TRES COSAS QUE SE PIDEN PARA UNO MISMO
La segunda sección se relaciona con tres cosas que uno pide para sí mismo.
La primera cosa:
“el pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy”
Cuando algunos leen esto, no pueden entender por qué el Señor repentinamente cambia de tema y pasa del nombre, el reino y la voluntad de Dios al tema de nuestro pan de cada día. ¿No parece esto un paso hacia atrás, volverse de una oración tan elevada a asuntos tan triviales? Hermanos y hermanas, hay una razón para ello. Cuando un verdadero hombre de Dios ora continuamente por el nombre, el reino y la voluntad de Dios, el Señor se ocupa de las necesidades de ese hombre. Si la oración es importante, el que ora seguramente provocará el ataque de Satanás. Por tanto, el pan es algo por lo que tenemos que orar. El pan es la provisión inmediata del hombre y constituye una gran tentación. Cuando un hombre cae en una situación en la cual conseguir el pan cotidiano se convierte en un problema, se hallará en una gran prueba. Por una parte, oramos que el nombre de Dios sea santificado, que venga Su reino y que Su voluntad se haga en la tierra; por otra, como seres humanos, aún vivimos en la tierra y necesitamos el pan de cada día. Satanás sabe esto. Por consiguiente, es menester que oremos pidiendo protección. Esta es la oración de un cristiano por su propia provisión; necesita pedir la protección del Señor. De no ser así, tal vez al mismo tiempo que hace una oración elevada, sea atacado. Satanás puede atacar. Cuando no tenemos suficiente pan, somos atacados, y nuestra oración es afectada. Necesitamos ver la necesidad de esta oración. Todavía somos seres humanos, vivimos en la tierra y nuestro cuerpo necesita pan. Por tanto, tenemos que pedirle a Dios que nos lo dé.
Esta oración también nos muestra que necesitamos acudir a Dios y orar a El diariamente. El Señor nos enseña a orar: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy”. No oramos semanalmente, sino diariamente. No tenemos en qué apoyarnos en la tierra, y tampoco tenemos ahorros. En cierto sentido, no podemos orar por el pan semanal ni mensual; tenemos que orar por el pan de hoy. ¡Cuánta confianza en Dios se requiere en tal circunstancia! El Señor no desconoce nuestras necesidades diarias; El no nos dice que nos olvidemos de ellas, sino que oremos diariamente. En realidad, el Padre ya sabe qué necesitamos. El Señor quiere que le pidamos a Dios por nuestro pan cada día porque quiere que aprendamos a acudir al Padre día a día y que ejerzamos nuestra fe día a día. Frecuentemente extendemos demasiado nuestras preocupaciones hacia el futuro y alargamos nuestra oración del mismo modo. Hermanos y hermanas, si tenemos un deseo firme de entregarnos a Su nombre, Su reino y Su voluntad, sufriremos grandes penalidades. Pero si Dios nos da nuestro pan de cada día, no tendremos que orar por el pan de mañana sino cuando llegue el día de mañana. No se preocupen por el mañana; basta a cada día su propio mal (Mt. 6:31-34).
