EL CUERPO ORGANICO DE CRISTO
Para recibir la revelación del Cuerpo de Cristo, nos convendría analizar nuestro propio cuerpo. Nuestro cuerpo físico no es una organización inerte, sino un organismo viviente. Por ejemplo, cuando hablo, todo mi cuerpo participa de manera viviente y orgánica. Del mismo modo, el Cuerpo de Cristo es un organismo, es algo vivo. Si no hay vida, no hay organismo. El Cuerpo de Cristo es orgánico; es algo que tiene que ver con la vida.
Ahora consideremos la vida con la cual está constituido el Cuerpo de Cristo. Según Génesis 1 y 2, en la creación de Dios existen cuatro niveles de vida. Primero vemos la vida vegetal, el nivel de vida más bajo (1:11-12); luego, sigue la vida animal (vs. 20-25). El tercer nivel de vida presente en Génesis es la vida humana (vs. 26-27), la cual no es la vida de Dios pero tiene Su semejanza. Como seres creados no tenemos la vida de Dios, ya que El no puso Su vida dentro del hombre cuando lo creó; no obstante, Dios nos creó con una vida semejante a la Suya. Esto es parecido a la fotografía de una persona: la foto en sí no posee la vida de esa persona, pero sí tiene su imagen. En cierto sentido, la fotografía de una persona es la persona misma, pero en otro sentido, no lo es. Debemos ver que en Génesis 1 Dios creó al hombre a Su imagen como una fotografía de Sí mismo. Pero Génesis también muestra una vida que es superior a la vida humana; éste es el cuarto nivel de vida, el más elevado, representado por el árbol de la vida (2:9), y dicha vida es la vida divina, la vida de Dios. Por lo tanto, Génesis 1 y 2 revelan la vida vegetal, la vida animal, la vida humana y la vida divina.
El Cuerpo de Cristo es una entidad orgánica; es algo de vida, pero ¿de qué vida se trata? Indudablemente el Cuerpo de Cristo no pertenece a la vida vegetal ni a la vida animal. ¿Pertenece entonces a la vida humana o a la vida divina? De hecho, la vida del Cuerpo de Cristo es una mezcla, o sea, es la mezcla de la vida de Dios y la del hombre. Vemos el modelo de esta vida mezclada en los cuatro Evangelios, los cuales narran cuatro biografías de una misma persona, Jesucristo, quien es tanto Dios como hombre. Ciertamente Jesucristo era Dios, pero también era un niño que nació en un pesebre. ¿Cómo pudo el Dios de los cielos, quien es majestuoso, grandioso, maravilloso y glorioso, nacer en un pesebre? ¿Quién era aquel niño llamado Jesús que nació en un pesebre? El era un Dios-niño. El tenía huesos, carne y sangre; era un niño de verdad, pero también era Dios.
Jesús comenzó a ministrar a los treinta años de edad. Cuando las personas vieron las cosas que El hizo, se preguntaron que quién era. Algunos dijeron: “¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿Y no están aquí con nosotros Sus hermanas?” (Mr. 6:3). Entonces, ¿quién era El? No sólo era un hombre sino también Dios, o sea, era Dios y hombre. “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Jn. 1:1). Este Verbo, que era Dios, se hizo carne (v. 14).
Dios se hizo carne hace aproximadamente dos mil años, es decir, cuatro mil años después de que Adán fue creado. Según la manera en que Dios cuenta el tiempo, esto sucedió hace sólo dos días, ya que para El mil años es como un día (2 P. 3:8). Por lo tanto, podemos decir que El se hizo carne anteayer. ¡El Dios eterno se hizo un hombre humilde, limitado por el tiempo! Jesús es el Dios completo y el hombre perfecto. El nombre Jesús significa Jehová el Salvador. ¿Quién es Jesús? El es Jehová el Salvador; el infinito Dios eterno quien llegó a ser nuestro Salvador. A fin de ser el Salvador de nosotros, los pecadores, era necesario que Jesús se hiciera hombre, con un cuerpo humano, para derramar Su sangre por nuestros pecados.
Ahora existe en el universo esta Persona maravillosa, quien es tanto Dios como hombre. Jesús es Dios y hombre. El vivió en la tierra por treinta y tres años y medio, luego fue voluntariamente a la cruz y murió por nosotros. Hebreos 9:14 indica que cuando El fue a la cruz para ofrecerse a Sí mismo a Dios, no lo hizo solo, pues el Espíritu Santo estaba con El para fortalecerlo. El tercero de la Trinidad Divina fortaleció a Jesús para que se ofreciera a Sí mismo a Dios como sacrificio por nosotros. Además, mientras Jesús colgaba de la cruz, el Padre, el primero de la Trinidad Divina, estaba con El. Su muerte no fue simplemente la muerte de un hombre, sino la muerte de Dios y hombre.
