Si hemos de entender el significado que la Nueva Jerusalén encierra como señal, debemos ver la importancia crucial que tiene el primer versículo de Apocalipsis. Este versículo es la clave que nos abre todo el libro. Sin esta clave, el libro de Apocalipsis estaría cerrado para nosotros.
Apocalipsis 1:1 dice: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a Sus esclavos las cosas que deben suceder pronto; y la declaró en señales enviándola por medio de Su ángel a Su esclavo Juan”. Aquí vemos que la revelación divina es dada a Jesucristo y que Él la declara por medio de señales. Todos los cuadros presentados en Apocalipsis son señales. La revelación contenida en el libro de Apocalipsis está compuesta principalmente de señales, es decir, símbolos con significado espiritual, tales como los siete candeleros, que simbolizan a las iglesias; las siete estrellas, que simbolizan a los mensajeros de las iglesias (v. 20), e incluso la Nueva Jerusalén es una señal que representa la máxima consumación de la economía de Dios. Así que, éste es un libro de señales, símbolos por medio de los cuales se nos da a conocer la revelación. El Evangelio de Juan es un libro de señales que muestran cómo Cristo vino a ser nuestra vida para producir la iglesia, Su novia. El Apocalipsis de Juan también es un libro de señales que muestran cómo Cristo cuida ahora de la iglesia y cómo Él viene para juzgar y poseer la tierra e introducir a la iglesia, Su novia, en la plena economía de Dios.
El libro de Apocalipsis, el cual constituye la conclusión del Nuevo Testamento, e incluso de toda la Biblia, nos presenta dos grandes señales. En el capítulo 1 tenemos la señal de los candeleros de oro, y en los capítulos 21 y 22 se nos presenta la señal más importante de todas, la señal de la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es el conglomerado de todos los candeleros. Al comienzo de Apocalipsis vemos siete candeleros, los candeleros locales en esta era. Al final de Apocalipsis vemos un conglomerado, un candelero compuesto, el candelero universal en la eternidad. Así pues, Apocalipsis comienza con los candeleros y termina con el candelero. Los candeleros son señales que representan a las iglesias, mientras que la Nueva Jerusalén es la señal que representa la morada eterna de Dios y la esposa de Cristo, Su complemento eterno.
Las señales halladas en el libro de Apocalipsis no deberían ser interpretadas literalmente. No deberíamos pensar que la iglesia es literalmente un candelero con siete lámparas resplandecientes; del mismo modo, tampoco deberíamos pensar que Cristo es, literalmente, un cordero (5:6). Bajo este mismo principio, no deberíamos considerar la Nueva Jerusalén como una ciudad material. La Nueva Jerusalén es la esposa de Cristo, y Él, por supuesto, no podría casarse con una ciudad física. Puesto que no tomamos ninguna de las otras señales de Apocalipsis en el sentido literal, tampoco deberíamos interpretar la Nueva Jerusalén literalmente como una ciudad física en la que moraremos. Tal interpretación es por completo natural. Si no interpretamos los siete candeleros en el sentido literal que indicaría que las siete iglesias son siete candeleros físicos de oro, ni tampoco interpretamos el cordero como si indicara que Cristo es literalmente un cordero, tampoco deberíamos interpretar que la Nueva Jerusalén es literalmente una ciudad material. Los candeleros y el cordero son señales, y la Nueva Jerusalén también es una señal.
Si la Nueva Jerusalén fuese literalmente una ciudad hecha de oro, perlas y piedras preciosas, esto significaría que una ciudad material constituye la conclusión de la totalidad de la revelación divina; esto no es lógico. Dios ha laborado a lo largo de las eras, primero al crear el universo y al hombre, y después al venir a la tierra para redimir al hombre. El Señor Jesús, el Dios-hombre, vivió en la tierra, fue crucificado y resucitado, ascendió y se derramó como Espíritu sobre Sus discípulos. Después los discípulos salieron a predicar el evangelio. Como resultado de la predicación del evangelio, a lo largo de los siglos muchas personas han sido salvas y añadidas a la iglesia a fin de edificarla como Cuerpo de Cristo que lo exprese a Él. Con toda certeza el resultado final de todo esto no será una ciudad material.
Así como los candeleros no son literalmente los candeleros físicos sino señales de las iglesias, la Nueva Jerusalén no es una ciudad concreta y física sino una señal de la máxima consumación de la economía de Dios. La Nueva Jerusalén es una gran señal de la totalidad conformada por todas las personas que Dios escogió, redimió, regeneró y transformó.
En la actualidad la iglesia es la casa del Dios viviente (1 Ti. 3:15). Esta casa no es una casa física, sino la totalidad del pueblo de Dios. Esta casa es una señal que significa que la función de la iglesia actualmente consiste en ser una casa en la cual el Dios Triuno pueda morar. En la eternidad esta casa será ensanchada para ser una ciudad: la Nueva Jerusalén. Así como la iglesia como casa de Dios no es literalmente una casa física, tampoco la Nueva Jerusalén es literalmente una ciudad física. La ciudad de la Nueva Jerusalén es una señal que significa que la función de la iglesia por la eternidad consiste en ser la morada de Dios.
La Nueva Jerusalén es la última y la más importante de las señales presentadas en la Biblia, y todos debemos interpretarla y entenderla apropiadamente. Como señal, la Nueva Jerusalén indica que Dios, mediante la creación, la encarnación, la redención, la resurrección, la ascensión y toda Su obra de transformación y edificación, obtendrá una entidad compuesta y viviente formada por Su pueblo escogido, redimido, regenerado y transformado que constituirá Su morada y será Su complemento a fin de satisfacerlo plenamente y expresarlo por la eternidad.
(Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 254-264), capítulo 4, por Witness Lee)