La segunda cosa: “perdónanos
nuestras deudas, como también nosotros
perdonamos a nuestros deudores”
Por un lado, pedimos por nuestra provisión material; por otro, pedimos por una buena conciencia. Día tras día ofendemos a Dios. Es posible que en muchas cosas no pequemos, pero incurrimos en deudas. El no hacer lo que debemos hacer es incurrir en una deuda. El no decir lo que debemos decir también nos hace deudores. No nos es fácil mantener una buena conciencia delante de Dios. Cada noche al acostarnos, nos damos cuenta de que hemos cometido muchas ofensas contra Dios. Tal vez no sean pecados, pero todas son deudas. Tenemos que pedirle a Dios que nos perdone nuestras deudas para poder tener una buena conciencia. Esto es muy importante. Ser perdonados de nuestras deudas equivale a ser perdonados de nuestros pecados; necesitamos este perdón para poder tener una buena conciencia y vivir delante de Dios con franqueza. Muchos hermanos y hermanas tienen la experiencia de que tan pronto haya una grieta en su conciencia, su fe desaparece. No debemos permitir que haya grietas en nuestra conciencia. En cuanto a la fe y a tener una buena conciencia, Pablo dijo: “Desechando las cuales naufragaron en cuanto a la fe algunos” (1 Ti. 1:19). La conciencia es como un barco; no puede darse el lujo de tener agujeros. Una vez que la conciencia tiene un agujero, la fe se escapa. La conciencia no puede tener deuda alguna; ni acumular ofensas. Una vez que tiene alguna ofensa, tendrá un agujero, y lo primero que se escapará será nuestra fe. Si la conciencia tiene un agujero, uno no puede creer aunque lo intente. Una vez que la acusación aparece en la conciencia, la fe escapa. Por tanto, a fin de mantener una buena conciencia, tenemos que pedirle a Dios que perdone nuestras deudas. Este es un asunto crucial. El perdón de nuestras deudas no tiene nada que ver con el hecho de recibir la vida eterna, pero sí tiene que ver con nuestra comunión con Dios y con Su disciplina.
Tenemos que pedirle a Dios que perdone nuestras deudas como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si una persona se porta mal con usted, y usted no le perdona las ofensas, no puede pedirle a Dios que perdone sus propias deudas. Una persona con una mente estrecha, que siempre se fija en cómo otros lo han ofendido, herido o maltratado, no puede ofrecer esta oración ante Dios. Necesita un corazón perdonador antes de poder pedirle al Padre con denuedo: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Uno no puede pedirle a Dios que perdone sus deudas si no ha perdonado a quienes le deben a uno. Si no hemos perdonado a nuestros deudores, ¿cómo podemos atrevernos a pedirle a Dios que perdone nuestras deudas? Si no hemos recibido algo que se nos debe, y guardamos rencor en nuestro corazón, recordando las ofensas que otros nos han hecho, ¿como podemos hacer este tipo de oración al Padre? Así como nuestras ofensas necesitan ser perdonadas delante de Dios, nosotros también tenemos que perdonar las ofensas que otros nos hacen. Nosotros tenemos que perdonar primero las deudas de otros antes de poder pedirle al Padre con confianza: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”.
Necesitamos prestar atención al hecho de que la Biblia no sólo nos habla de nuestra relación con el Padre, sino también de nuestra relación con los demás. Si un hermano está consciente solamente de su relación con Dios y se olvida de su relación con otros hermanos y hermanas, pensando que no hay nada mal entre él y Dios, se engaña a sí mismo. Hermanos y hermanas, nunca pasen por alto su relación con los demás. Si hay una barrera entre usted y otro hermano o hermana, inmediatamente pierde la bendición de Dios. Si hay algo que debe hacer por un hermano o hermana o decirle a un hermano o hermana y no lo ha hecho, tal vez en esto no haya pecado, pero ha incurrido en una deuda. No piense que todo está bien sólo porque usted cree que no ha pecado. También es necesario estar libre de deudas. Al mismo tiempo, si un hermano o hermana le debe algo y usted no lo olvida, entonces usted no perdona las deudas de ellos. Esto también le impedirá ser perdonado por Dios. Dios lo tratará a usted de la misma manera que usted trate a los demás. Si usted no olvida la deuda de ellos y continúa recordándola y quejándose, está muy engañado si cree que Dios le ha perdonado sus deudas. El Señor nos enseña claramente a orar: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Necesitamos prestar atención a las palabras “como también nosotros perdonamos”. Si no existieran estas palabras “nosotros perdonamos” sería imposible usar la palabra “como”. Si nosotros no hemos perdonado a nuestros deudores, nuestras deudas serán recordadas delante de Dios. Si hemos quitado de nuestro corazón las deudas de ellos y ya no queda nada, podemos acercarnos con denuedo delante de Dios y decirle: “Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores”. Dios entonces tendrá que perdonarnos. Tenemos que perdonar incondicionalmente a nuestros deudores, pues esto influye en que seamos perdonados por Dios.
(
Ministerio de oración de la iglesia, El, capítulo 2, por Watchman Nee)