Los incrédulos han pasado por la etapa correspondiente a la creación y permanecen en la etapa de la caída; pero los creyentes han sido trasladados a la tercera etapa: la etapa de la salvación de Dios. Esto significa que como creyentes no solamente poseemos la vida humana y la vida satánica, sino también la vida divina, la vida de Dios. Así como Satanás —en la caída— nos inyectó su vida, con lo cual nos unió a él, nos ganó para sí y nos poseyó con todas las maldades propias de su vida, también Dios —en Su salvación— puso Su vida dentro de nosotros, con lo cual nos unió a Él, nos ganó para Sí y nos poseyó con todas las riquezas propias de Su vida. Por tanto, así como el aspecto crucial de la caída fue la vida, también el aspecto crucial de la salvación es la vida. Ahora, además de nuestra original vida humana creada y la vida de Satanás que obtuvimos mediante la caída, también tenemos la vida de Dios.
La vida que tenemos en la salvación de Dios es una vida humana mezclada con la vida divina: la vida eterna. El Evangelio de Juan revela que recibimos la vida divina al creer en el Hijo de Dios (1:12-13; 3:15-16). La vida divina no entra en nosotros para reemplazar nuestra vida humana; más bien, la vida divina se mezcla con la vida humana. Esta mezcla de la vida humana y la vida divina es ilustrada por el injerto de la rama de un árbol en otro árbol. Al realizarse un injerto, dos vidas se unen para después crecer juntas orgánicamente. Debido a que la vida humana fue hecha a imagen de Dios y conforme a Su semejanza, ella puede ser unida a la vida divina y mezclarse con ella. Aunque nuestra vida humana no es la vida divina, se parece a ella. Por tanto, estas dos vidas pueden ser unidas mediante un injerto y crecer juntas orgánicamente. Ésta es la mezcla de la vida humana con la vida divina en los creyentes.
(Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 114-134), capítulo 1, por Witness Lee)