Ministerio de oración de la iglesia, El, por Watchman Nee

TRES COSAS POR LAS CUALES ALABAR

Finalmente, el Señor nos enseñó a alabar por causa de tres cosas: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”. Esta alabanza nos habla de que el reino, el poder y la gloria le pertenecen al Padre. Las tres cosas por las cuales alabamos se relacionan con nuestra liberación del maligno. También se relacionan con toda la oración que enseñó el Señor. Oramos que el Señor nos libre del maligno porque el reino, el poder y la gloria son del Padre y no de Satanás. Este es el punto principal: puesto que el reino, el poder y la gloria le pertenecen al Padre, nosotros no debemos caer en la mano de Satanás. Esta es la razón por la cual no debemos caer en la mano de Satanás. Si caemos, ¿cómo podríamos glorificar al Padre? Si el Padre ha de ejercer poder sobre nosotros, entonces Satanás no puede hacerlo. Como el reino de los cielos le pertenece al Padre, no podemos ni debemos caer en la mano de Satanás.

Con respecto a la autoridad, debemos recordar lo que dijo el Señor: “He aquí os doy potestad de hollar serpientes y escorpiones, y sobre todo poder del enemigo, y nada os dañará” (Lc. 10:19). Este versículo dice que la potestad que El da nos capacita para vencer el poder del enemigo. Junto con la autoridad viene el poder. El Señor quiere que sepamos que junto con el reino está la autoridad, y detrás de la autoridad está el poder para regir. El reino es de Dios y no de Satanás. La autoridad le pertenece a Dios, no a Satanás. Por lo tanto, el poder le pertenece a Dios, no a Satanás. Por supuesto, la gloria también le pertenece a Dios, no a Satanás. Puesto que el reino, el poder y la gloria pertenecen a Dios, los que pertenecen a Dios deben vencer toda tentación y ser librados de la mano de Satanás.

En el Nuevo Testamento, el nombre del Señor denota autoridad, mientras que el Espíritu Santo denota poder. Toda la autoridad está en el nombre del Señor, y todo el poder está en el Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el poder de Dios. El reino se refiere al gobierno del cielo y a la autoridad de Dios, mientras que el poder nos habla de que todo el poder está en el Espíritu Santo. Cuando Dios obra, el Espíritu Santo llega a ser Su poder. Puesto que el reino pertenece a Dios, Satanás no tiene donde ejercer su dominio. Puesto que el poder pertenece al Espíritu Santo, Satanás de ninguna manera puede tocar al Espíritu Santo. Mateo 12:28 nos habla de que cada vez que los demonios se encontraron con el Espíritu Santo, fueron echados. Por último, la gloria también pertenece a Dios. Por tanto, podemos declarar y alabar en voz alta: “Porque Tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén”.

El Señor nos enseñó a orar así. Esto no quiere decir que debemos recitar esta oración como un rezo, sino que debemos orar en conformidad con este modelo. Todas las oraciones deben seguir este modelo. En cuanto a Dios, deseamos que Su nombre sea santificado, que Su reino venga y que Su voluntad sea hecha en la tierra como se hace en el cielo. En cuanto a nosotros, pedimos que Dios nos proteja. En cuanto a nuestra alabanza, se basa en el hecho de que el reino, el poder y la gloria son de El. Puesto que el reino, el poder y la gloria son de El, Su nombre debe ser santificado, Su reino debe venir y Su voluntad debe ser hecha en la tierra como en el cielo. Puesto que el reino, el poder y la gloria son de El, le pedimos a El nuestro pan de cada día, que perdone nuestras deudas, que nos libre de tentación y del maligno. Toda oración debe tomar ésta como modelo. Algunos han dicho que esta oración no es para cristianos porque no concluye con las palabras “en el nombre del Señor”. Eso es una necedad. La oración que el Señor enseña no es una fórmula mágica que debamos repetir. ¿Qué oración del Nuevo Testamento termina con las palabras “en el nombre del Señor”? Cuando los discípulos estaban en la barca, y clamaron: “¡Señor, sálvanos, que perecemos!” (Mt. 8:25), ¿terminaron con las palabras “en el nombre del Señor”? El Señor no enseñó que teníamos que decir estas palabras. El nos enseñó a orar conforme a este principio. El nos enseñó la manera de orar; no nos dijo que oráramos con estas palabras.

(Ministerio de oración de la iglesia, El, capítulo 2, por Watchman Nee)