TRES DESEOS ACERCA DE DIOS
La primera sección trata de tres deseos acerca de Dios.
El primer deseo: “santificado sea Tu nombre”
“¡Santificado sea Tu nombre!” Dios espera que todos oremos pidiendo que Su nombre sea santificado por el hombre. Su nombre es exaltado entre los ángeles. Pero en la tierra, Su nombre está siendo usado en vano; aun a los ídolos les ponen Su nombre. Cuando un hombre toma el nombre de Dios en vano, Dios no le demuestra Su ira partiéndolo con un rayo, sino que se esconde como si no existiera. Cuando un hombre toma Su nombre en vano, Dios no lo confronta. Aún así, quiere que Sus hijos oren: “Santificado sea Tu nombre”. Hermanos y hermanas, si aman a Dios y lo conocen, entonces querrán que Su nombre sea santificado. Si alguno toma el nombre de Dios en vano, ustedes se sentirán heridos, su deseo de que el nombre del Señor sea santificado se fortalecerá, y orarán con más perseverancia: “Santificado sea Tu nombre”. Un día el hombre santificará este nombre y nunca más lo tomará en vano.
“¡Santificado sea Tu nombre!” El nombre de Dios no es sólo un título por el cual nos dirigimos a El; es una gran revelación que recibimos del Señor. El nombre de Dios se usa en la Biblia para designar la revelación que Dios da de Sí mismo al hombre, y denota todo lo que sabemos de El. El nombre de Dios es Su naturaleza y revela Su plenitud. Esto es algo que el hombre no puede comprender con su alma, sino algo que el Señor nos revela (Jn. 17:6). El Señor dijo: “Y les he dado a conocer Tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y Yo en ellos” (17:26). Esto nos muestra que para conocer el nombre de Dios, necesitamos que el Señor nos revele repetidas veces.
“¡Santificado sea Tu nombre!” no sólo es nuestro deseo sino también nuestra adoración al Padre. Debemos darle gloria a Dios. Debemos comenzar nuestra oración con alabanzas. Antes de esperar recibir misericordia y gracia de El, debemos darle la gloria. Debemos concederle la alabanza plena por lo que El es, y luego podemos recibir Su gracia. Hermanos y hermanas, tenemos que recordar que lo principal y la meta máxima de nuestra oración es que Dios reciba la gloria.
“¡Santificado sea Tu nombre!” El nombre de Dios está ligado a Su gloria. Ezequiel 36 dice: “Pero he tenido dolor al ver mi santo nombre profanado por la casa de Israel entre las naciones adonde fueron” (v. 21). Esto significa que la casa de Israel no había santificado el nombre de Dios. Así que el nombre de Dios fue profanado entre las naciones adonde fueron. Pero Dios tuvo dolor por Su santo nombre. Nuestro Señor quiere que nosotros tengamos este deseo. En otras palabras, El quiere glorificar Su propio nombre por medio de nosotros. El nombre de Dios tiene que ser santificado primero en nuestros corazones antes de que nuestro deseo se haga más profundo. Se necesita una obra profunda de la cruz antes de poder glorificar el nombre de Dios. De otro modo, nuestro deseo no es más que una idea vacía, no es un verdadero deseo. Hermanos y hermanas, puesto que este el caso, ¡cuánto necesitamos ser quebrantados y podados!
El segundo deseo: “venga Tu reino”
¿Qué clase de reino es éste? Se leemos el contexto en Mateo, veremos que si este reino se refiere al reino de los cielos. El Señor nos dice que oremos: “Venga Tu reino”. Esto significa que el reino de Dios existe en el cielo y no en la tierra. Consecuentemente, debemos orar pidiendo a Dios que extienda Su esfera celestial a la tierra. La Biblia habla del reino de Dios en términos históricos y también geográficos. La historia se relaciona con el tiempo, y la geografía con los lugares. Según la Biblia, el reino de Dios es más geográfico que histórico. El Señor dijo: “Pero si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt. 12:28). ¿Está esto relacionado con la historia? No, es algo relacionado a la geografía. El reino de Dios está dondequiera que el Hijo de Dios eche fuera demonios. Así que, durante este período, el reino de Dios es más un asunto geográfico que histórico. Hermanos y hermanas, si en ustedes prevalece el concepto histórico del reino, sólo han visto un lado de la verdad. En el Antiguo Testamento se encuentra el reino de los cielos sólo en profecía. Cuando el Señor Jesús vino, oímos la declaración de Juan el Bautista, quien proclamó que el reino de los cielos se había acercado (Mt. 3:1-2). Luego el mismo Señor Jesús dijo que el reino de los cielos se había acercado (4:17). Ellos dijeron esto porque para entonces ya había personas que pertenecían al reino de los cielos. Cuando llegamos a Mateo 13, vemos que aparece el reino de los cielos en la tierra. En la actualidad, el reino de Dios está dondequiera que los hijos de Dios, por el Espíritu de Dios, echen fuera los demonios y sus obras. Al pedirnos que oráramos para que viniese el reino, el Señor expresaba Su anhelo de que el reino de Dios llene toda la tierra.
“¡Venga Tu reino!” Este no es sólo el deseo de la iglesia, sino también su responsabilidad. La iglesia debe traer el reino de Dios, para lo cual necesita pagar el precio de ser restringida por el cielo y someterse a su gobierno. Ella debe ser la puerta del cielo y debe permitir que la autoridad del cielo se exprese en la tierra. Para poder traer el reino de Dios, la iglesia tiene que conocer todas las maquinaciones de Satanás (2 Co. 2:11); y tiene que vestirse de toda la armadura de Dios a fin de estar firme contra las estratagemas del diablo (Ef. 6:11), pues dondequiera que está el reino de Dios, el diablo es echado fuera. Cuando el reino de Dios gobierne en la tierra completamente, Satanás será arrojado al abismo (Ap. 20:1-3). Puesto que la iglesia tiene una responsabilidad tan grande, Satanás hará todo lo que pueda por atacarla. Que la iglesia pueda orar como lo hicieron los santos de antaño: “Oh Jehová, inclina tus cielos y desciende” (Sal. 144:5). “Oh, si rompieses los cielos, y descendieras” (Is. 64:1). Al mismo tiempo debemos decirle a Satanás: “Apártate de la tierra ahora mismo, y vete al fuego eterno, el cual Dios ha preparado para ti” (cfr. Mt. 25:41).
(
Ministerio de oración de la iglesia, El, capítulo 2, por Watchman Nee)