Mensajes para creyentes nuevos: Nuestra vida #16, por Watchman Nee

III. CON CRISTO ESTOY JUNTAMENTE CRUCIFICADO

Quizás algunos se pregunten: “¿Cómo puedo experimentar el hecho de que ya no vivo yo? ¿cómo puede ser eliminado el ego?” La respuesta a esta pregunta se halla en la primera parte de Gálatas 2:20: “Con Cristo estoy juntamente crucificado”. Si no estoy crucificado juntamente con Cristo, no puedo ser eliminado, pues sigo siendo yo. ¿Cómo puedo decir: “Ya no vivo yo”? Solamente quienes están crucificados “juntamente con Cristo”, pueden decir: “Ya no vivo yo”.

A fin de que nuestra crucifixión con Cristo llegue a ser una experiencia se requiere cooperación de ambas partes. Es imposible que experimentemos esta crucifixión, si sólo Cristo actúa; la cooperación de ambas partes es esencial.

Nuestros ojos interiores deben ser abiertos. Cuando Cristo fue crucificado, Dios puso nuestros pecados sobre El y los clavó en la cruz. Esta parte de la obra corresponde a Dios. Cristo murió por nosotros y borró nuestros pecados. Esto ocurrió hace más de mil novecientos años, y nosotros lo creemos. Asimismo, cuando Cristo fue crucificado, Dios nos puso en El. Al mismo tiempo que fueron eliminados nuestros pecados hace más de mil novecientos años, fue eliminada nuestra persona. Cuando Dios puso nuestros pecados sobre Cristo, también puso nuestra persona en El. En la cruz, nuestros pecados fueron borrados. También en la cruz nuestra persona fue eliminada. Recordemos Romanos 6:6, donde leemos: “Sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con El”. No tenemos que esperar hasta ser crucificados con Cristo. Ya fuimos crucificados con El, para siempre e irremediablemente. Dios nos puso en Cristo. Cuando Cristo murió en la cruz, también nosotros morimos.

Si uno escribe una cuantas palabras en un pedazo de papel y luego rompe el papel, romperá con él las palabras. La Biblia dice que el velo del templo estaba bordado con querubines (Ex. 26:1). Cuando el Señor murió, el velo se rasgó (Mt. 27:51), y por consiguiente, los querubines también fueron rasgados. El velo representa el cuerpo de Cristo (He. 10:20). Los querubines tienen rostro de hombre, de león, de buey y de águila (Ez. 1:10; 10:20). Esto representa todos los seres creados. Cuando el cuerpo del Señor Jesús fue rasgado, toda la creación fue rasgada en El. El murió para que “por la gracia de Dios gustase la muerte por todas las cosas” (He. 2:9). A toda la creación se le dio fin juntamente con El. Por años usted ha tratado en vano de hacer el bien y de ser un creyente victorioso. Ahora Dios lo ha crucificado con Cristo. Cuando Cristo fue crucificado, toda la vieja creación fue crucificada, incluyéndolo a usted.

Necesitamos creer esta verdad; nuestros ojos deben ser abiertos para que veamos que Cristo llevó nuestros pecados y también nuestra persona a la cruz. Nuestros pecados fueron borrados, y nuestra persona fue crucificada. Cristo logró todo esto. Muchos fracasan porque continúan mirándose a sí mismos. Quienes tienen fe, deben mirar hacia la cruz y ver lo que Cristo logró. Dios me puso en Cristo. ¡Cuando Cristo murió, yo también morí!

Pero, ¿por qué esta “persona” todavía vive? Si ya fue crucificada, ¿por qué sigue viviendo? Para resolver este problema, usted debe creer e identificarse con Dios. Si mira su propio yo continuamente con la esperanza de mejorar, éste cobrará cada vez más vida. ¿Qué es la muerte? Es llegar a la extrema debilidad, al punto en el que no se puede ser más débil. Muchos no reconocen su propia debilidad y siguen esforzándose. Esto indica que aún no están muertos.

Romanos 6 dice que Dios nos crucificó juntamente con Cristo; sin embargo, Romanos 7 presenta a una persona que sigue valiéndose de su voluntad. Aunque Dios ya lo crucificó, uno sigue procurando hacer el bien. Por una parte no quiere morir, y por otra, tampoco logra hacer el bien. Si sólo dijera: “Señor, no puedo hacer el bien, y no creo que pueda llegar a lograrlo; no puedo y tampoco trataré”, todo estaría bien. Pero Romanos 7 nos dice que el hombre no está dispuesto a morir. Dios ya crucificó nuestro viejo hombre, pero nosotros no queremos morir; seguimos procurando hacer el bien. Hoy muchos creyentes se siguen esforzando, aunque bien saben que no pueden lograrlo. Con respecto a ellos, no hay nada que pueda hacerse. Supongamos que una persona es muy impaciente. ¿Qué puede hacer? Quizá haga todo lo posible por ser paciente por su propio esfuerzo. Cada vez que ora pide paciencia. Aún mientras trabaja, está pensando en la paciencia que necesita. Pero cuanto más trata de ser paciente, más impaciente se vuelve. En vez de tratar de ser paciente, debería decir: “Señor, Tú ya crucificaste esta persona impaciente. Soy impaciente. No quiero ser paciente ni voy a tratar de serlo”. Este es el camino de la victoria.

