En Hebreos 8:7 dice: “Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto, no se hubiera procurado lugar para el segundo”. Para Dios, el primer pacto era defectuoso y débil; no tenía ni el poder ni la forma para que nosotros pudiéramos guardar los mandamientos de Dios. En lo que al primer pacto se refiere, Pablo también dijo en el libro de Romanos que la ley era santa (7:12), pero que no podía lograr mucho. El poder del primer pacto era deficiente. Por esta causa necesitamos el segundo pacto.
¿Por qué el primer pacto era defectuoso? Leamos Hebreos 8:8-9: “Porque encontrándoles defecto dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que concertaré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no conforme al pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en Mi pacto, y Yo me desentendí de ellos, dice el Señor”. Por lo tanto, cuando el Señor los tomó de la mano para sacarlos de Egipto, ellos no permanecieron en Su pacto. Lo cual quiere decir que ellos debían continuar siendo fieles, pero no fue así. Aunque se propusieron seguir al Señor, no lo hicieron fielmente. A pesar de que fueron avivados, no pudieron mantener ese avivamiento día tras día. Posiblemente prometieron leer la Biblia diariamente, pero no lo pudieron cumplirlo. Este era el problema que tenía el antiguo pacto.
En Exodo 19:5 dice: “Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra”. Esto es lo que Dios les dijo a los israelitas. El versículo 8 dice: “Y todo el pueblo respondió a una, y dijeron: Todo lo que Jehová ha dicho, haremos”. Ellos afirmaron inmediatamente que guardarían las palabras de Jehová. Leamos Exodo 24:8: “Entonces Moisés tomó la sangre y roció sobre el pueblo, y dijo: He aquí la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros sobre todas estas cosas”. Todo lo que se narra desde el capítulo diecinueve hasta el versículo 8 del capítulo veinticuatro son las palabras del pacto que Dios hizo. Moisés dijo que esa era la sangre del pacto, y el pueblo respondió que harían todas las palabras que Jehová había dicho (24:3). Hermanos, la ley de Dios en Exodo del 19 al 24, dice que no debemos tener otros dioses ni adorar ídolos. Por favor recuerden que Exodo 19 al 24 comprende la totalidad del pacto. Sin embargo, para el capítulo treinta y dos, aun antes de que Moisés les entregara las tablas del pacto en el monte Sinaí, los israelitas hicieron un becerro de oro y lo adoraron. Las tablas del pacto estaban todavía arriba en la montaña, y los israelitas ya lo habían traicionado. ¡Ellos estaban adorando al becerro de oro al pie de la montaña! Esto nos muestra que no pudieron guardar la ley de Dios. Esta es la deficiencia que tiene el antiguo pacto.
Por lo tanto, el antiguo pacto nos muestra que podemos proponernos hacer algo, podemos entusiasmarnos mucho y aun declarar a Dios a toda voz que prometemos hacer Su voluntad, pero esto es temporal. Aun si guardamos la ley por unos cuantos días, ese esfuerzo no durará. Podemos descubrir las enseñanzas de la Biblia, pero no guardar sus mandamientos; contemplar la gloria de Dios sobre el monte Sinaí, pero no el pecado al pie de la montaña. Podemos levantarnos temprano a orar y leer la Biblia; sin embargo, olvidarnos de Dios al llegar a la oficina, al hospital, a la escuela o aun en la casa. Esto nos muestra que puede haber un buen comienzo, pero no un buen final. Este es el antiguo pacto. Por eso, Dios nos ha dado un nuevo pacto, el cual está dentro de nosotros. En 2 Corintios 3 dice que la ley fue escrita previamente en tablas de piedra; pero que ahora ha sido escrita en nuestro corazón. Hoy el nuevo pacto es el evangelio excelente. Este nuevo pacto es completamente diferente del antiguo pacto. En el nuevo pacto, el que da los mandamientos es Dios y el responsable de guardarlos es también Dios. En el antiguo pacto, Dios dio los mandamientos y la ley, pero el hombre tenía que guardarlos. En el nuevo pacto El que hizo la ley fue Dios, y el que la guarda también es Dios.
Muchos cristianos no conocen este evangelio; sin embargo, conocen el evangelio del perdón de pecados. Ellos han oído acerca de la muerte del Señor Jesús y de la sangre que El derramó para salvarnos y perdonar nuestros pecados, y tienen fe y se aferran a esto. Creen en esta parte del nuevo pacto y aun la predican. Saben que Dios es clemente ante la iniquidad y el pecado. Sin embargo, es sorprendente ver que el hombre sólo cree en la tercera parte del nuevo pacto y deshecha lo demás. El pecador común piensa que para ser salvo debe esforzarse por hacer el bien. Esto se debe a que nunca ha escuchado el evangelio genuino. Pero nosotros ya no pensamos así. Sabemos que somos hijos por la promesa, no por obras; y que por medio de Jesucristo, Dios prometió perdonar y olvidar todos nuestros pecados. Sabemos además que cuando creemos en El, conforme a Su palabra, nos perdona los pecados. Es sorprendente que sepamos que somos salvos por la palabra de Dios, no por nosotros mismos; y sin embargo creer que para vencer tenemos que luchar y esforzarnos mucho.
