcanzado para pagar. No obstante, le pidió a su señor que le tuviera paciencia y que se lo pagaría todo. Su intención era buena. El no estaba tratando de evadir su deuda. Todo lo que pedía era más tiempo, porque su intención era pagar. Tal pensamiento sólo puede provenir de aquellos que no conocen la gracia.

“Y el señor de aquel esclavo, movido a compasión, le soltó y le perdonó la deuda”. Este es el evangelio. El evangelio no consiste en que Dios nos conceda lo que necesitamos según nuestro concepto. Podemos decir: “Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo”. Sin embargo, el Señor no nos pide que le demos lo que tengamos y que después paguemos el resto; ¡El perdona todas nuestras deudas! Las oraciones y peticiones de los hombres ni siquiera se aproximan a Su gracia. El actúa y responde a nuestras oraciones conforme a lo que El tiene. El amo de aquel esclavo le soltó y le perdonó la deuda. ¡Así es la gracia de Dios; tal es Su medida! Quienquiera que pida gracia, aunque su conocimiento de la misma sea muy limitado, Dios se la concede. Debemos entender este principio: al Señor le deleita en conceder gracia a los hombres. Sin importar que nuestro deseo por la gracia sea pequeño, el Señor la derrama sobre nosotros. El teme que no se la pidamos. Tan pronto tenemos un poquito de esperanza y decimos: “Señor, concédeme Tu gracia”, El no sólo la derrama sobre nosotros, sino que se complace en ello. Posiblemente nosotros nos conformemos con un dólar, pero El tiene dispuestos para nosotros diez mil millones de dólares. Esa es Su satisfacción. Sus actos son compatibles consigo mismo. Nosotros nos contentaríamos con un dólar, pero Dios no da en proporciones tan pequeñas; El otorga conforme a Su propia medida o no da nada.

Necesitamos darnos cuenta de que la salvación es dada al hombre según la medida de Dios y se efectúa conforme al pensamiento y el plan divino, no según lo que el hombre piensa.

El criminal que estaba en la cruz al lado del Señor, le imploró: “Acuérdate de mí cuando entres en Tu reino”. El Señor escuchó su oración, sin embargo, su respuesta fue más allá: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc. 23:42-43). La mentalidad que un pecador tiene con respecto a la obra de Dios es limitada. Dios salva al hombre según Su propia voluntad, no la del pecador. El Señor no esperó hasta entrar en Su reino para acordarse de aquel hombre; le prometió que ese mismo día estaría con El en el Paraíso.

Un recaudador de impuestos que oraba en el templo se golpeaba el pecho, diciendo: “Dios, sé propicio a mí, pecador”. Lo único que él pedía era que Dios le fuera propicio; sin embargo, Dios no limitó Su respuesta a esa oración, sino que dijo: “Este descendió a su casa justificado en lugar del otro” (Lc. 18:9-14). En otras palabras, ese pecador recibió la justificación, lo cual era mucho más de lo que él esperaba. El pecador no tenía la intención de ser justificado; simplemente esperaba recibir misericordia; no obstante, Dios lo justificó. Esto significa que Dios ya no le veía como un pecador, sino como una persona justificada. Dios no sólo perdonó sus pecados, sino que lo justificó. Esto muestra que Dios no realiza Su salvación siguiendo el pensamiento humano, sino según Su propio pensamiento.

Lo mismo vemos en el regreso del hijo pródigo. (15:11-32). Cuando estaba muy lejos, estaba dispuesto a regresar a su casa y servir como jornalero. Pero al llegar a casa, su padre no le pidió que fuera su siervo, sino que mandó que los siervos sacaran el mejor vestido y lo vistieran. Le puso un anillo y sandalias, y mandó matar el becerro gordo, para comer y regocijarse, porque el hijo que estaba muerto, había revivido; el que estaba perdido, había sido hallado. Como podemos ver una vez más, Dios no efectúa la salvación según los pensamientos del pecador, sino según Su propio pensamiento.

Marcos 2 nos habla de cuatro hombres que llevaron un paralítico al Señor Jesús; al no poder acercarlo a El por causa de la multitud, destecharon la azotea por donde estaba el Señor, y bajaron por allí la camilla en que yacía el paralítico, esperando que el Señor Jesús lo sanara, le mandara levantarse y caminar. Sin embargo, el Señor Jesús le dijo: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (v. 5). El Señor Jesús no sólo lo sanó, sino que también perdonó sus pecados. Esto también nos muestra que Dios actúa para Su propia satisfacción. Lo único que nosotros necesitamos hacer es acercarnos a Dios y pedir, no importa si lo que pedimos es poco. Dios siempre actúa según le place a El, no al pecador. Por lo tanto, debemos ver la salvación desde el punto de vista de Dios, no desde el nuestro.

(Mensajes para creyentes nuevos: Perdón y restauración #14, capítulo 1, por Watchman Nee)