Iglesia gloriosa, La, por Watchman Nee

LA OBRA Y RESPONSABILIDAD DE LA IGLESIA DELANTE DE DIOS

La Epístola a los Efesios revela a la iglesia que Dios, en la eternidad, se propuso obtener. El capítulo cinco relata que la iglesia será gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, y que será santa y sin defecto. Luego el capítulo seis habla de la obra práctica de la iglesia, de la guerra espiritual.

Cuando leemos Efesios 6:10-12, nos damos cuenta de que la obra y la responsabilidad de la iglesia constituyen una guerra espiritual. En esta guerra espiritual, los enemigos no son la carne y la sangre, sino entidades espirituales que viven en el aire. Leamos los versículos 13 y 14. “Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes”. Aquí vemos que debemos estar firmes, y no atacar. La guerra espiritual es defensiva; no es ofensiva porque el Señor Jesús ya peleó la batalla y ganó la victoria. La obra de la iglesia en la tierra consiste simplemente en mantener la victoria del Señor. El Señor ya ganó la batalla, y la iglesia está aquí para mantener Su victoria. La obra de la iglesia no consiste en vencer al diablo, sino en resistir a aquel que ya fue vencido por el Señor. La iglesia no obra para atar al hombre fuerte, pues ya ha sido atado. Su obra consiste en no permitir que sea desatado. No se necesita atacar; estar firmes es suficiente. El punto de partida de la guerra espiritual consiste en mantenernos firmes sobre la victoria de Cristo; es ver que Cristo ya venció. No se trata de hacerle algo a Satanás, sino de confiar en el Señor. No se trata de esperar que ganemos la victoria, porque la victoria ya fue ganada. El diablo no puede hacer nada.

La guerra espiritual es la obra y la responsabilidad de la iglesia. Es el conflicto entre la autoridad de Dios y el poder de Satanás. Llegamos ahora a ver la relación entre la iglesia y el reino de Dios.

Algunas personas piensan que el reino de Dios trata simplemente de galardones. Esta es una visión muy deficiente del reino de Dios. El Señor Jesús explicó una vez lo que es el reino de Dios. El dijo: “Pero si Yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, entonces ha llegado a vosotros el reino de Dios” (Mt. 12:28). ¿Qué es el reino de Dios? Es el derrocamiento del poder de Satanás por medio del poder de Dios. Cuando el diablo no puede mantenerse en un lugar, el reino ha llegado a ese sitio. Donde el diablo ha sido echado, donde la obra del enemigo ha sido desplazada por el poder de Dios, Su reino está allí.

Leamos Apocalipsis 12:9-10 “Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama el diablo y Satanás, el cual engaña a toda la tierra habitada; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él. Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo; porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusa delante de nuestro Dios día y noche”. Debemos prestar atención a la palabra “porque” en el versículo 10. El reino de Dios podía venir, “porque” Satanás fue arrojado. Satanás perdió su lugar y no pudo seguir firme allí. En aquel tiempo hubo una gran voz en el cielo, que decía: “Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de Su Cristo”. Cada vez que Satanás abandona un lugar, es porque el reino de Dios está allí. Dondequiera que esté el reino de Dios, no puede permanecer allí Satanás. Esto nos muestra claramente que en las Escrituras, el primer significado del reino de Dios y lo esencial está relacionado con el hecho de echar a Satanás.

Cuando los fariseos preguntaron cuándo había de venir el reino de Dios, el Señor Jesús les contestó: “El reino de Dios no vendrá de modo que pueda observarse, ni dirán: helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lc. 17:20-21). ¿Qué quería decir el Señor cuando dijo: “El reino de Dios está entre vosotros”? El quería decir: “Yo estoy aquí”. Por supuesto, todos sabemos que el reino de Dios no podía estar dentro de los fariseos. En aquel día el reino de Dios estaba entre ellos porque el Señor Jesús estaba entre ellos. Cuando El estaba allí, Satanás no podía estar allí. El Señor Jesús dijo: “El príncipe de este mundo viene, y él nada tiene en Mí” (Jn. 14:30). Dondequiera que esté el Señor Jesús, Satanás debe marcharse. En Lucas 4 vemos a un hombre poseído por un demonio. ¿Cómo reaccionó el demonio cuando vio al Señor? Antes de que el Señor dijera algo para echar al demonio, éste gritó: “¡Ah! ¿Qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús nazareno? ¿Has venido para destruirnos?” (v. 34). Dondequiera que esté el Señor, los demonios no pueden estar allí. La presencia misma del Señor Jesús representa al reino de Dios, y El es el reino de Dios. Donde El está, está también el reino de Dios.

