Ahora abordaremos la naturaleza del reino. Hemos de usar seis adjetivos para describir el reino en su naturaleza: divino, celestial, espiritual, humano, puro y eterno.
En su naturaleza el reino de Dios (Mr. 1:15) es divino, pues posee los atributos divinos. La palabra divino denota que es de Dios mismo y posee la naturaleza de Dios, o que trasciende y es distinto a todo lo demás. Sólo Dios tiene la naturaleza de Dios, y sólo Dios es trascendente y distinto a todo lo demás. Por tanto, únicamente Dios es divino.
La naturaleza del reino es divina porque es el reino de Dios con los atributos divinos. Debido a que el reino es el reino de Dios, su naturaleza será la naturaleza de Dios mismo. Puesto que Dios es santo, ciertamente Su reino también será santo. Asimismo, puesto que Dios es justo, Su reino también será justo. Dios es divino, y el reino, por ser el reino de Dios, también será divino.
El reino es también celestial en su naturaleza, pues es el reino de los cielos (Mt. 3:2), con la trascendencia propia de los cielos. Hoy en día la iglesia debe ser trascendente; debe haber cierta trascendencia en la vida de iglesia. Como miembros de la iglesia, no somos personas inferiores, sino que poseemos la naturaleza celestial con la trascendencia propia de los cielos.
El reino es espiritual en naturaleza porque es del Espíritu Santo que está en el espíritu humano regenerado. Romanos 14:17 nos dice que el reino de Dios es justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Mateo 5:3 dice: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Estos versículos nos permiten ver que el reino está relacionado con el Espíritu Santo en nuestro espíritu; por tanto, el reino en su naturaleza es espiritual.
En Filipenses 1:19 Pablo se refiere a la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo. Éste es el Espíritu mencionado por el Señor Jesús en Juan 7:39. Éste no es meramente el Espíritu de Dios antes de la encarnación del Señor, sino el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo poseedor de divinidad, después de la encarnación del Señor, Su vivir humano, Su crucifixión y Su resurrección. Tal Espíritu posee una abundante suministración. Puesto que tal Espíritu tiene un suministro abundante, el reino, el cual es del Espíritu en nuestro espíritu, está lleno del suministro abundante.
En cuanto a su naturaleza, el reino también es humano, pues es el reino del Hijo del Hombre. Después que Satanás sedujo al hombre para hacerlo su seguidor, Dios se hizo hombre para destruir las obras del diablo (1 Jn. 3:8) y destruir al diablo mismo (He. 2:14) a fin de reclamar para Sí la tierra de modo que sea Su reino. En el reino venidero, el cual será traído por Cristo (Dn. 7:13-14; Lc. 19:12-15), Él será el Hijo del Hombre, lo cual será una señal, por un lado, de Su victoria y gloria y, por otro, de la derrota y vergüenza de Satanás.
Debido a que el reino es humano en su naturaleza y posee las virtudes humanas, el Señor nos ordena no anular ningún mandamiento referente a la moralidad (Mt. 5:17-48). Por el contrario, debemos cumplir con todos los mandamientos referentes a la moralidad a fin de tener las virtudes humanas que correspondan con los atributos divinos.
El reino de Dios es puro. Es la sal de la tierra (Mt. 5:13), con el poder aniquilador propio de la muerte de Cristo (2 Co. 4:10a, 12a, Fil. 3:10b). En Mateo 5:13 el Señor Jesús dice: “Vosotros sois la sal de la tierra”. La sal es por naturaleza un elemento que mata y elimina los microbios de corrupción. La naturaleza propia del reino de Dios es una naturaleza pura como la sal de la tierra. Esta naturaleza tiene el poder aniquilador propio de la muerte de Cristo a fin de aniquilar todo germen de corrupción.
Finalmente, en su naturaleza el reino es eterno. Es el reino eterno (2 P. 1:11), el cual es ilimitado.
(Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 240-253), capítulo 11, por Witness Lee)