CRISTO ES EL PAN DE VIDA
El Señor Jesús, dirigiéndose a los que le buscaban en Capernaum para que El les diera comida, dijo: “Yo soy el pan de vida”. Esto significa que El no sólo nos da el pan de vida, sino que El es el propio pan de vida. El Dador y el don son la misma cosa, no dos entidades separadas. Damos gracias a Dios porque Cristo no sólo es el Dador, sino también el don de Dios.
¿Qué significa el pan en la Biblia? En la Biblia el pan denota satisfacción. El hambre muestra la insatisfacción del ser humano. A fin de ser satisfecho, el hombre necesita el pan. La fortaleza de los hijos de Dios depende de su satisfacción interior. Si estamos satisfechos, tenemos fuerzas, pero si estamos vacíos como una llanta desinflada, nadie puede arrastrarnos a la fuerza. No podemos decir que no tengamos vida, pero sí que carecemos de energía. Por lo tanto, la satisfacción nos trae fuerzas y nos faculta para caminar. Esta satisfacción nos hace sentir bien, aunque no sepamos cómo.
Veamos qué es el pan de los hijos de Dios. El Señor Jesús dijo: “Yo soy el pan de vida”. El nos da vida y además sustenta esa vida. Muchos creyentes piensan que su pan es una hora de oración o de lectura de la Biblia, y no saben que el pan es el propio Señor Jesús. No negamos que la oración y la lectura de la Biblia sean beneficiosas, pero debemos tener presente que el Señor Jesús dijo que El es el pan de vida. Esto significa que el pan de vida es El mismo. Muchas veces los hijos de Dios no hallan satisfacción debido a que ignoran este hecho. Con frecuencia encontramos gente hambrienta, personas que no hallan satisfacción en las cosas espirituales; ninguna de estas cosas les satisface, y constantemente están embargados por un sentimiento de insatisfacción. No instamos a las personas a que sean orgullosas ni se sientan satisfechas por ello, pues sabemos que el orgullo y la satisfacción propia son cosas muy distintas a comer y quedar satisfecho. Algunas personas han sido quebrantadas por Dios y viven en debilidad y temor delante de El. Ellas no son orgullosas, pero han tocado al Señor y están satisfechas. Hallaron una satisfacción ante Dios que viene a ser su poder.
¿Cómo podemos ser llenos y hallar satisfacción? Debemos comprender que la verdadera satisfacción procede de Cristo y se encuentra en la vida divina. Cristo es el pan de vida. Cuando tocamos la vida divina, inmediatamente sentimos satisfacción. Pero si ofendemos a la vida, desmayamos interiormente. Usemos ejemplos concretos para que veamos cómo puede ser satisfecho el hombre.
Algunos hermanos dicen: “He estado muy atareado en mi trabajo por más de un año, corriendo de acá para allá. He estado tan ocupado que todo mi ser está seco. Tengo hambre, y deseo ir a algún retiro espiritual”. Pero según Juan 4, vemos que estas palabras expresan un concepto erróneo. El Señor Jesucristo estaba cansado en el camino y se sentó junto al pozo de Jacob. Los discípulos habían ido al pueblo a comprar comida, lo cual indica que el Señor tenía hambre. Junto al pozo se encontró con una mujer de Samaria. La voluntad de Dios era que el Señor hablara con ella y la salvara, y el Señor así lo hizo. Cuando los discípulos regresaron con los víveres que habían comprado, le ofrecieron de comer al Señor, pero El les dijo: “Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis” (v. 32). Los discípulos pensaron que alguien le había traído alimentos. Así que el Señor les explicó: “Mi comida es que haga la voluntad del que me envió, y que acabe Su obra” (v. 34).
