Lecciones de vida, tomo 4, por Witness Lee

III. CREER Y SER BAUTIZADOS

A. Creer

1) “Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mr. 1:15).

Esta palabra nos muestra que para disfrutar de la salvación de Dios tenemos que arrepentirnos y también creer. Por el lado negativo, cuando nos arrepentimos, sentimos remordimiento y confesamos nuestros pecados para aclarar y enderezar nuestra condición que está caída y alejada de Dios. Por el lado positivo, cuando creemos, creemos en Cristo y recibimos a Dios en nuestro interior, para que le obtengamos a El y Su vida eterna.

2) “Para que todo aquel que en El cree, tenga vida eterna” (Jn. 3:16).

Cuando creemos en el Señor, entramos en el Señor, para estar unidos a El en la vida eterna de Dios a fin de disfrutar de la plena salvación que Dios preparó en El. Por lo tanto, el hecho de que “creer” es “creer en [entrar en creyendo]” lleva un sentido fuerte de estar juntado y unido.

3) “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Jn. 1:12).

Creer no es sólo “creer en” sino también recibir. “Creer en” es lo mismo que “estar unido a”, refiriéndose a estar unidos nosotros a Cristo, en quien hemos creído; recibir significa recibir al Cristo en quien hemos creído y quien ha entrado en nosotros para unirse a nosotros. Nuestro creer en Cristo nos hace ser los que están en Cristo; nuestro recibir a Cristo hace que El sea el que está en nosotros. La expresión “en Cristo” se refiere al comienzo de nuestra unión con El, el cual nos proporciona la posición y esfera para disfrutar de la plena salvación de Dios; la expresión “Cristo en nosotros” se refiere al progreso de esta unión, el cual nos da además la experiencia y los elementos del disfrute de la plena salvación de Dios. Si permitimos que continúe sin estorbos o distracciones nuestra experiencia de estos dos aspectos —que nosotros estamos en Cristo y que Cristo está en nosotros— disfrutaremos rica e incesantemente de la plena salvación de Dios en Cristo.

4) “A los que se les ha asignado, en la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que la nuestra” (2 P. 1:1).

La fe mediante la cual creemos en Cristo y recibimos a Cristo, y por la cual somos salvos (Ef. 2:8), es como la fe preciosa que nos fue asignada. La palabra “asignado” indica que no tenemos esta fe en nosotros mismos; más bien, la obtenemos de Dios. Además, esta fe es “igual”, es decir, es de la misma y sola entidad. La expresión “una fe igualmente...” indica que la fe poseída por nosotros, los que hemos creído en Cristo y hemos recibido a Cristo, es de una misma y sola entidad, de la cual a cada uno de nosotros nos fue dada una asignación. Esto es como la totalidad de la buena tierra de Canaán que fue asignada a los israelitas en el Antiguo Testamento (Jos. 14:1-5). La buena tierra de Canaán en el Antiguo Testamento tipifica al Cristo todo-inclusivo en el Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento, Dios da este rico Cristo como una herencia asignada a todos los que El escogió. Esta herencia está incluida en la fe, y mediante esta fe nos fue asignada la herencia y por esta fe hemos recibido la herencia. Por consiguiente, esta fe nuestra es la herencia que recibimos de Dios. Esta fe también es aquélla mediante la cual nos fue asignada esta herencia de Dios y por la cual hemos recibido esta misma herencia. Por lo tanto, la herencia asignada por Dios y la fe mediante la cual nos fue asignada la herencia de Dios y por la cual hemos recibido esta herencia son la misma cosa, es decir, son Cristo mismo dado a nosotros por Dios. Por una parte, el Cristo dado a nosotros por Dios es nuestra herencia que proviene de Dios; por otra, El es también la fe mediante la cual nos fue asignada la herencia de Dios y por la cual hemos recibido esta misma herencia. Ambas son Cristo. Cuando escuchamos y creemos en el evangelio, el Espíritu Santo, quien nos santifica y hace que nos arrepintamos, introduce a Cristo en nosotros para ser nuestra herencia que proviene de Dios por un lado, y, por otro, para ser la fe mediante la cual nos es asignada la herencia de Dios y por la cual recibimos la herencia. Ambas son la porción que Dios nos da, es decir, la porción de los santos que proviene de Dios (Col. 1:12). Además, el Espíritu Santo, quien introduce a Cristo en nosotros, es la máxima expresión del Dios Triuno alcanzándonos y entrando en nosotros para introducir a Cristo en nosotros como nuestra porción eterna que proviene de Dios. Por lo tanto, el Dios Triuno entra en Su pueblo escogido para ser su fe, haciendo que ellos entren en El para estar unidos a El como una sola entidad en Su vida divina. Este es el significado máximo de la mismísima fe por la cual entramos en Cristo.