El Señor ya lo crucificó a usted. Usted simplemente debe decir amén. Puesto que usted ya fue crucificado, es inútil que trate de esforzarse por ser paciente. Dios sabe que usted no puede lograrlo y por eso lo puso en la cruz. Aunque siga tratando de ser paciente, Dios lo considera desahuciado. Aún más, ya lo crucificó. Es un gran error pensar que uno todavía puede hacer algo. También es un grave error esforzarse por vivir la vida cristiana. Dios ya sabe que nosotros no podemos hacerlo; la única opción que nos queda es la cruz. Aunque uno piense que puede lograrlo, Dios dice que no se puede y que sólo merecemos la muerte. ¡Qué gran necedad es luchar y seguir haciendo resoluciones! Dios sabe que no podemos lograrlo; así que más nos vale que nos pongamos de acuerdo con El. El sabe que debemos morir. Si uno dice: “Amén, moriré”, todo queda resuelto. La cruz es la evaluación que Dios ha hecho de nosotros. A los ojos de Dios, no podemos lograrlo. El sabe que la única alternativa que tenemos es la muerte. Si viéramos las cosas desde el punto de vista de Dios, todo quedaría solucionado. Hermanos y hermanas, Dios debe llevarnos hasta el punto en que aceptemos el veredicto que emitió sobre nosotros.

Aquí vemos dos aspectos: primeramente Cristo murió, y nosotros fuimos crucificados, lo cual Dios ya llevó a cabo. En segundo lugar, nosotros tenemos que reconocer el hecho; tenemos que decir amén. Estos dos aspectos deben operar para que la obra de Dios pueda tener algún efecto en nosotros. Si constantemente tratamos de hacer el bien y de ser pacientes y humildes, la obra de Cristo no tendrá ningún efecto en nosotros. Nuestra determinación de ser pacientes y humildes sólo empeorará las cosas. Más bien debemos inclinar la cabeza y decir: “Señor, Tú dijiste que estoy crucificado; así que yo diré lo mismo. Dijiste que soy inútil, por lo tanto, yo confesaré lo mismo. Dijiste que no puedo ser paciente, así que no trataré de serlo. Dijiste que no puedo ser humilde, entonces dejaré de intentar serlo. Eso es lo que soy. Es inútil que siga tratando de tomar más determinaciones. Solamente sirvo para permanecer el la cruz”. Si hiciéramos esto, ¡Cristo viviría y se expresaría en nosotros!

No debemos pensar que esto es algo difícil de hacer. Todo hermano y hermana debería aprender esta lección cuando recibe la salvación. Desde el comienzo debemos aprender a no vivir por nuestra cuenta. En lugar de esto, debemos permitir que el Señor viva. El problema radica en que muchos creyentes no han abandonado las esperanzas que tienen en sí mismos. Todavía siguen tratando de resolver los problemas solos. El Señor Jesús no tiene ninguna esperanza en ellos, pero ellos todavía siguen luchando y procurando encontrar maneras de vivir como cristianos. Tropiezan una y otra vez, y siguen levantándose e intentando avanzar. Pecan vez tras vez, pero siguen haciendo resoluciones. Todavía tienen esperanzas en ellos mismos. El día vendrá en que Dios les concederá gracia y les abrirá los ojos. Ese día verán que así como Dios los considera un caso perdido, ellos también deben estar conscientes de que están desahuciados. Puesto que Dios dijo que la muerte es el único camino, también ellos deben decir que la muerte es el único camino. Sólo entonces acudirán a Dios y confesarán: “Tú me crucificaste, así que yo no deseo seguir viviendo. Con Cristo estoy juntamente crucificado. De ahora en adelante, ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí”.

Por años hemos estado equivocados. Hemos cometido muchos pecados y hemos estado atados por mucha debilidad, orgullo y mal genio. Es hora de que renunciemos a nosotros mismos. Debemos acercarnos al Señor y decir: “Ya fue suficiente; nada de lo que he tratado ha funcionado. Renuncio. Señor, toma Tú el control. Estoy crucificado. Desde ahora vive Tú en mi lugar”. Esto es lo que significa decir “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”.

(Mensajes para creyentes nuevos: Nuestra vida #16, capítulo 1, por Watchman Nee)