Leemos en el versículo 9: “Además, tuvimos a nuestros padres carnales que nos disciplinaban, y los respetábamos. ¿Por qué no nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos?” El apóstol hace notar que nuestros padres carnales nos disciplinaban y los respetábamos. Reconocíamos que la disciplina era correcta y la aceptábamos. ¿No es mucho mejor someternos al Padre de los espíritus y vivir?
Esto nos muestra que la filiación nos conduce a la disciplina, y ésta produce sumisión. Debido a que somos hijos, experimentamos la disciplina; puesto que ésta nos es aplicada, produce en nosotros sumisión. Dios ordena todas nuestras circunstancias con el propósito de adiestrarnos. Nos encierra, de tal manera que no tenemos más remedio que seguir Su camino.
Debemos obedecer a Dios en dos asuntos: obedecer Sus mandamientos y obedecer Su corrección. Por una parte, tenemos que obedecer la palabra de Dios, Sus mandamientos; tenemos que obedecer los preceptos que constan en la Biblia. Por otra parte, nos debemos sujetar a lo que Dios hace en nuestras circunstancias. Debemos hacer caso al castigo que nos inflige. En muchas ocasiones, es suficiente obedecer la palabra de Dios. Pero hay casos en los que también tenemos que sujetarnos a la disciplina de Dios. El ha dispuesto muchas cosas en nuestro ambiente, y nosotros debemos aprovechar esto y aprender las lecciones que ellas nos ofrecen. Este es el beneficio que Dios ha establecido para nosotros. El desea guiarnos por el camino recto. Debemos aprender a obedecer no solamente Sus mandamientos, sino también Su disciplina. No es fácil obedecer la disciplina de Dios, pero nos pone en el camino recto.
La obediencia no es una simple palabra. Muchos hermanos preguntan: “¿A qué tengo que obedecer?” La respuesta es simple. Podemos pensar que no tenemos que obedecer nada, pero cuando Dios nos disciplina un poquito, inmediatamente procuramos escapar. Es extraño que muchas personas parecen no tener ningún mandamiento que obedecer. Recuerden que cuando la mano disciplinaria de Dios está sobre nosotros, debemos obedecer. Algunos pueden preguntarse: “¿Por qué no nos referimos a la mano de Dios como la mano que guía? ¿Por qué llamarla la mano que nos disciplina? ¿Por qué no decir que Dios nos guía por todo el camino, en lugar de decir que El nos castiga?” Dios sabe cuán terrible es nuestro mal genio, y nosotros también lo sabemos. Hay muchas personas que nunca obedecerían sin la debida disciplina.
Debemos estar conscientes de la clase de personas que somos a los ojos de Dios. Somos rebeldes y obstinados por naturaleza. Somos como niños traviesos, que no obedecen a menos que el padre tenga una vara en la mano. Todos nosotros somos iguales. Algunos hijos nunca obedecen a menos que se les regañe o azote. Se les tiene que dar una azotaina para que hagan caso. Tengan presente que nos estamos refiriendo a nosotros mismo. Sólo prestamos atención cuando se nos castiga. Si no se nos azota, seguimos orondos. Por esta razón, la disciplina es absolutamente necesaria. Deberíamos conocernos a nosotros mismos; no somos tan simples como pensamos. Unos buenos azotes tal vez no nos cambien mucho. El apóstol nos mostró que el fin del castigo es hacernos humildes y obedientes. El dijo: “Nos someteremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos”. La sumisión y la obediencia son virtudes indispensables. Debemos aprender a obedecer a Dios y decir: “Dios, estoy dispuesto a someterme a Tu disciplina. Todo lo que Tú haces es correcto”.
(Mensajes para creyentes nuevos: Disciplina de Dios, La #19, capítulo 1, por Watchman Nee)