¿Qué tiene que ver eso con nosotros? Leamos Apocalipsis 1:5-6: “Al que nos ama, y nos liberó de nuestros pecados con Su sangre, e hizo de nosotros un reino, sacerdotes para Su Dios y Padre; a El sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén”. Observe la palabra “reino” en el versículo 6. Nos muestra que el reino de Dios está no solamente donde se encuentra el Señor Jesús, sino también donde está la iglesia. El Señor Jesús representa al reino de Dios, y la iglesia también representa al reino de Dios. El punto importante aquí no tiene nada que ver con una recompensa futura o una posición en el reino, que sea grande o pequeña, elevada o baja. Estas cosas no son primordiales. Lo imprescindible es esto: Dios quiere que la iglesia represente a Su reino.

La obra de la iglesia en la tierra consiste en traer el reino de Dios. Toda la obra de la iglesia está gobernada por el principio del reino de Dios. La salvación de las almas se encuentra incluida en este principio, así como lo son el echar fuera demonios y todas las demás obras. Todo debería estar gobernado por el principio del reino de Dios. ¿Por qué debemos ganar almas? Por el bien del reino de Dios, y no solamente porque el hombre necesita la salvación. Debemos estar firmes en la posición del reino de Dios cada vez que obramos, y debemos aplicar el reino de Dios para derrocar el poder de Satanás.

El Señor desea que oremos: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:9-10). Si la venida del reino de Dios fuese automática, el Señor jamás nos habría enseñando a orar así. Pero el Señor nos pidió que orásemos de esta manera, lo cual indica simplemente que El nos mostró que ésta es la obra de la iglesia. Sí, la iglesia debe predicar el evangelio, pero aún más, la iglesia debe orar para traer el reino de Dios. Algunas personas piensan que el reino de Dios vendrá automáticamente, que oremos o no. Pero si conocemos a Dios, nunca diremos eso. El principio de la obra de Dios consiste en esperar que Su pueblo actúe. Entonces El actuará.

Dios dijo a Abraham que el pueblo de Israel había de salir de la nación que los afligía. No obstante, esto se cumplió cuatrocientos treinta años más tarde. Cuando los israelitas clamaron a Dios, El escuchó su llanto y vino a liberarlos. Nunca piense que las cosas sucederán de todos modos, ya que clamemos o no. Dios necesita que el hombre coopere con El en Su obra. Cuando el pueblo de Dios actúa, El actúa también. Cuando el pueblo de Dios vio que debían irse de Egipto (aunque no todos los israelitas vieron eso; algunos sí lo vieron), gritaron a Dios, y El tomó acción para liberarlos.

Incluso el nacimiento del Señor Jesús fue el resultado de la cooperación entre algunos del pueblo de Dios y Dios mismo. En Jerusalén algunos estaban buscando continuamente el consuelo de Israel. Esta es la razón por la cual nació el Señor. Aunque el propósito de Dios consiste en traer Su reino, Su parte no es suficiente. El necesita que la iglesia obre con El. Mediante la oración, la iglesia debe liberar el poder del reino de Dios sobre la tierra. Cuando venga el Señor, el reinado sobre el mundo pasará a nuestro Señor y a Su Cristo (Ap. 11:15).

Puesto que la obra de la iglesia consiste en estar firmes por Dios y no dejar ningún terreno a Satanás, ¿qué clase de vivir debemos mantener para cumplir esta tarea? Debemos confesar todos nuestros pecados e iniquidades, debemos consagrarnos incondicionalmente a Dios, y debemos poner fin a nuestra vida anímica y a nuestra vida natural. En la guerra espiritual, la habilidad de la carne es totalmente inútil. El “yo” no puede resistir a Satanás. ¡El “yo” debe irse! Cada vez que el “yo” desaparece, entra el Señor Jesús. Cada vez que el “yo” entra, hay fracaso. Cada vez que el Señor entra, hay victoria. Satanás reconoce a una sola persona: al Señor Jesús. Nosotros no podemos resistir a Satanás. Los dardos encendidos de Satanás pueden entrar en nuestra carne, pero, alabado sea Dios, podemos vestirnos con Cristo, quien ha ganado la victoria.

Creemos que Cristo volverá. Pero no se imagine que el Señor Jesús vendrá automáticamente si nos quedamos sentados y esperando pasivamente. No, hay algo que la iglesia debe hacer. Como Cuerpo de Cristo, debemos aprender a trabajar juntamente con Dios. No deberíamos imaginarnos que ser salvos es suficiente. Debemos preocuparnos por la necesidad de Dios. La caída del hombre tiene dos consecuencias: la primera es el problema de la responsabilidad moral del hombre, y la otra es la usurpación de la autoridad en la tierra por parte de Satanás. Por una parte, el hombre perdió algo, pero por otra, Dios también sufrió pérdida. La redención soluciona el problema de la responsabilidad moral del hombre y de la pérdida del hombre, pero la pérdida que Dios ha sufrido sigue presente. La pérdida de Dios no puede ser restaurada mediante la redención; puede ser restaurada solamente por el reino. La responsabilidad moral del hombre fue solucionada por la cruz, pero el problema de la autoridad de Satanás debe ser solucionado por el reino. El propósito directo de la redención concierne al hombre, mientras que el propósito directo del reino consiste en acabar con Satanás. La redención ha ganado lo que el hombre perdió; el reino destruirá lo que Satanás ganó.

