Los cristianos somos personas complejas. Un cristiano tiene tres vidas. Cuando Adán estaba en el huerto del Edén antes de la caída, sólo tenía una vida, la vida humana creada. Después de la caída entró en él otra vida, la vida satánica. Desde entonces, el hombre empezó a comportarse de dos maneras. A veces actuaba como hombre, pero otras veces se comportaba como el diablo. Tal vez usted se vaya a trabajar en la mañana como un hombre y regrese a casa al final del día como un diablo. En cuestión de un minuto usted puede cambiar de una condición a otra. Esto se debe al hecho de que tiene dos vidas en su interior.
Puesto que toda vida tiene una ley e incluso es una ley, a cada una de estas dos vidas le corresponde una ley. En Romanos 7 Pablo describe estas dos leyes. Él nos dice que en su mente quería hacer el bien (vs. 15-24). El hombre que Dios creó era bueno, moral y ético. El amor, la humildad, la bondad y todas las demás virtudes fueron creadas por Dios. Es por eso que el hombre es un ser ético. Sin embargo, cuando cayó, otra vida entró en él. Esta vida satánica trajo consigo otra ley, una ley que es llamada “el mal”. Ésta es la ley del pecado, la cual acarrea muerte; es por eso que en Romanos 8:2 es llamada la ley del pecado y de la muerte. Estas dos leyes, la ley del bien y la ley del pecado y de la muerte, están presentes en el hombre caído.
En el momento en que fuimos salvos, recibimos una tercera vida, la vida divina. Ahora, pese a que somos una sola persona, tenemos tres vidas. Tenemos la vida humana, la cual es buena; la vida satánica, la cual es maligna; y la vida divina, la cual es espiritual. Estas vidas tienen sus correspondientes leyes. ¡Cuán complejos somos!
Aun desde que somos jóvenes, a menudo tenemos la intención de hacer lo bueno. Queremos amar a nuestros padres y ser buenos con nuestros hermanos y hermanas. Ésta es la ley humana. Sin embargo, no depende de nosotros. “El querer el bien está en mí, pero no el hacerlo” (7:18). Cómo acaben las cosas depende de otra ley. “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso practico” (v. 19). Pablo concluye diciendo que si hace lo que no quiere, entonces ya no lo hace él, sino el pecado que mora en él (v. 20). El pecado que mora en nosotros actúa de manera contraria a nuestra voluntad. Esto es una ley.
La tercera vida, la vida divina, es la más fuerte. Por consiguiente, su ley también es la más fuerte. Ésta es la ley del Espíritu de vida. La palabra Espíritu aquí se refiere al Espíritu de Dios, y la palabra vida se refiere a Su vida divina. Tenemos una ley que opera en nosotros, ¡la cual es la ley más fuerte de todo el universo! Esta ley del Espíritu de vida nos ha librado de la ley del pecado y de la muerte (8:2).
Estas dos leyes, la ley del pecado y de la muerte y la ley del Espíritu de vida, operan dentro de nosotros. Ellas operan conforme a una ley, no conforme a actividades. El proceso de digestión opera por medio de una ley, no por actividades, cada vez que comemos. De manera similar, el que una persona caída peque no es simplemente una cuestión de actividad sino de una ley. Pecar es algo que está relacionado con una ley. Ser librados del pecado también se efectúa por medio de una ley, una ley más fuerte.
(Intención eterna de Dios y el complot de Satanás en contra de dicha intención, La, capítulo 1, por Witness Lee)