Los mensajes anteriores sobre la persona de Cristo han tratado principalmente sobre la persona de Cristo en el elemento divino. Ahora debemos ver Su persona en el elemento humano. Sin duda alguna, este aspecto de Cristo también tiene por finalidad la impartición de Dios. Para que Dios se impartiera en nuestro ser, era necesario que Él se hiciera un hombre. Antes que Dios pudiera impartirse en nosotros, Él primero tenía que impartirse en Cristo Jesús el hombre.
Hemos señalado que en Su encarnación, Cristo fue concebido del Espíritu de Dios y nació de una virgen humana. Debido a esta concepción y nacimiento, Él posee tanto la esencia divina como la esencia humana. Por tanto, cuando Cristo se hizo hombre, Él era el Dios-hombre poseedor de la esencia divina y la esencia humana. Ahora debemos considerarlo a Él, el Dios-hombre, en Su vivir humano.
En Su vivir humano Cristo fue el Hijo del Hombre, hallado en Su porte exterior como hombre. Él no era solamente el Hijo del Hombre, sino que además fue hallado en Su porte exterior como hombre, pues vivió como un hombre. En Mateo 8:20 el Señor se refiere a Sí mismo como el Hijo del Hombre: “Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar Su cabeza”. En Su vivir, el Señor Jesús continuamente vivió en Su porte exterior como hombre. Por tanto, Filipenses 2:8 dice que en Su vivir humano Él fue “hallado en Su porte exterior como hombre”. La frase porte exterior denota la apariencia externa, la semblanza. Ésta es una repetición específica de la noción de semejanza hallada en Filipenses 2:7. El aspecto de Cristo en Su humanidad, lo que los hombres veían, era Su porte exterior de hombre. Habiendo sido hallado en Su porte exterior como hombre, con aspecto de hombre, Él se humilló a Sí mismo. Esto significa que Él era un hombre y, como tal, Él no exigía nada para Sí; más bien, se humilló incluso al punto de morir en una cruz. Primero, teniendo la forma de Dios, Él se despojó a Sí mismo. Luego, hallado en Su porte exterior como hombre, se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente incluso hasta la muerte (Fil. 2:7-8).
En Su vivir humano, Cristo también era un nazareno menospreciado (Jn. 1:45-46). María concibió un niño en Nazaret (Lc. 1:26-27, 31). Sin embargo, según la profecía en Miqueas 5:2, Cristo tenía que nacer en Belén. Bajo el arreglo soberano de Dios, César Augusto ordenó un censo (Lc. 2:1-7), lo cual obligó a todos los habitantes a regresar a sus lugares de origen. María y José tuvieron que regresar a Belén, su pueblo natal. Inmediatamente después que ellos llegaron a Belén, Jesús nació allí. A la postre, un error cometido por los magos suscitó el odio y el celo del rey Herodes, quien se enfureció porque un niño destinado a ser rey hubiera nacido. Luego José, en un sueño, fue dirigido a llevar al niño a Egipto (Mt. 2:13-15). Esto le permitió a Dios cumplir la profecía dada en Oseas 11:1. Después que Herodes murió, a José se le dijo, en otro sueño, que regresara a la Tierra Santa (Mt. 2:19-20). Cuando José regresó y se enteró de que Arquelao, el hijo de Herodes, reinaba en Judea, tuvo temor de permanecer en territorio cercano a Belén; por tanto, se fue a Nazaret, donde Jesús fue criado (vs. 21-23). Por esta razón, Jesús fue llamado el nazareno (26:71; Mr. 10:47).
Cuando Jesucristo nació en el linaje humano, Él apareció de una manera en cierto modo oculta, en una manera que no era pública ni evidente para todos. Él fue llamado Jesús el nazareno debido que Él procedía de Nazaret. Cuando Felipe conoció a Jesús, él comprendió que Jesús era el Mesías. Después, Felipe fue a Natanael y le dijo que había conocido al Mesías y que éste era hijo de José, un varón de Nazaret. De inmediato Natanael le dijo: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn. 1:45-46). ¿Le dio Felipe a Natanael la información equivocada? Es difícil decirlo. Felipe sólo sabía que Jesús era el hijo de José y que era un nazareno. Aunque Jesús procedía de Nazaret y era un nazareno, Él no había nacido en Nazaret, sino en Belén. Natanael se sentía turbado. Sin embargo, Felipe no discutió con él, sino que simplemente le dijo: “Ven y ve” (v. 46).
