Muchos creyentes descubren que su persona necesita ser demolida. No obstante, son demasiado inteligentes y tratan de usar medios artificiales para derribar la naturaleza vieja, su carácter y sus antiguos hábitos. Pero lo primero que Dios derribará serán nuestros medios artificiales. Hermanos y hermanas, es inútil y contraproducente valerse de la energía humana para tratar de derribar todo aquello que somos por naturaleza. Debemos comprender desde el principio que todo lo viejo se debe demoler. Sin embargo, no lo podemos hacer por nosotros mismos. Los esfuerzos del hombre por derribarse a sí mismo solamente producirán un adorno exterior y se convertirán en un estorbo para el crecimiento de la vida espiritual. No necesitamos demolernos a nosotros mismos; Dios se encargará de hacerlo.
Tengamos presente que Dios desea hacer esto y lo hará. No tenemos que inventar nada para quebrantarnos a nosotros mismos. Dios desea que dejemos este trabajo en Sus manos. Este concepto fundamental debe quedar profundamente impreso en nosotros. Dios trabajará en nosotros si El tiene misericordia de nosotros. Dios dispondrá un ambiente que demuela nuestro hombre exterior. Dios sabe cuánto necesita éste ser demolido, y conoce nuestros puntos férreos y nuestra obstinación. Puede ser que en muchas áreas reaccionemos con demasiada rapidez o con demasiada lentitud; posiblemente seamos demasiado flexibles o demasiado estrictos. Sólo Dios conoce nuestra necesidad y nadie más, ni siquiera nosotros mismos. Sólo El nos conoce completamente. Debemos permitir que El haga la obra.
Para poder entender la obra de quebrantamiento y de constitución en nosotros, nos referiremos a ella con la expresión la disciplina del Espíritu Santo. Aunque las circunstancias en su totalidad son dispuestas por Dios, es el Espíritu Santo quien las aplica a nuestro ser. Dios dispone el ambiente que nos rodea, pero el Espíritu Santo nos lo aplica. A esta conversión de eventos externos en experiencias internas, es a lo que llamamos la disciplina del Espíritu Santo. En realidad, Dios dispone nuestras circunstancias por medio del Espíritu Santo. El no ordena nuestras vidas directamente, sino por medio del Espíritu Santo. La dispensación o era que se extiende desde la ascensión del Señor hasta Su venida, es la dispensación del Espíritu Santo. En ella la obra de Dios se lleva acabo por obra del Espíritu Santo. El Espíritu Santo dispone nuestras circunstancias y provee la guía interior para los hijos de Dios. Hay algunos pasajes en el libro de Hechos que dicen que el Espíritu Santo indicó, impidió y prohibió. A esta disposición de las circunstancias por el Espíritu Santo y al impulso interior de detenernos y prohibirnos ciertas cosas, la llamamos “la disciplina del Espíritu Santo”. Esto significa que el Espíritu Santo nos disciplina en todo lo que experimentamos.
Esta disciplina no solamente nos guía, sino que también cambia nuestro carácter, lo cual no solamente incluye nuestra manera de actuar sino también nuestra personalidad. Tenemos una nueva vida dentro de nosotros; el espíritu de Dios mora en nosotros. El sabe lo que necesitamos y conoce la clase de experiencia que más nos conviene. La disciplina del Espíritu Santo se entiende como la obra que Dios lleva a cabo en la debida circunstancia por medio del Espíritu Santo, a fin de suplir nuestra necesidad, quebrantarnos y constituirnos. Así que, la disciplina del Espíritu Santo quebranta nuestro carácter, elimina nuestros hábitos naturales y nos constituye del Espíritu Santo en madurez y en dulzura.
Dios ha preparado todas nuestras circunstancias, pues aun nuestros cabellos están contados. Si un gorrión no cae a tierra sin el consentimiento del Padre, ¿cuánto más no estará nuestro ambiente bajo Su control? Una palabra áspera, un gesto hostil, una desgracia, un deseo insatisfecho, la repentina pérdida de la salud, una partida inesperada de un ser querido. Todo ello es regulado por el Padre. Sea alegría, aflicción, salud, enfermedad, gozo o dolor, todo lo que aparece en nuestro camino está aprobado por el Padre. Dios prepara todo lo que nos rodea con el propósito de quebrantar nuestro carácter viejo y reconstruirnos con uno nuevo. Dios hace todos los arreglos necesarios, sin que nosotros lo sepamos; así somos quebrantados, y el Espíritu Santo es forjado en nuestro ser para que adquiramos un carácter compatible con el de Dios. Este carácter divino se expresará día tras día en nosotros.
Tan pronto como creemos en el Señor, debemos estar seguros acerca de ciertos asuntos. Primero, necesitamos ser derribados, y luego reconstruidos. Segundo, nosotros no hacemos el trabajo de demolición ni de construcción; Dios lo prepara todo para demolernos y edificarnos.
(Mensajes para creyentes nuevos: Disciplina del Espíritu Santo, La #20, capítulo 1, por Watchman Nee)