El fracaso que experimentaba Pablo se debía a que se valía de su voluntad para hacer el bien. Después del versículo 21 los ojos de Pablo se abrieron, y pudo ver que el enemigo con el que se enfrentaba, el pecado, era una ley. Cuando vio esto, suspiró y dijo: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará del cuerpo de esta muerte?” El comprendió que era imposible prevalecer sobre el pecado usando su voluntad.
¿Qué es la voluntad? Es lo que nos hace actuar; es lo que el hombre quiere y decide hacer; y está constituida de las opiniones y juicios humanos. Una vez que la voluntad del hombre se propone hacer algo, lo lleva a cabo. La voluntad del hombre tiene cierto poder; existe fuerza en la voluntad.
Pero ahí yace el problema. Cuando la voluntad entra en conflicto con la ley del pecado, ¿cuál de las dos prevalece? Por lo general, la voluntad prevalece al principio, pero finalmente gana el pecado. Supongamos que usted sostiene con su mano un libro que pesa un kilogramo. Aunque hace lo posible por sostenerlo, la gravedad lo atrae hacia abajo. La acción constante de la ley de gravedad finalmente prevalecerá, y el libro caerá al piso. Quizás usted trate de sostenerlo con su mano y posiblemente logre prevalecer por una hora sin que caiga, pero después de dos horas se sentirá cansado, hasta que finalmente su mano no le obedecerá más y tendrá que soltarlo. La gravedad nunca se cansa, pero su mano sí. La ley de la gravedad tira el libro hacia abajo cada hora, cada minuto y cada segundo. Su mano no puede luchar para siempre contra la ley de gravedad. Cuanto más tiempo sostenga el libro, más pesado lo sentirá. No es que el libro se haya vuelto más pesado, sino que la ley de gravedad ha triunfado sobre el poder de su mano. El mismo principio se aplica cuando usted trata de vencer al pecado ejerciendo su voluntad. Esta puede resistir por algún tiempo; pero al final, el poder del pecado sobrepasa el poder de la voluntad. El pecado es una ley, la cual no se puede vencer usando la resistencia de la voluntad del hombre. Cada vez que el poder de la voluntad se debilita, aflora la ley del pecado. La voluntad humana no puede persistir indefinidamente, sin embargo, la ley del pecado está continuamente activa. Puede ser que la voluntad prevalezca por algún tiempo, pero al final la ley del pecado la vence.
Si no vemos que el pecado es una ley, tratamos de someterlo con nuestra propia voluntad. Por eso, cuando la tentación llega, nos armamos de valor y tratamos de vencerla, pero descubrimos que el pecado nos derrota. Cada vez que la tentación regresa, tratamos de ser más firmes, porque pensamos que nuestro último fracaso se debió a que no fuimos lo suficientemente fuertes. Nos prometemos que ya no pecaremos y que esta vez sí venceremos. Pero el resultado es el mismo, y volvemos a caer. No entendemos por qué nuestra determinación de hacer el bien no nos hace triunfar sobre el pecado, ni nos damos cuenta de que procurar vencerlo con nuestra voluntad es inútil.
Es fácil ver que el mal genio es un pecado. Cuando alguien se dirige a usted de una manera áspera, usted se siente herido y molesto. Y si esta persona continúa provocándolo, finalmente usted explota. Después que pasa todo, reconoce que como cristiano no debió haberse enojado, y se promete que eso no volverá a suceder. Ora y recibe el perdón de Dios. Confiesa su pecado a los demás, y su corazón vuelve otra vez a estar gozoso. Usted cree que no se volverá a enojar. Pero al tiempo, la situación se repite y vuelve a enojarse. Cuando oye palabras que no son nada placenteras, comienza a murmurar en su interior y a medida que escucha ya no puede controlarse más hasta que finalmente explota. Una vez más se da cuenta de que ha obrado mal, le pide al Señor que lo perdone y le promete que no volverá a perder el control. Pero esta misma reacción se repite una y otra vez. Esto comprueba que el pecado no es un error fortuito; no es algo que suceda en una sola ocasión. Es algo que ocurre repetidas veces, algo que lo atormenta continuamente. Aquellos que mienten siguen mintiendo, y aquellos que pierden la paciencia, la continúan perdiendo. Esta es una ley, y no hay poder humano que pueda vencerla. Pablo no aprendió esta lección al comienzo, por eso usaba su fuerza de voluntad tratando de vencer, pero todo era en vano. Es imposible que el hombre venza la ley del pecado ejerciendo su voluntad.
Una vez que el Señor nos conceda misericordia y nos muestre que el pecado es una ley, no estaremos lejos de la victoria. Si uno continúa pensando que el pecado es un acto ocasional y que la victoria puede ser obtenida con oraciones adicionales y luchando intensamente contra la tentación, no podrá vencer. La historia de Pablo nos muestra que el pecado es una ley. El poder del pecado es fuerte, y nuestro poder es débil. El poder del pecado siempre prevalece, mientras que nuestra fuerza siempre fracasa. Inmediatamente después de que Pablo descubrió que el pecado era una ley, comprendió que ninguno de sus métodos funcionaría. Su determinación era inútil; nunca vencería la ley del pecado usando su voluntad. Este fue un gran descubrimiento, una gran revelación para él.
Pablo vio que el hombre no puede experimentar la liberación del pecado con su fuerza de voluntad. Mientras el hombre confíe en el poder de su propia voluntad, no tomará al camino de la liberación divina. El día vendrá en que usted se postrará delante de Dios y reconocerá que no puede hacer nada y de allí en adelante no hará nada. Ese día encontrará la liberación. Sólo entonces entenderá Romanos 8. Hermanos y hermanas, no menosprecien Romanos 7, porque primero debemos encontrar el significado del capítulo siete, para poder experimentar el capítulo ocho. Lo importante no es entender la doctrina de Romanos 8, sino haber salido de Romanos 7. Muchos se han sepultado en Romanos 7 tratando de poner fin al pecado por su propia voluntad. El resultado es fracaso. Si uno no ha visto que el pecado es una ley y que la voluntad nunca la puede vencer, se encuentra atrapado en Romanos 7; nunca llegará a Romanos 8. Nuestros hermanos y hermanas que recién han sido salvos deben aceptar la Palabra de Dios tal como está escrita. Si tratan de encontrar su propia salida, terminarán pecando. Necesitamos que nuestros ojos sean abiertos para que veamos que todo nuestro esfuerzo por querer hacer el bien es vano.
Puesto que el pecado es una ley y la voluntad no puede vencerla, ¿cuál es el camino para alcanzar la victoria?
(Mensajes para creyentes nuevos: Libres del pecado #15, capítulo 1, por Watchman Nee)