Vemos entonces que laborar para el Señor debe traernos satisfacción, no debe hacernos sentir hambrientos. La labor espiritual debería traernos satisfacción cada vez que nos embarcamos en ella. Si nos da hambre cuando laboramos, se debe a que algo está mal. Si nos sentimos débiles y vacíos después de haber laborado, o si nos sentimos a punto de desmayar, ello muestra que algo no está bien en nuestra obra. Si nuestro trabajo está dentro de la voluntad de Dios y si no buscamos nuestros propios intereses al laborar, no desmayaremos, sino que nuestra fuerza aumentará. Muchas veces no hay una preparación adecuada ante el Señor, y empezamos a laborar debido a que vemos que la necesidad es grande y a que otros nos instan a lanzarnos a la obra. Cuando laboramos bajo tales circunstancias, algo dentro de nosotros se agota, y quedamos exhaustos. Al finalizar aquello, no nos quedan fuerzas, porque algo no estuvo bien entre nosotros y el Señor. Cuanto más participamos en alguna labor que no esté en la voluntad de Dios, más hambre tendremos. Para estar satisfechos, tenemos que seguir la voluntad de Dios.
Debemos comprender que Cristo es nuestro pan; nuestro pan no consiste en retiros espirituales ni en doctrinas bíblicas. Nosotros no laboramos hasta quedar vacíos para luego buscar reposo; ni predicamos hasta que se nos acaban las enseñanzas, y luego buscamos temas nuevos de qué hablar; éste no es nuestro pan. Cristo es nuestro pan. Sea que estemos ocupados o no, si tenemos un mensaje y fortaleza interior, cada vez que nos pongamos de pie para proclamar a Cristo, no sólo serán satisfechos nuestros oyentes, sino también nosotros. Tal es el resultado de la obra del Señor en nosotros y en nuestra vida. Es por eso que tocamos al Señor. Después de que terminemos, nos sentiremos llenos, como si hubiésemos disfrutado una buena comida. Es un error pensar que la satisfacción es fruto de reposar, de oír mensajes o de ir a retiros espirituales. El alimento nos llega cuando permitimos que el Señor haga en nosotros lo que El desea. El está en nosotros. Toquemos Su vida, y quedaremos satisfechos.
En cuestiones espirituales, uno no es alimentado cuando está quieto, sino cuando está ocupado. Mientras laboramos somos sustentados. En lo espiritual, si andamos en la voluntad del Señor, cuanto más ocupados estemos, más comeremos. No desmayaremos por nuestro intenso horario, ni quedaremos vacíos por realizar tantas actividades. Creo que muchos hermanos y hermanas pueden dar testimonio de esto. Supongamos que usted habla con alguien, pero Dios no se ha movido en esa dirección, ni le ha dicho que haga tal cosa. Aunque usted habla con entusiasmo, a los cinco o diez minutos siente interiormente que algo no está bien. Puede tratar de cambiar la conversación porque se percata de que no puede seguir adelante. Después de terminar, se siente vacío. No hay nada mal en el mensaje que da, tiene la actitud correcta y hace lo posible por ayudar, pero lo extraño es que cuanto más habla, más vacío y exhausto se siente. Al sentarse siente como si hubiera cometido un gran pecado. En ocasiones se pueden ver ciertos resultados y puede pensarse que se hizo una buena labor, pero cuando esos sentimientos pasan, uno se siente vacío y agotado por dentro. Cuando uno hace algo por su propia cuenta, no importa cuánto éxito tenga exteriormente, por dentro se siente vacío. Hermanos y hermanas, ¿han tenido ustedes este sentir de vacío? Si su labor no se hace delante del Señor, si usted se conduce valiéndose de su propia fuerza, y si no sigue con temor al Señor, aunque tenga las mejores intenciones, se sentirá vacío y carente de vigor espiritual. Sentirá que cuanto más labora, menos sentido tienen las cosas y más grande se hace el vacío. En tal caso, cuanto más hablan los demás de lo bien que usted predicó, peor se siente por dentro, y cuanto más lo alaban y le dicen cuánta ayuda recibieron con su mensaje, más se aborrece a sí mismo, y de todas maneras queda con hambre. Esto muestra que su obra no es ningún pan, puesto que no lo satisface. Aquellos que conocen el pan hallan satisfacción en el Señor. Sólo Cristo es el pan de vida, y sólo El puede satisfacerlo a uno. Uno siente hambre después de llevar a cabo cualquier actividad, si ésta no lo pone a uno en contacto con el Señor; pero si uno toca al Señor, si toca la vida, y si toca la realidad espiritual, podrá decir, por ocupado que esté: “Te doy gracias y te alabo Dios, porque tengo pan. El Señor es mi pan”. ¿Ha visto usted esto? Esto no es nada exterior. Lo que cuenta no es lo que uno haga, adónde vaya, qué predique ni cuánto tiempo haya pasado en actividades devocionales; lo que importa es si tocó al Señor interiormente. Quienquiera que toque al Señor hallará satisfacción.