Cristo, la descendencia de David, nació en Belén, pero se presentó como un nazareno de Galilea (Jn. 7:52), una aldea menospreciada por la gente de aquel entonces. Debido a que el Señor creció en Nazaret, los demás no lo consideraron como alguien nacido en Belén. En cierta ocasión Nicodemo, quien había venido a conocer a Jesús, intentó argumentar con los fariseos con respecto a Jesús. Ante ello, los fariseos le preguntaron: “¿Eres tú también galileo?” (v. 52). Galilea era una región gentil; la Biblia habla de “Galilea de los gentiles” (Mt. 4:15). Los fariseos parecían decirle a Nicodemo: “¿Eres tú también de Galilea? Sabemos que Jesús procede de Galilea, pero de Galilea no salen profetas”. Aparentemente, Jesús procedía de Galilea, de Nazaret; pero, en realidad, Él había nacido en Belén en conformidad con Su manera escondida y secreta de presentarse. En calidad de nazareno, el Señor creció como “raíz de tierra seca”, sin tener un “aspecto atractivo ni majestad”, “ni apariencia hermosa para que le deseemos”, pues Él “fue despreciado y desechado de los hombres” (Is. 53:2-3). Por esta razón, no debemos conocerle según la carne (2 Co. 5:16), sino según el Espíritu.
Como nazareno menospreciado, el Señor Jesús externamente no era una persona en una posición elevada; más bien, Él estaba en una posición inferior, no en cuanto a su estándar, moral o virtudes, sino en cuanto a Su rango y posición. Cuando Él se hizo hombre, Él tomó la posición y el rango más bajo. Por tanto, Él fue menospreciado como nazareno.
Galilea era una provincia menospreciada, y los galileos eran personas menospreciadas. Si consultan un mapa, verán que Samaria estaba entre Judea y Galilea. De estas tres provincias, Judea era tenida en alta estima. Samaria era menospreciada porque sus pobladores eran de sangre mixta. Aunque los galileos no eran de sangre mixta, aún así Galilea era considerada una región inferior. Todos los pobladores de esa región, en especial los habitantes de Nazaret, eran menospreciados. Tal como hicimos notar, aunque Cristo nació en Belén, la ciudad real de David, Él creció en Nazaret y, como resultado, fue conocido como un nazareno.
Mateo 2:23 dice: “Vino y habitó en la ciudad que se llama Nazaret, para que se cumpliese lo que fue dicho por medio de los profetas, que habría de ser llamado nazareno”. Aquí “los profetas”, en plural, indica que no se refiere a una profecía en particular, sino a una síntesis del significado de varias profecías, tales como la contenida en Salmos 22:6-7. El título nazareno puede referirse a la palabra vástago en Isaías 11:1, la cual es la palabra hebrea netzer. Aquí el vástago, que representa a Cristo, es un brote [o retoño] “del tocón de Isaí”, el padre de David. Para cuando Jesús nació, el trono de David había sido derribado. Esto significa que el tronco real de David había sido talado, pero después un nuevo brote había retoñado del tocón de Isaí y crecido de sus raíces. Este brote retoñó y creció en medio de una situación de humillación. Jesús no nació en una casa real reconocida y honrada, ni tampoco creció en una ciudad de renombre como Jerusalén. Él nació en un hogar pobre y creció en un pueblo menospreciado. Todo esto hizo de Él un nazareno, no la rama elevada de un árbol majestuoso, sino un brote aparentemente insignificante del tocón de Isaí.
Aunque Jesús era un nazareno, en Su interior estaba la gloria de Dios. Por tanto, no debemos conocer a Cristo conforme a Su apariencia externa; más bien, debemos saber discernir la realidad interna de Cristo.
(Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 021-033), capítulo 7, por Witness Lee)