Hermanos, ser salvos y vencer son hechos que pertenecen al mismo pacto. Este pacto nos da el poder para seguir adelante en el camino que está ante nosotros. Vencer el pecado, obedecer a Dios y ser llenos del Espíritu Santo, son hechos que están en este pacto. De la manera en que recibimos la gracia del perdón, recibimos la gracia para vencer el pecado; y así como nuestros pecados son perdonados, así los vencemos. Cuando vemos que por nosotros mismos no seremos perdonados, nos damos cuenta que somos débiles, incapaces de hacer el bien e impotentes para vencer al pecado. En el antiguo pacto Dios tomó de la mano a los israelitas y los sacó de Egipto. Dios ahora nos toma de nuestro corazón y nos guía fuera de Egipto. Antes Dios ponía la ley en manos de Su pueblo; ahora la pone en nuestro corazón. Existe algo misterioso en nosotros que nos indica lo que es de Dios y lo que no es de El.
Dios pone el poder dentro de nosotros, y nos fortalece para vencer. Ezequiel 36 y Jeremías 31 son pasajes muy similares que se refieren a la salvación de los judíos durante el milenio; con la diferencia que ciertos puntos son más claros en Jeremías que en Ezequiel, y viceversa. Hebreos 8 es una cita de Jeremías 31. Por eso decimos que estos dos pasajes son similares.
En Ezequiel 36:25 dice: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré”. Este versículo tiene el mismo significado de Hebreos 8 en el cual dice que El será propicio a nuestras injusticias, y limpiará nuestras iniquidades.
En Ezequiel 36:26-27 dice: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis por obra”. Presten atención a la palabra haré en el versículo 27. Esta palabra es un verbo. ¿Pueden ver la gloria en los versículos 26 y 27? Esta es la explicación de Jeremías 31. El versículo 26, menciona nuestro espíritu, mientras que el 27 hace alusión al Espíritu de Dios. El segundo Espíritu no es nuestro espíritu, sino algo que Dios nos da. Por consiguiente, tenemos un nuevo espíritu, un nuevo corazón y al Espíritu Santo. El Espíritu Santo nos capacita para hacer la voluntad de Dios y guardar Su ley. La ley que se escribió sobre las tablas de piedra es algo externo. Nosotros no somos compatibles con esa ley. Por eso no podemos guardar los mandamientos de Dios. Hoy Dios no sólo escribió la ley en nosotros, sino que nos dio un espíritu nuevo, un corazón nuevo y Su Espíritu Santo, el cual nos hace obedecer. Esto es la regeneración. No solamente tenemos un nuevo espíritu que nos capacita para tener comunión con Dios, sino también un nuevo corazón, el cual nos permite amar a Dios y a todo lo que es espiritual. Este nuevo corazón desarrolla en nosotros amor hacia Dios; lo cual no sucede con el corazón de piedra. No sólo tenemos un nuevo espíritu y un nuevo corazón, sino también el Espíritu Santo. Este Espíritu hace que nuestro nuevo corazón tenga la fortaleza para amar a Dios, y que nuestro nuevo espíritu tenga el poder para tener comunión con El.
¿Por qué además del espíritu nuevo y del corazón nuevo Dios tiene que darnos el Espíritu Santo? Es fácil entender esto si conocemos la función de nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo produce acciones voluntarias e involuntarias. Por ejemplo, para mover nuestras manos y nuestros pies necesitamos nuestra voluntad. Estas son acciones voluntarias. Pero otras acciones, como por ejemplo la digestión, son realizadas metabólicamente por los órganos internos y no están bajo nuestro control. Estas son acciones involuntarias. Las acciones voluntarias son controladas por la voluntad; mientras que las acciones involuntarias, son espontáneas y están controladas por la ley natural. En el momento de ser salvos recibimos un espíritu y un corazón nuevo. Esto es algo “involuntario”, pues éstos operan espontáneamente según sus nuevas funciones y deseos. Sin embargo, Dios no nos ha dado únicamente esto, sino que también nos dio el Espíritu Santo para que seamos guiados, recibamos revelación y confiemos en Su poder totalmente. Estas cosas se realizan por medio del ejercicio de la voluntad y de la actividad de la conciencia. Dios desea que, espiritualmente, tengamos un vivir tanto voluntario como involuntario. Si no entendemos la voluntad de Dios, y no seguimos la guía del Espíritu Santo, el Espíritu se contristará. Esto impedirá que recibamos la dirección y la revelación del Espíritu Santo, y que la acción voluntaria de la vida espiritual se detenga. Por supuesto, las acciones espontáneas e involuntarias de la vida espiritual no cesarán. Sin embargo, sin el poder del Espíritu Santo, el nuevo espíritu y el nuevo corazón se debilitarán.
Dios no solamente nos ha dado un espíritu nuevo y un corazón nuevo, sino también el Espíritu Santo. Además, ha puesto la ley dentro de nosotros, inscribiéndola en nuestro corazón para que nuestra vida espontáneamente anhele a Dios. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo de Dios dentro de nosotros, nos capacita para realizar lo que nuestro espíritu percibe y lo que el corazón desea.
