Los dos días más felices de un creyente son el día en que cree en el Señor y cuando por primera vez guía a alguien a Cristo. El primero es un día de inmenso regocijo. Sin embargo, el gozo de conducir una persona por primera vez al Señor es quizás mayor que el gozo que experimentamos cuando nosotros somos salvos. Muchos cristianos no disfrutan esto porque nunca han testificado ni guiado a alguien al Señor.
Proverbios 11:30 dice: “El que gana almas es sabio”. Desde el inicio de nuestra vida cristiana, debemos aprender a ganar almas de diferentes maneras. Debemos ser sabios para ser personas útiles en la iglesia. Esto no significa que debemos predicar un mensaje desde una plataforma. Este tipo de predicación nunca puede reemplazar la labor personal. Aquellos que sólo saben predicar desde una plataforma, me temo que no saben cómo guiar a los hombres al Señor. No los exhortamos a dar un mensaje desde la plataforma, sino a salvar a los incrédulos. Muchos son hábiles para predicar, pero no para salvar. Por eso no nos extraña que cuando les traen una persona para que le prediquen, no saben qué hacer. Personas así no son muy útiles. Los que verdaderamente son útiles, son aquellos que pueden traer otros a Cristo en un contacto personal.
El árbol que crece produce retoños. De la misma manera, todo aquel que tiene la vida de Dios engendra vida. Aquellos que nunca dan testimonio a los pecadores, probablemente necesitan que otros vengan a testificarles a ellos. Si no tienen deseo ni interés de llevar a otros al arrepentimiento, indudablemente ellos mismos necesitan arrepentirse. Los que no hablan por el Señor, necesitan escuchar de nuevo el evangelio de Dios. Nadie puede haber crecido tanto espiritualmente como para no necesitar dar testimonio y salvar a otros. Los nuevos creyentes necesitan testificar desde el mismo comienzo de su vida cristiana. Esto es algo que todos debemos hacer por el resto de nuestras vidas.
Cuando maduremos en la vida espiritual, posiblemente nos digan que tenemos que ser un canal de agua de vida, y ser uno con el Espíritu Santo, a fin de que el agua de vida, el Espíritu Santo, pueda fluir desde nuestro interior. Pero así como un canal une dos extremos, asimismo corre del Espíritu Santo, quien es un canal de vida, y une dos extremos: el Espíritu Santo, la vida y el Señor en uno, y el hombre en otro. El agua de vida no puede fluir si el extremo que llega al hombre está cerrado. No debemos pensar que es suficiente que la abertura que da al Señor esté despejada. El agua de vida no puede fluir en aquellos que solamente están abiertos al Señor. En un extremo debemos estar abiertos a El, y en el otro, al hombre. El agua de vida fluye cuando ambos extremos están abiertos. Algunos no tienen fortaleza, porque el extremo en el cual está el Señor, no se encuentra abierto; y otros, porque el extremo del testimonio y la predicación del evangelio está cerrado.
Muchos todavía no han escuchado el evangelio porque nunca les hemos testificado y, como consecuencia, serán privados de la eternidad, lo cual es extremadamente crucial pues no es una ruptura temporal. Una vez un hermano fue invitado a cenar a la casa de un amigo. El era muy culto y elocuente, y ambos disertaron largamente sobre temas intelectuales. Otro amigo de ellos, ya anciano, también estaba presente. Como oscurecía ya, el dueño de casa los invitó a quedarse a pasar la noche. El cuarto del hombre anciano quedaba directamente en frente del cuarto de este hermano. Poco después de haberse retirado a sus habitaciones, el hermano escuchó que algo cayó al piso. Cuando fue al otro cuarto, vio que su amigo yacía muerto en el suelo. Cuando las otras personas llegaron, el hermano dijo con tristeza: “Si hubiera sabido que esto iba a suceder, mi conversación de hace dos horas hubiera girado en torno a asuntos eternos. Le hubiera dicho que Cristo fue crucificado por él. Yo sé que si hubiera dicho esto a la hora de la cena, posiblemente ustedes se habrían molestado conmigo por ser inoportuno. Ahora es demasiado tarde para él. Ni siquiera dediqué cinco minutos para hablarle acerca de la salvación. No le di la oportunidad. Pero espero que ustedes me escuchen ahora: ¡Toda persona necesita creer en el Señor Jesús y en Su cruz!” La separación eterna es un hecho y no es temporal. Una vez que la oportunidad se escapa, el hombre queda excluido del cielo por la eternidad. ¡Qué tragedia tan grande! Debemos aprovechar toda oportunidad que tengamos para testificar.
D. L. Moody tenía una habilidad especial para conducir a los hombres a la salvación. El se propuso predicar el evangelio a una persona por día. En cierta ocasión, después de acostarse se acordó de que ese día todavía no había predicado el evangelio. Así que se volvió a vestir y salió a buscar a alguien a quién hablarle. Cuando miró el reloj era medianoche. ¿A dónde podría encontrar a alguien a esa hora? Las calles estaban desiertas y la única persona que encontró fue un policía que estaba de servicio. “Usted necesita creer en el Señor”, le dijo. El policía, que estaba de mal humor, le contestó: “¿No tiene usted otra cosa mejor que hacer, a esta hora de la noche, que tratar de convencerme que crea en Jesús?” Después de compartir unas breves palabras con él, Moody regresó a casa, pero el policía fue conmovido por lo que le dijo. Días más tarde el policía fue a visitar a Moody y fue salvo.
Tan pronto uno es salvo, debe proponerse guiar a los incrédulos al Señor. Debemos hacer una lista de las almas que deseamos se salven en el año. Si decidimos salvar diez o veinte por año, debemos orar por ellas. No debemos orar de una manera general. No debemos decir: “Oh Señor, por favor, salva pecadores”. Esta clase de oración es demasiado difusa. Debemos tener una meta específica y anotar en un cuaderno los nombres de los que hemos traído al Señor. Al finalizar el año, contemos los que fueron salvos y los que todavía no lo son. Continuemos orando por los que todavía no han recibido la salvación. Debemos poner esto en práctica. No es aspirar demasiado si pedimos treinta o cincuenta almas por año; aunque diez o veinte sea lo normal. En nuestra oración debemos pedirle al Señor por alguien en particular. El Señor desea escuchar oraciones específicas. Debemos orar diariamente y testificar en toda oportunidad. Si todos predicamos el evangelio de esta manera, y guiamos a otras personas al Señor, nuestra vida espiritual progresará rápidamente.
Debemos llevar en alto la antorcha del evangelio para que alumbre a todos los que nos rodean. Todo cristiano debe llevar la luz. El testimonio del evangelio debe brotar de nosotros continuamente, hasta la venida del Señor. No debemos estar encendidos sin alumbrar a los demás. Debemos encender muchas velas. Innumerables almas están esperando la salvación; por tanto, debemos ser un testimonio que las guíe a Cristo.
(Mensajes para creyentes nuevos: Dar testimonio #4, capítulo 1, por Watchman Nee)