Cristo en Su excelencia, por Witness Lee

CRISTO TAMBIÉN ES SUPERIOR A LA ÉTICA Y A LA FILOSOFÍA

Una vez conocí en China a unos eruditos que estudiaban las obras de Confucio y de Mencio. Cuando les prediqué el evangelio del Señor Jesús, me respondieron muy orgullosamente: “Ustedes los cristianos, quienes han creído en la religión occidental predicada por los occidentales, son muy superficiales. Además, la cultura occidental es materialista y superficial, ¿y por qué entonces hemos de seguirla? Tal como nos dijo el filósofo Wang Yang-Ming, nuestra formación tiene sus raíces y su origen, pues ella no es como un árbol sin raíces ni como el agua sin fuente”. Si no hubiera adquirido un entendimiento fundamental en la verdad, me habrían confundido con sus palabras. Pese a que esos filósofos tenían algo bueno, lo mejor que ellos tenían no era más que bronce, pues una vez que nosotros sacamos el oro, el bronce pierde todo su valor. El Señor me dio en ese momento sabiduría, y les dije a esos eruditos: “Señores, por favor no se apresuren. Muéstrenme las enseñanzas de Confucio y de Mencio, y yo les leeré algunos versículos de la Biblia para que podamos compararlos”. Ocho o nueve de cada diez veces esta gente saca a colación El gran aprendizaje, porque son expertos en ese libro. En el libro se afirma que el principio del gran aprendizaje radica en desarrollar la virtud resplandeciente, en presentarles una nueva vida a la gente y en conquistar el bien supremo. Si bien todo ello es bueno, no es nada más que bronce. Esos eruditos presentaron la doctrina del gran aprendizaje, y yo les leí la palabra del misterio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios ... Y el Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros ... lleno de gracia y de realidad” (Jn. 1:1, 14). Aquí no habla de la virtud resplandeciente; sino de la gracia y la realidad. La virtud resplandeciente es la conciencia, y desarrollarla es cultivar la conciencia. Si uno no cultiva la conciencia, ésta quedará oscurecida, lo cual equivale a ignorar la virtud resplandeciente, a no prestarle atención a la conciencia. Después, le dije a uno de ellos: “Señores, por favor contésteme lo siguiente según su conciencia. Supongamos que su hijo y el hijo de otra persona toman juntos un examen, y el hijo del otro pasa mientras que el suyo no. ¿Estaría usted contento? Él contestó: “Por supuesto que no estaría contento”. Él afirmó esto aunque sentirse descontento indicaba que él había hecho caso omiso de la virtud resplandeciente, en vez de desarrollarla.

La Biblia nos habla de Dios, del Verbo que estaba en el principio y del Verbo que llegó a ser carne. El Verbo no es la doctrina del gran aprendizaje; el Verbo es Dios mismo. Cuando el Verbo se hizo carne, era Dios mismo quien se hizo hombre y vino a la tierra, y cuando Dios vino, tanto la gracia como la realidad vinieron. Los filósofos chinos no saben lo que es la realidad. Les dije a esos eruditos que la llamada ética y los valores morales fueron creados por Dios para el hombre, pues según Filipenses 4:8 nos dice que tenemos que tener en cuenta las cosas que son verdaderas, honorables, justas, puras, amables y todo lo que sea de buen nombre; esto quiere decir que debemos expresar estas virtudes en nuestro vivir diario. Todas estas virtudes, las cuales fueron creadas por Dios para el hombre y se hallan en la naturaleza humana, no son la realidad misma, sino que son simplemente cascarones vacíos, es decir, son solamente términos vacíos que no tienen realidad.

Cuando Dios se hizo hombre, es decir, cuando el Señor Jesús vino para ser nuestro Salvador, Él trajo consigo la realidad de estas virtudes. Después, Él murió por nosotros, fue resucitado y se hizo el Espíritu vivificante para entrar en nosotros, Sus creyentes, con el fin de ser nuestra vida y contenido. De esta manera, Él expresa en nuestro vivir algo que es verdadero, honorable, justo, amoroso y de buen nombre. Cuando esto ocurre, lo que el hombre exprese dejará de ser simples términos carentes de significado, y en vez de ello, estará lleno de realidad. Nosotros no somos los que expresamos esta realidad, sino que es Dios quien se hizo el Espíritu vivificante para entrar en nuestro espíritu y ser nuestra vida, el que manifiesta dicha realidad en nosotros.