En la ciudad de Kuling, en Kiukiang, había un hermano que era electricista. Estaba en una denominación y no estaba seguro de que fuera salvo. Después de estudiar con nosotros la Biblia, entendió que era salvo. Teníamos unos cinco o seis años de conocernos. Un día le compartí una experiencia relacionada con el Espíritu Santo, y para mi sorpresa, me dijo que él había experimentado lo mismo, aunque nunca antes había leído ese versículo. Me dijo que él tenía un “mayordomo” en su interior (refiriéndose al Espíritu Santo), que le decía cuando algo no estaba bien. Este hermano cuando leía un versículo, lo hacía con mucha dificultad. A pesar de eso, tenía el Espíritu Santo dentro de él, guiándolo e instruyéndolo como un mayordomo. ¿No debería ser ésta la experiencia de todo cristiano?
Muchas veces no sabemos como reaccionar ante situaciones que se presentan. No obstante, antes de emprender alguna acción, sabemos que algo no anda bien. Sin embargo, no es nuestra conciencia la que nos está indicando esto, pues ésta sólo interviene después de que hemos hecho algo malo, sino la ley de Dios. En ocasiones, cuando estamos muy animados hablando con alguien, algo dentro de nosotros nos frena y no nos deja continuar, aunque lo que vayamos a decir sea bíblico y no afecte la moral. Sentimos algo dentro de nosotros que nos detiene y nos dice que no hablemos más. Desconocemos la causa, pero si obedecemos este sentir, experimentamos paz. Si no hacemos caso y continuamos hablando, nuestra conciencia nos acusa de haber hecho mal. Esta es la ley en nosotros que inconscientemente nos detiene.
Permítanme contarles otra historia. Había un hermano que le gustaba dar hospitalidad a todo creyente y obrero cristiano. El invitaba a comer o daba dinero a todo predicador que conocía. Una vez, un pastor graduado en Estados Unidos se encontraba predicando en su capilla. Este no predicaba el evangelio del Señor Jesús, sino un evangelio social. Después de la reunión, el hermano del que hablamos anteriormente, quiso ir a saludar al predicador; pero dentro de sí sintió que no debía hacerlo. Después de permanecer indeciso por un rato, decidió obedecer el sentir interior. Hermanos, esta es la ley inscrita dentro de nosotros, no la ley escrita sobre tablas de piedra. Este hermano me preguntó después si podía ir a ver a aquel pastor. Yo no le di mi opinión. Lo que hice fue citar Gálatas 1:8, donde dice que si alguien predica otro evangelio diferente del nuestro, sea anatema. Pablo no fue el único que dijo esto; también Juan lo dijo. A Juan se le llamó el apóstol del amor. El amor por lo general hace a una persona ingenua. Sin embargo, Juan dijo que si algún hombre no predica esta enseñanza, no debemos recibirlo en nuestra casa, ni siquiera lo debemos saludar (2 Jn. 10). Entonces el hermano me dijo: “Ahora sé que la guía y la ley que están en mí son correctas”.
Hermanos, fue el Espíritu Santo el que inspiró a los hombres para que escribieran la Biblia, y es también este Espíritu Santo el que nos da el sentir interior. Si somos fieles y honestos y seguimos la guía interior, Dios nos continuará guiando. En ocasiones cometemos errores por nuestros prejuicios. No estoy diciendo que no debemos prestar atención a la Biblia, sino que debemos juntar la enseñanza de la Biblia con el sentir interior, para discernir si estamos haciendo lo correcto. El Espíritu Santo guía a los creyentes. Lamentablemente, ellos no están dispuestos a dejarse guiar por El. Muchos leen la Biblia como si estuvieran leyendo un libro sin vida. Para ellos, leer la Biblia es como memorizar los Diez Mandamientos, pues allí no se puede ver la guía del Espíritu Santo. No estoy menospreciando la Biblia; mi interés es que podamos unir la guía del Espíritu Santo con las enseñanzas de la Palabra. Sin embargo, es increíble como muchos no cuentan con ninguna otra guía aparte de la Biblia. Estos están siguiendo al Señor sin que el Señor les hable.
La razón por la cual tantos hermanos y hermanas no reciben nuevas verdades, es porque rechazan y se rehusan a ser guiados por la luz, dando como resultado, que Dios los prive de ella. Dios ha puesto la ley dentro de nosotros y está constantemente testificando la verdad. Si rechazamos este testimonio, estaremos en tinieblas constantemente. Alguien dijo que la iluminación del Espíritu Santo es como la luz, mientras que nuestro ser interior es como el vidrio. Si el vidrio no está limpio, se opaca, recibiendo cada vez menos luz. La causa por la que muchos no reciben la verdad es porque la rechazan. El Espíritu Santo tiene la responsabilidad de mostrarnos interiormente lo que es de Dios.
(Nuevo pacto, El (Edición de 1931), capítulo 7, por Watchman Nee)