LA ENCARNACIÓN DE LA TRINIDAD DIVINA IMPARTE
A LOS HOMBRES LA GRACIA Y LA REALIDAD DIVINAS
A fin de llevar a cabo Su intención, Dios primero se encarnó. Antes de la encarnación, Dios era solamente Dios, es decir, estaba separado del hombre que había creado. El hecho de que Dios se encarnara significa que se hizo hombre con un cuerpo humano de carne y sangre (He. 2:14). La encarnación de la Trinidad Divina impartió la gracia y la realidad divinas a los hombres. Juan 1:14 dice: “Y la Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros (y contemplamos Su gloria, gloria como del Unigénito del Padre), llena de gracia y de realidad”. Según la enseñanza del Nuevo Testamento, la gracia es Dios mismo dado a nosotros para nuestro disfrute. La gracia no es una cosa externa, como una casa, un buen auto o un buen negocio. En 1 Corintios 15:10 Pablo nos dio a entender que la gracia es una persona cuando dijo: “He trabajado mucho más que todos ellos; pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo”. La gracia es Dios mismo dado al hombre para que éste lo reciba y lo disfrute.
La realidad en Juan 1:14 es el propio Dios a quien contactamos, ganamos y poseemos. Nada es tan real como Dios. Aparte de Dios, todo es vanidad de vanidades (Ec. 1:2). Cuando recibimos a Dios, obtenemos la realidad. Tanto la gracia como la realidad son Dios mismo. Dios se hizo carne a fin de impartirse a nosotros. Cuando Él se imparte a nosotros, Él es la gracia que disfrutamos y la realidad que poseemos. El propósito de la encarnación de Dios era que Dios se impartiera a Sí mismo en nosotros como gracia y realidad.
(Impartición divina par ala economía divina, La, capítulo 4, por Witness Lee)