El hombre recibió originalmente la responsabilidad de derrocar la autoridad de Satanás, pero el hombre cayó, dejándole a Satanás la autoridad. El hombre mismo vino a estar sujeto a él. Satanás se convirtió en el hombre fuerte, y el hombre vino a ser sus bienes (Mt. 12:29). Esta situación exige que el reino lo derroque. Si el reino no existiera, entonces la obra de Satanás no podría ser derribada debido a la caída del hombre.

El cielo nuevo y la tierra nueva no aparecieron inmediatamente después de que se cumplió la redención porque el problema de Satanás todavía no se había solucionado. Antes de la venida del cielo nuevo y de la tierra nueva, primero debe venir el reino. Apocalipsis 11:15 dice: “El reinado sobre el mundo ha pasado a nuestro Señor y a Su Cristo; y El reinará por los siglos de los siglos”. Cuando viene el reino, se introduce la eternidad. El reino conecta con la eternidad. Podemos decir que el reino es la introducción al cielo nuevo y la tierra nueva. Apocalipsis 21 y 22 nos muestran que el cielo nuevo y la tierra nueva aparecerán después del reino. Isaías 65 describe el reino como el cielo nuevo y la tierra nueva. Esto significa que Isaías veía al reino como la introducción al cielo nuevo y la tierra nueva. Por consiguiente, cuando el reino comienza, el cielo nuevo y la tierra nueva empiezan también.

Que Dios nos abra los ojos para que no nos consideremos como el centro. ¿Por qué hemos sido salvos? ¿Sólo para no ir al infierno? No, esto no es el centro. ¿Por qué, pues, nos quiere salvar Cristo? Podemos responder a esta pregunta desde dos perspectivas diferentes: desde el punto de vista del hombre y desde la perspectiva de Dios. Cuando vemos la misma cosa desde dos ángulos, se aprecia en una luz diferente. No deberíamos considerar solamente este asunto desde el punto de vista humano. Debemos verlo desde la perspectiva de Dios. De hecho, el recobro de lo que perdió el hombre sirve para recobrar lo que perdió Dios. La pérdida de Dios tiene que ser recobrada por medio del reino. Hoy en día Dios nos hace partícipes de la victoria del Señor Jesús. Dondequiera que se exhiba la victoria del Señor Jesús, Satanás debe marcharse. Sólo debemos mantenernos firmes porque el Señor Jesús ya ganó la victoria. En Su obra redentora, el Señor Jesús destruyó todo el terreno legal del diablo. Todo el reinado legal de Satanás fue llevado a su fin mediante la redención. La redención fue la sentencia por la cual Satanás fue desprovisto de su posición legal. Ahora la iglesia tiene la responsabilidad de ejecutar esta sentencia. Cuando Dios vea que la iglesia haya cumplido esta tarea de manera satisfactoria, vendrá el reino, y después vendrán el cielo nuevo y la tierra nueva. En el libro de Isaías el cielo nuevo y la tierra nueva conducen al cielo nuevo y la tierra nueva de Apocalipsis.

Ahora estamos a medio camino entre la redención y el reino. Cuando miramos atrás, vemos la redención; cuando miramos adelante, vemos el reino. Nuestra responsabilidad es doble. Por una parte, debemos conducir a la gente del mundo a la salvación, y por otra, debemos estar firmes para el reino. Oh, que tengamos esta visión y veamos la responsabilidad que Dios le encomendó a la iglesia.

Recapitulemos lo que es el reino de Dios. El reino de Dios es la esfera en la cual Dios ejerce Su autoridad. Debemos tener este reino entre nosotros. Mientras permitimos que Dios ejerza Su autoridad en los cielos, también debemos permitir que ejerza Su autoridad sobre nosotros. Dios debe tener Su autoridad, Su poder y Su gloria entre nosotros. No debemos buscar solamente vivir delante de Dios conforme a Efesios 5, sino que también debemos proceder de acuerdo con la responsabilidad que Efesios 6 nos revela. Entonces tendremos no solamente una iglesia gloriosa, santa, y sin mancha, sino que también seremos los que habrán cooperado con Dios para traer Su reino y hacer que Satanás sufra pérdida en esta tierra.

(Iglesia gloriosa, La, capítulo 3, por Watchman Nee)