LA RESURRECCIÓN DEL HIJO CRUCIFICADO
IMPARTE LA VIDA DIVINA
EN LOS CREYENTES REGENERADOS
PARA QUE SE EFECTÚE LA IMPARTICIÓN DIVINA
Primeramente, Dios se encarnó como hombre y se dio a Sí mismo al hombre en el Hijo a fin de que el hombre le recibiera. Luego, a fin de ser la vida del hombre, Él pasó por la muerte para liberar la vida divina que estaba en Su interior. Cristo, después de Su crucifixión, resucitó de entre los muertos. La resurrección del Hijo crucificado impartió la vida divina en los creyentes regenerados, efectuándose así la impartición divina (Jn. 3:5; 1 P. 1:3b). La muerte de Cristo liberó Su vida divina que estaba dentro de Su cáscara humana, y la resurrección la impartió y aplicó a nosotros. Esta aplicación ocurrió en el momento en que fuimos regenerados. Todos nacimos de la carne, y necesitábamos renacer del Espíritu. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. En nuestro segundo nacimiento, nuestro espíritu fue regenerado por el Espíritu, quien es Cristo en resurrección. En 1 Pedro 1:3 dice: “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según Su grande misericordia nos ha regenerado para una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos”. Según nuestra perspectiva, nosotros fuimos regenerados después que nacimos; sin embargo, según la perspectiva de Dios, nosotros fuimos regenerados cuando Cristo resucitó, aproximadamente dos mil años atrás.
(Impartición divina par ala economía divina, La, capítulo 4, por Witness Lee)