Primero, debemos tener la base y el fundamento apropiados de estar en el espíritu. Después Pablo ora para que “sepáis cuál es la esperanza a que El os ha llamado” (v. 18). Como hemos sido llamados por Dios, ahora tenemos una esperanza maravillosa. El concepto de Pablo es que esta esperanza es nuestro destino y también nuestra destinación. Todos necesitamos ver la esperanza, el destino y la destinación a la que Dios nos ha llamado.
La esperanza a que Dios nos ha llamado no consiste en que vayamos al cielo. Aunque este pensamiento tradicional lo tienen muchos cristianos, es supersticioso y está completamente fuera del hilo de la revelación de la Biblia. En el Nuevo Testamento e incluso en toda la Biblia, simplemente no se puede encontrar un versículo donde Dios diga claramente que cuando morimos, nos iremos al cielo.
A través de los siglos, muchos han tenido el concepto de que la casa del Padre en Juan 14 se refiere a una mansión en los cielos a la cual los creyentes van después de morir. Algunas versiones traducen Juan 14:2 como sigue: “En la casa de mi Padre hay muchas mansiones”. Pero si buscamos en el texto griego, encontraremos que en el mismo capítulo, la palabra traducida mansiones en el versículo 2 es la misma que se traduce morada en el versículo 23: “El que me ama ... y vendremos a él, y haremos morada con él”. La única diferencia que existe entre estas dos citas es que en el versículo 2 la palabra está en plural, y en el versículo 23 está en singular. Según el griego, no es mansiones en Juan 14:2, sino moradas: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”.
Cuando era joven, oí a un respetable maestro de la Biblia decir: “Juan 14 nos dice que el Señor Jesús se fue a prepararnos mansiones en los cielos. Después que las haya preparado, regresará para llevarnos allí. Como no ha regresado todavía, esto quiere decir que todavía El no ha terminado las mansiones. El Señor Jesús mismo ha estado edificando estas mansiones por más de mil novecientos años y aún no ha terminado. Consideren cuán maravillosas serán esas mansiones”. En ese tiempo, fui realmente capturado, y dije: “Señor, gracias. No me importa en qué clase de choza pobre viva hoy. Tú me estás preparando una gran mansión maravillosa, magnífica, tan esplendorosa en los cielos, pero todavía no está terminada”. Creí esta clase de enseñanza por muchos años. Luego un día, después de casi veinte años, el Señor me abrió los ojos y vi la verdad en cuanto a todas estas cosas, y arrojé a un lado todas esas enseñanzas tradicionales y supersticiosas.
Las palabras del Señor: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (14:2), no quieren decir que El fue a los cielos a edificar una gran mansión para nosotros. La intención de Dios en el Evangelio de Juan no es edificar una mansión física en los cielos y después llevarnos allá. Esto está absolutamente en contra del concepto de ese libro. El concepto principal del Evangelio de Juan consiste en Jesús como la Palabra quien era Dios. Después se hizo carne para morir en la cruz por nosotros para que pudiéramos ser redimidos. En Su resurrección, se forjó a Sí mismo en Su pueblo redimido para que pudiera ser regenerado, nacido de Dios. Como resultado, Dios puede estar en nosotros y nosotros podemos estar en Dios. La intención de Dios es morar en nosotros y que nosotros moraríamos en El (Jn. 14:20; 1 Jn. 4:13). Mientras estamos en el Señor y el Señor en nosotros, no debe importarnos si las moradas están en los cielos o en la tierra. Nosotros no somos para los cielos; somos para el Señor. Los cielos no son nuestra morada, pero el Señor Jesús sí. Nosotros moramos en El, y El mora en nosotros.