El Señor Jesús fue crucificado desde la hora tercera (Mr. 15:25) hasta la hora novena, o sea, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde. El sufrió durante seis horas en la cruz. A las doce del mediodía, la hora sexta, hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena (Mt. 27:45). Durante las primeras tres horas, de las nueve de la mañana hasta las doce del mediodía, Jesús fue perseguido por los hombres debido a que hizo la voluntad de Dios, y durante las últimas tres horas fue juzgado por Dios a fin de efectuar nuestra redención. En esas tres últimas horas, Dios lo consideró nuestro substituto que sufrió por nuestro pecado (Is. 53:10). Las tinieblas cubrieron toda la tierra porque nuestro pecado, nuestros pecados y todo lo negativo estaban siendo juzgados allí. Incluso, Dios lo abandonó (Mt. 27:46) por causa de nuestro pecado. Dios puso sobre Cristo todo el pecado del mundo (Is. 53:6) y por nosotros lo hizo pecado (2 Co. 5:21). Jesús murió en la cruz bajo el juicio de Dios y allí clamó: “Dios Mío, Dios Mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt. 27:46). Dios lo abandonó por causa nuestra y por nuestros pecados; lo desamparó en la cruz porque Cristo tomó el lugar de los pecadores (1 P. 3:18), es decir, llevó nuestros pecados (2:24; Is. 53:6) y fue hecho pecado por causa de nosotros (2 Co. 5:21). En esas tres horas, desde el mediodía hasta las tres de la tarde, Dios condenó a Jesús, lo juzgó y lo cortó de la tierra de los vivientes por causa nuestra.
Luego, Jesús fue sepultado, y después de tres días resucitó de la muerte. Cuando resucitó de entre los muertos, El no dejó de ser hombre. Es totalmente erróneo y herético decir que después de Su resurrección Cristo dejó de ser humano. Por la tarde del día en que resucitó, Jesús fue adonde se encontraban reunidos Sus discípulos, y estando las puertas cerradas, se apareció en medio de ellos y les dijo: “Paz a vosotros” (Lc. 24:36). Sus discípulos, atemorizados, pensaron que estaban viendo un fantasma (v. 37 y nota 1 de la Versión Recobro); luego les dijo: “Mirad Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; palpadme, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que Yo tengo” (v. 39). Aún después de haber resucitado, Jesús siguió siendo un hombre con un cuerpo físico que se podía tocar.
Cuando se apareció en medio de Sus discípulos, no les habló mucho, sino que sopló en ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). El Espíritu Santo es el pneuma santo, el aliento santo. El Señor se infundió como aliento santo en los discípulos al soplar en ellos. El aliento de una persona es en realidad la persona misma. El Espíritu que fue impartido en los discípulos es el propio Cristo. En 1 Corintios 15:45 dice que el postrer Adán, Cristo, fue hecho Espíritu vivificante. Este Espíritu, el Espíritu de Jesús, es un Espíritu que posee humanidad. Nadie puede comprender plenamente este misterio divino.
Recientemente pregunté a un hermano de entre nosotros, quien es profesor de física en la Universidad de California en Berkeley, que si el Cristo que estaba de pie en medio de los discípulos el día de la resurrección era físico o espiritual. Me contestó que no sabía, lo cual indica que éste es un misterio que nadie puede entender. Aun hoy, el Cristo resucitado todavía posee la naturaleza humana; tanto en Su resurrección como en Su ascensión, Cristo es divino y humano. ¿No es esto maravilloso? El Espíritu vivificante de Cristo no es simplemente el Espíritu de Dios. Ahora El es el Espíritu compuesto, pues incluye la divinidad, la humanidad, la muerte maravillosa y todo-inclusiva de Cristo, y también Su resurrección poderosa. Este Espíritu consumado es la consumación del Dios Triuno.
Hoy cuando alguien cree en el Señor Jesús, recibe como vida eterna este Espíritu de vida consumado. La vida eterna es una mezcla de la vida divina y la vida humana. El Señor Jesús dijo que El es la vida eterna (Jn. 14:6a), y al creer en El, le recibimos como el Espíritu vivificante todo-inclusivo. En El tenemos al Dios completo y al hombre perfecto. En El también participamos de Su muerte todo-inclusiva, la cual es una muerte preciosa que debemos amar y “besar”. La muerte de Cristo es diferente a la de Adán, ya que la muerte de Adán es terrible, pero la de Cristo es maravillosa. Además, en Cristo también tenemos Su poderosa resurrección. Por lo tanto, en El poseemos al Dios completo, al hombre perfecto, la muerte todo-inclusiva y la resurrección poderosa, los cuales forman una unidad compuesta; y ésta es la vida que recibimos al creer en el Señor Jesús. El Nuevo Testamento revela esto claramente, pero pocos entienden que la vida eterna que recibieron es dicha vida mezclada. El Cuerpo de Cristo posee esta vida. Podemos hablar mucho acerca del Cuerpo de Cristo, pero me preocupa que no comprendamos que el Cuerpo está constituido de esta vida maravillosa. Es necesario que veamos esto.
Ahora debemos preguntarnos cómo es que tal vida puede entrar en nosotros. Para entenderlo, necesitamos leer el libro de Efesios. El primer capítulo de Efesios es un pasaje especial, escrito con destreza, que nos dice cómo esta vida maravillosa entró en nosotros. Posiblemente hemos leído Efesios 1 muchas veces sin haber visto esto. Por eso, en este capítulo Pablo oró para que Dios nos diera un espíritu de sabiduría y de revelación (v. 17) y abriera nuestros ojos, dándonos la habilidad de conocer las cosas misteriosas y maravillosas mencionadas en Efesios. Si leemos Efesios 1 sin un espíritu de sabiduría y de revelación, sin que nuestros ojos interiores sean abiertos, no percibiremos las cosas divinas. He orado mucho por todos nosotros desde el día que decidimos tener esta conferencia. Pedí que el Señor nos diera un espíritu de sabiduría y de revelación para ver Efesios 1. Este capítulo es una mina profunda, y quiero abrirla para mostrarles sus tesoros.
(
Visión intrínseca del Cuerpo de Cristo, La, capítulo 1, por Witness Lee)