Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 254-264), por Witness Lee

VIII. LA CONCLUSIÓN DE LA TODA LA REVELACIÓN DIVINA Y EL SIGNIFICADO CONSUMADO CENTRAL Y MÁXIMO DE TODA LA REVELACIÓN DIVINA

Quisiera concluir este mensaje diciendo algo más acerca de Apocalipsis 21:1-8. Estos ocho versículos presentan un cuadro claro del cielo nuevo y la tierra nueva. Estos versículos también podrían considerarse como un bosquejo de Apocalipsis 21 y 22.

El versículo 1 dice: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía”. En la eternidad pasada Dios se propuso obtener una expresión corporativa de modo que Él pudiera ser plenamente expresado y glorificado. Él creó los cielos, la tierra y la humanidad con este fin. Después del milenio, el primer cielo y la primera tierra pasarán al ser quemados y serán renovados para llegar a ser el cielo nuevo y la tierra nueva (2 P. 3:10-13), a los cuales la Nueva Jerusalén vendrá para ser la expresión eterna de Dios.

Apocalipsis 21:2 se refiere a la Nueva Jerusalén: “Vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una novia ataviada para su marido”. Hemos recalcado el hecho de que la Nueva Jerusalén es una entidad viviente compuesta de todos los santos que Dios ha redimido a lo largo de todas las generaciones. Es la novia de Cristo como Su complemento, y la ciudad santa como morada de Dios.

Apocalipsis 21:3 y 4 no hacen referencia a la Nueva Jerusalén, sino a los pueblos que estarán en la tierra nueva: “Oí una gran voz que salía del trono que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y Él fijará Su tabernáculo con ellos; y ellos serán Sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más duelo, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron”. El uso del término pueblos en el versículo 3 indica que estos versículos no se aplican a los santos, sino a las naciones restauradas que poblarán la tierra nueva. Por ser los redimidos de Dios, nosotros constituimos Su único pueblo (1 P. 2:9; Tit. 2:14), mientras que las naciones restauradas son Sus pueblos, aquellos para quienes el reino fue preparado “desde” la fundación del mundo (Mt. 25:34) pero no “antes” de la fundación del mundo (Ef. 1:4). Dios mismo fijará tabernáculo entre Sus pueblos, del mismo modo en que el Señor en Su encarnación fijó tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:14). Por tanto, no debemos aplicar erróneamente estos versículos en Apocalipsis 21 a los santos que están en la Nueva Jerusalén. El versículo 4 no se refiere a las bendiciones que disfrutaremos en la Nueva Jerusalén, sino a las bendiciones que serán disfrutadas por las naciones restauradas en la tierra nueva.

Si leemos Apocalipsis 21:1-8 con el debido cuidado, comprenderemos que el versículo 5 comienza un nuevo párrafo e introduce un nuevo tema: los hijos de Dios en la eternidad. Los versículos del 5 al 7 dicen: “El que está sentado en el trono dijo: He aquí, Yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. Al que tenga sed, Yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venza heredará estas cosas, y Yo seré su Dios, y él será Mi hijo”. La palabra heredará en el versículo 7 es de gran importancia, pues indica que en la eternidad los hijos de Dios obtendrán una herencia. Sin embargo, en los versículos 3 y 4 no hay indicio alguno de que las naciones restauradas obtengan alguna herencia.

El versículo 7 dice que los hijos de Dios heredarán “estas cosas”. Estas cosas son el manantial y el agua de vida mencionados en el versículo 6. El manantial y el agua de vida constituirán nuestra herencia para nuestro disfrute eterno.

Aquel que hereda el manantial y el agua de vida será un hijo de Dios. Los hijos de Dios son quienes componen la Nueva Jerusalén; como tales, ellos pertenecen a una categoría diferente a la de los pueblos, las naciones restauradas.

En 21:7 tenemos la conclusión de toda la revelación contenida en el Nuevo Testamento con respecto a la filiación divina. Efesios 1:5 dice que fuimos predestinados para filiación; Romanos 8:29 dice que nosotros, quienes fuimos pecadores pero que hemos sido hechos hijos de Dios, estamos siendo conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios; y Hebreos 2:10 dice que Dios lleva muchos hijos a la gloria. Por tanto, el Nuevo Testamento revela que el propósito de Dios consiste en producir hijos y que la Nueva Jerusalén es la totalidad de la filiación divina. En Apocalipsis 21:7 tenemos las palabras de conclusión a la revelación contenida en el Nuevo Testamento con respecto a la filiación divina.

En 21:8 se nos habla acerca de los que perecen en el lago de fuego: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda”. Aquí tenemos una tercera categoría de personas en la eternidad. La primera categoría está formada por los pueblos, entre los cuales Dios fijará tabernáculo. La segunda categoría está formada por los hijos de Dios, quienes son los constituyentes de la Nueva Jerusalén y heredarán el manantial y el agua de vida para su disfrute. La tercera categoría son los que perecen en el lago de fuego. Satanás, los demonios y todos los seres humanos rebeldes serán barridos al lago de fuego, el “basurero” universal. Esto significa que en la tierra nueva estará la Nueva Jerusalén, las naciones restauradas alrededor de la ciudad santa y el lago de fuego que contendrá a todos los rebeldes.

En Apocalipsis 21:1-8 tenemos una presentación breve y clara de la escatología bíblica. Aquí, en el cielo nuevo y la tierra nueva vemos la Nueva Jerusalén compuesta por los hijos de Dios, las naciones restauradas que son los pueblos y el lago de fuego. El lago de fuego, que tiene un sentido negativo, manifestará la justicia de Dios, pues todos los que estén allí sufrirán el justo juicio de Dios. Pero la Nueva Jerusalén, en un sentido positivo, manifestará la santidad de Dios y resplandecerá con Su gloria. Éste es un cuadro claro de la escatología contenida en el Nuevo Testamento.

(Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 254-264), capítulo 11, por Witness Lee)