No debemos confiar en las enseñanzas tradicionales y muchas veces supersticiosas que hemos recibido en el pasado. No es tan sencillo entender e interpretar la Biblia. Necesitamos preguntarnos qué quiere decir: “En la casa de mi Padre” en este libro. En el Evangelio de Juan, esta expresión se usa dos veces: en 14:2 y también en 2:16. En el capítulo dos el Señor Jesús dijo: “No hagáis de la casa de Mi Padre casa de mercado”. Aquí el término casa de Mi Padre se refiere al templo de Dios. Luego en el versículo 19 el Señor dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”. Juan nos dice que el Señor quería decir que Su cuerpo era el templo (v. 21). Los judíos trataron de matarle, de destruir Su cuerpo en la cruz, pero en tres días El levantó Su cuerpo. Ahora en la resurrección este cuerpo no es solamente el propio cuerpo físico del Señor sino también Su Cuerpo místico, la iglesia. En Juan 2 la casa del Padre es el templo de Dios, y el templo de Dios es el Cuerpo de Cristo, la iglesia, producida mediante la muerte y resurrección del Señor. Si en el capítulo dos la expresión “casa de Mi Padre” denota la iglesia, no sería lógico que denotara los cielos en el capítulo catorce del mismo libro.
En 14:2 el Señor dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay ... voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. Con estas palabras, el Señor revela que en la iglesia hay muchas moradas. Además, Su ida para prepararnos un lugar fue Su ida mediante Su muerte y resurrección. Mediante Su muerte en la cruz, El cumplió la redención para quitar cada obstáculo que hay entre Dios y el hombre, lo cual nos abrió el camino para que tuviéramos una posición, un lugar, en Dios. Mediante Su resurrección, El se transfiguró de la carne al Espíritu para poder regenerar a Su pueblo redimido, para entrar y morar en ellos. Como resultado de pasar El por la muerte y la resurrección, nosotros llegamos a ser Sus moradas. Dios mora en nosotros, y nosotros moramos en Dios. En el capítulo quince, este morar mutuo es claramente revelado por las palabras del Señor: “Permaneced en Mí, y Yo en vosotros” (v. 4). La palabra griega traducida “permaneced” en este versículo es la raíz de las palabras traducidas “moradas” y “morada” en 14:2 y 23. El verbo morar (Gr. méno), es la raíz del sustantivo, morada (Gr. moné). El capítulo catorce habla del sustantivo, el lugar, la morada. Después el capítulo quince se refiere al verbo, la acción, el permanecer. Antes de poder morar, se necesitan las moradas. Las moradas son preparadas al ir el Señor en el capítulo catorce. Después el morar mutuo es revelado en el capítulo quince.
En Juan 14:3, el Señor Jesús dijo: “Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. La explicación de “donde Yo estoy” en este versículo es provisto en el versículo 10: “Yo estoy en el Padre”. Por lo tanto, el Señor reveló a Sus discípulos que ellos estarían también donde El estaba, o sea, en el Padre. Mientras el Señor estaba hablando estas palabras, estaba entre Sus discípulos, pero en aquel entonces no les era posible estar en el Padre. El tenía que ir, para consumar la obra de la redención mediante Su muerte en la cruz, para quitar el pecado. También necesitaba resucitar, para abrir el camino a fin de que Sus discípulos pudieran ser introducidos en el Padre y el Padre pudiera ser introducido en ellos. La obra del Señor no es meramente la de llevarnos a los cielos. La obra de la muerte y resurrección del Señor tiene como fin introducirnos en Dios y a Dios en nosotros.
En el versículo 20 el Señor dijo: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. En aquel día, el día de la resurrección, los discípulos sabrían que El está en el Padre. Ciertamente si El está en el Padre, ellos estarían en el Padre porque donde El está, ellos también estarán (v. 3). Ya que El está en el Padre y los discípulos están en El, espontáneamente ellos también están en el Padre. Puesto que el Padre está en El y El estará en ellos, el Padre también estará en ellos. Además, el versículo 23 dice: “...vendremos [el Señor y Su Padre] a él, y haremos morada con él”. Esta morada es una de las muchas moradas del versículo 2. Es una morada mutua donde el Dios Triuno mora en los creyentes y los creyentes moran en El. Tenemos que abandonar el concepto falso, leudado y no bíblico de ir a una mansión celestial física. Lo que nos debe importar es Cristo y la morada mutua, la iglesia.
(Dos oraciones más grandes del apóstol Pablo, Las, capítulo 2, por Witness Lee)