Hombre espiritual, El (juego de 3 tomos), por Watchman Nee

EL ESPIRITU SANTO Y EL ESPIRITU HUMANO

Ya que vimos que el Espíritu Santo mora en los creyentes desde el día en que son regenerados, examinaremos ahora con más detalle dónde mora el Espíritu Santo, para poder entender Su obra en nosotros.

Debemos recordar que el verdadero significado de la regeneración no es un cambio externo ni un estímulo del alma ni del cuerpo, sino que el espíritu recibe vida. La regeneración es algo nuevo que sucede en el espíritu humano. Es el avivamiento del espíritu que estaba sumido en la muerte. El espíritu amortecido es avivado porque recibe una vida nueva. Pero lo más importante es que cuando recibimos un espíritu nuevo, también recibimos al Espíritu Santo, el cual viene a morar en nosotros. En Ezequiel 36:26-27 la expresión “pondré dentro de vosotros” se menciona dos veces, e indica que el Espíritu Santo mora en el espíritu humano.

Dijimos que nuestro ser es semejante al templo santo. “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Co. 3:16). Lo que el apóstol dice es que los creyentes son el templo de Dios, y por eso la morada del Espíritu Santo en ellos es semejante a lo que se menciona en el Antiguo Testamento, cuando Dios moraba en el templo santo. Aunque el templo en su totalidad denota la presencia de Dios y es el lugar donde El habita, Su verdadera morada era el Lugar Santísimo. El Lugar Santo y el atrio eran solamente donde Dios obraba según Su presencia en el Lugar Santísimo. Nuestro espíritu es representado por el Lugar Santísimo. De acuerdo a este ejemplo, es claro que el Espíritu Santo mora en nuestro espíritu.

La naturaleza del que mora y de la morada es la misma. Después de la regeneración del hombre, solamente el espíritu regenerado del hombre es apto para ser la morada del Espíritu Santo, no su mente, ni el asiento de sus emociones, ni su voluntad, ni su cuerpo. El es el que edifica y también el que mora. El no puede morar antes de edificar, así que edifica porque quiere tener donde morar; únicamente puede morar en lo que El ha edificado.

Como ya mencionamos, el ungüento santo no podía ser derramado sobre la carne del hombre. También mencionamos que en la Biblia, todo lo que pertenece al hombre antes de su regeneración, sin importar cual parte de su ser sea, es llamado “carne”. Por lo tanto, el Espíritu Santo no podía morar en el hombre. Esto también indica que el Espíritu Santo no puede morar en la mente, ni en la parte emotiva, ni en la voluntad, ni en el cuerpo del hombre. Ni siquiera puede morar en el espíritu de un hombre que no haya sido regenerado. Al igual que el ungüento santo, que no podía ser derramado sobre la carne, el Espíritu Santo no puede morar en la “carne”, pues El lucha contra la carne (Gá. 5:17); ésa es la única relación que tiene con la carne. Por lo tanto, si no existe en el hombre algo diferente a la carne, es imposible que el Espíritu Santo more en él. Por eso es tan importante la regeneración del espíritu.

Es muy importante el hecho de que el Espíritu Santo more en el espíritu del hombre. Si un creyente no sabe que el Espíritu Santo mora en la parte más profunda de su ser, más allá de su mente, su parte emotiva y voluntad, él esperará que el Espíritu Santo lo guíe desde su mente, desde sus emociones o desde su voluntad. Si entendemos esto, sabremos que estábamos engañados procurando ser dirigidos externamente, fuera del espíritu, en nuestra alma, o en nuestro cuerpo. De hecho, el Espíritu Santo mora en lo más profundo de nuestro ser. Por lo tanto, se espera que actúe allí; solamente allí encontraremos Su guía. Nuestra oración se dirige al “Padre celestial”, pero debemos saber que El está en nosotros guiándonos. Nuestro Consolador está en nuestro espíritu. Así que Su dirección también proviene de allí. Si buscamos una señal por medio de un sueño, una visión, una voz o un sentimiento fuera de nuestro espíritu, seremos engañados.

Muchos creyentes escudriñan sus propios pensamientos, sentimientos y opiniones, para ver si tienen paz, o cuánta gracia han recibido, o cuánto han progresado. Esto no es fe, y es muy peligroso, pues hace que el creyente aparte sus ojos de Cristo y se mire a sí mismo. Pero existe otra clase de búsqueda interior que es muy diferente a ésta. El mayor acto de fe es buscar la guía del Espíritu Santo, el cual habita en nuestro espíritu. Ni la mente, ni la parte afectiva ni la voluntad del creyente pueden percibir las cosas que están dentro de él mismo; sin embargo, aun en la más densa oscuridad, él debe creer que Dios le dio un espíritu nuevo, en el cual mora el Espíritu Santo. El hombre creía en el Dios que habitaba detrás del velo y le temía, aunque no lo veía; asimismo el Espíritu Santo que mora en el espíritu del hombre tampoco puede ser visto por su alma ni por su cuerpo.

Después de ver esto, sabemos qué es la verdadera vida espiritual. No es pensamientos ni visiones; tampoco es sensaciones de gozo ni felicidad, ni estremecimientos repentinos ni contacto con fuerzas exteriores, sino que esta vida procede del Espíritu que habita en lo más recóndito del hombre. La verdadera vida espiritual es más profunda que la mente, las emociones y las sensaciones del cuerpo, pues se encuentra en lo más profundo del hombre. Andar conforme al espíritu equivale a conocer el sentir interior del espíritu que habita en lo mas hondo de nuestro ser y seguirlo. No importa cuán maravillosas sean las experiencias que se tengan en el intelecto, en las emociones o en la voluntad, si son superficiales y no pasan de los sentimientos, entonces no son del espíritu. Sólo el efecto producido por la obra del Espíritu Santo en el espíritu del hombre puede considerarse una experiencia espiritual. Cualquier otra cosa es sólo pensamientos y sentimientos. La vida espiritual necesita fe.

En Romanos 8:16 dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu” (no nuestro corazón ni nuestra alma), “de que somos hijos de Dios”. El espíritu del hombre es la parte en la cual él puede obrar juntamente con el Espíritu Santo. ¿Cómo sabemos qué fuimos salvos y qué somos hijos de Dios? Lo sabemos porque nuestro espíritu fue vivificado y porque en él habita el Espíritu Santo. Nuestro espíritu fue regenerado y renovado, y en él habita el Espíritu Santo, quien es distinto a nuestro espíritu. El da testimonio en nuestro interior juntamente con nuestro espíritu.

(Hombre espiritual, El (juego de 3 tomos), capítulo 15, por Watchman Nee)