Algunos hermanos podrían decir: “¿Qué debo hacer? El Señor no me llamó a predicar en ningún lugar. Quienes dan mensajes y predican tienen la oportunidad de ser saciados, pero yo no soy un predicador profesional, ¿he de pasar hambre entonces?” Tal vez estemos llevando a cabo una pequeña tarea; quizá sólo enunciemos diez o veinte oraciones al conversar con un inconverso, pero entre tanto que esto se haga según la operación que el Señor lleva a cabo en nosotros, nos sentiremos aliviados y satisfechos cuando lo hayamos hecho. El Señor nos da una comisión, y cuando nosotros la cumplimos, nos sentimos satisfechos y alimentados. Por consiguiente, los que laboran en la obra del Señor a tiempo completo no tienen el derecho exclusivo de ser alimentados; todos tenemos esa oportunidad. Diariamente tenemos la posibilidad de comer y de ser saciados, pues Cristo es nuestro pan, y cuando le tocamos, recibimos el pan.
Quisiera usar un ejemplo más profundo. Con frecuencia nos ocupamos de algo si es bueno o espiritual, pero no nos preguntamos si es la voluntad del Señor. Cuando lo efectuamos, nos sentimos vacíos. Sólo podemos ser satisfechos cuando seguimos al Señor. En cierta ocasión un hermano vio que otro hizo algo malo. Más de una vez sintió la urgencia de hablar con el hermano para esclarecerle el asunto y para que se diera cuenta de que su conducta no edificaba sino que traía corrupción. Sin embargo, en su deseo de tratar con suavidad al hermano, decidió sonreírle y hablarle con delicadeza para corregirlo. Pero al hablar en ese tono, se sintió como un vaso con un agujero por el que se escapaba todo el contenido. A los ojos del hombre, él obró admirablemente, pues fue gentil e hizo lo posible por no causar ningún daño. Parecía que había hecho una buena obra, mas él mismo se sintió vacío e insatisfecho. A los dos o tres meses, todavía se sentía mal delante del Señor, y oró pidiendo luz. Le dijo al Señor que le mostrara en qué había errado y le dijo: “Señor, haré lo que Tú quieras”. El Señor oyó su oración y le indicó lo que debía hacer. Más tarde, cuando aquel hermano vino a él, le reprendió con severidad. Este hermano, por su forma de ser, se sentía mal durante varios días, cuando hablaba ásperamente, pero lo extraño del caso fue que en esta ocasión, al dirigirse al otro hermano con rigidez, sintió la aprobación del Señor, y no tuvo que arrepentirse luego por haber tratado así al hermano, lo cual solía hacer en casos similares; por el contrario, alababa al Señor. Después de reprender al hermano, sintió como si hubiese ingerido una buena comida. Esto no significa que podemos reprender a los demás todo lo que nos plazca, pues no está bien reprender a nadie según nuestro parecer. Si obramos en conformidad con la voluntad del Señor, sentiremos satisfacción y seremos fortalecidos. Esto nos muestra el hecho de que el bien que podamos hacer por nuestra cuenta no es nuestro pan. Quizá pensemos que en tanto que seamos amables y tengamos tacto todo saldrá bien. Pero la experiencia nos dice que aunque actuemos delicadamente, aquello no deja de ser una acción de nuestro hombre exterior y, por ende, es sólo una imitación y no puede ser nuestro alimento. Solamente podemos ser alimentados cuando el Señor actúa en nuestro interior y nos induce a actuar según Su voluntad. Cuando tocamos la vida, recibimos el alimento, y cuando tocamos al Señor hallamos satisfacción.
(
Cristo es todas las cosas y los asuntos espirituales, capítulo 3, por Watchman Nee)