B. Ser bautizados

1) “El que crea y sea bautizado, será salvo” (Mr. 16:16).

Esta simple y clara palabra nos revela adicionalmente que para poder disfrutar de la plena salvación de Dios, no sólo necesitamos creer sino también ser bautizados. Creer y ser bautizados no son dos pasos, sino un paso que exige los dos pies. Ambos son necesarios para completar un paso. Creer es la realidad interior de nuestra entrada en Cristo, y ser bautizados es la confesión, el testimonio, la señal y la declaración de nuestra entrada en Cristo.

2) “Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos” (Gá. 3:27).

Tal como nuestro creer interior es nuestra entrada en Cristo, así también lo es nuestro bautismo exterior. Es sólo cuando estos dos se combinan que hay una entrada completa y substancial. Mediante la fe y el bautismo entramos en Cristo completa y substancialmente, revistiéndonos de Cristo como la justicia que obtenemos creyendo en El. Así llegamos a ser herederos de Dios (Lc. 15:21-23) para recibir al Cristo de Dios como nuestra herencia. (Gá. 3:29).

3) “Todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en Su muerte” (Ro. 6:3); “Sepultados juntamente con El [con Cristo] en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados juntamente con El” (Col. 2:12).

Cuando somos bautizados en Cristo, somos también bautizados en Su muerte. Siendo sumergidos en El, tenemos una unión con El, así que todo lo que El experimentó llega a ser nuestra experiencia. Puesto que El experimentó la muerte y resurrección, nosotros participamos en la muerte y resurrección que El experimentó siendo bautizados nosotros en El para estar unidos a El. Morimos con El en Su muerte y fuimos de esta manera librados de todo lo que es de la vieja creación. Fuimos también resucitados con El en Su resurrección para entrar en todo lo que es de la nueva creación.

4) “Esta [el agua] os salva ahora a vosotros, como antitipo, en el bautismo (no quitando las inmundicias de la carne, sino como petición de una buena conciencia a Dios) por medio de la resurrección de Jesucristo” (1 P. 3:21).

Así como el diluvio rescató de esa generación corrupta a la familia de Noé (Gn. 6:11, 17), así el bautismo nos rescata del mundo corrupto. Este bautismo no es quitar las inmundicias de la carne, sino es una petición de una buena conciencia a Dios. Es una petición de una buena conciencia a Dios por aquéllos que son bautizados, a fin de que puedan testificar ante el hombre que todos sus problemas con Dios han sido resueltos, que ya no hay más acusación en su conciencia, que al contrario, están llenos de paz y fe, y que han sido bautizados en el Dios Triuno (Mt. 28:19). Además, por la resurrección de Cristo, esto es, por el hecho de que Cristo se hizo el Espíritu de vida en resurrección, ellos están orgánicamente unidos a El.

La santificación del Espíritu Santo, nuestro arrepentimiento, nuestro creer y ser bautizados, los cuales acabamos de ver, son los tres pasos necesarios para que disfrutemos de la plena salvación de Dios en Cristo. Además, en nosotros que estamos experimentando la plena salvación de Dios, la experiencia de la realidad de estos tres pasos debe repetirse como un ciclo, una y otra vez.

(Lecciones de vida, tomo 4, capítulo 1, por Witness Lee)