Puedo testificarles que algunos de esos eruditos chinos dedicados al estudio de Confucio, quedaron completamente convencidos y confesaron que la Biblia era verdaderamente superior a los principios del libro El gran aprendizaje. En realidad, no existe comparación alguna. Originalmente Pablo fue como un erudito “confuciano”, el “Wang Yang-Ming” del judaísmo. Él estudió ampliamente tanto la religión judía como la cultura griega y su filosofía; sin embargo, después de que fue subyugado por el Señor Jesús en el camino a Damasco, él vio que todo lo relacionado al judaísmo era sólo un cascarón, de la misma manera en que el tabernáculo era una especie de cascarón vacío y no la realidad misma de ella.

Juan 1:14 dice: “El Verbo se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. Según el griego la expresión habitó entre nosotros (en la Versión Reina Valera, 1960) debería traducirse “fijó tabernáculo entre nosotros”. Cuando Jesús vino, Dios vino. Cuando Dios se encarnó, Él habitó entre los hombres como tabernáculo. El tabernáculo en el Antiguo Testamento era una especie de cascarón, o sea, una sombra de lo que habría de venir después, y el Señor Jesús es el cuerpo, la realidad de ese tabernáculo. Juan 1:29 dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. Todos los judíos en ese tiempo entendieron esta frase, porque a diario sacrificaban corderos y los ofrecían como sacrificio para la redención de sus pecados, mas no entendieron que la sangre del cordero sacrificado no podía lavarles de sus pecados, debido a que esa sangre era solamente un tipo, una sombra. Es como la foto de un avión que aparece en un libro para niños que están en el jardín de la infancia, el cual sólo es un dibujo y no el avión de verdad. Usted les puede enseñar a los niños a identificarlo como un avión, pero sigue siendo simplemente un dibujo cuya realidad es el avión que vuela en los aires.

Ahora esta realidad ha venido y esta realidad es Jesús. Jesús es Dios que se hizo hombre; y el hecho que Dios se haya hecho hombre es la realidad. Por lo tanto, Jesús es todas las virtudes, Él es todos los valores morales, y Él es también la ética, es decir, Él es todo lo que es verdadero, todo lo honorable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, y todo lo que es de buen nombre; Jesús es todas estas cosas. Él es todas las virtudes: Él es nuestra humildad, Él es el honor que tenemos hacia nuestros padres, Él es nuestro amor para con nuestras esposas, Él es nuestra sumisión hacia nuestros esposos, y Él es nuestro amor para con todos los hombres. Sin Él, todo lo que hay es vacuo y carece de realidad. ¿Quién es Él? Él es el Creador real y viviente que nació de una virgen para ser un hombre, y Su nombre es Jesús. Él, quien es tanto Dios como hombre, murió por nuestros pecados, resucitó y se hizo Espíritu vivificante. Hoy en día, Él no sólo está en los cielos como Señor y Cristo, sino que también ha entrado en nuestro espíritu para ser nuestra vida (Ro. 8:34, 10).

El hecho de que Cristo sea nuestra vida encierra no solamente un significado muy profundo y misterioso, sino que también reviste gran importancia. Una vez que Cristo es nuestra vida, Él llega a ser todo para nosotros. Sabemos que todo cuanto tenemos depende de nuestra vida humana. Si me muriese hoy, todo lo que es mío terminaría, pero mientras vivo, puedo hablar, comer, beber y vestirme; puedo hacer esto y aquello. En otras palabras, si una persona está viva, puede hacer cualquier cosa; pero para una persona muerta todo se ha terminado. El Señor Jesucristo ha entrado en nosotros para ser nuestra vida, esto es, para ser nuestro todo. Él llega a ser nuestro amor, pues el amor que manifestamos hacia otros ya no es nuestro propio amor; nuestro amor es vacío, pero el Suyo es real. Si no tenemos a Cristo, todas nuestras virtudes humanas son simples cascarones, son como unos guantes que están vacíos. Todas nuestras virtudes, tales como amor, bondad, benevolencia, humildad y buenos modales, deberían ser Cristo. Cristo lo es todo para nosotros porque Él es nuestra vida. En el pasado, Pablo mismo dijo que él había sido celoso por la religión, pues no sólo mataba cristianos sino que también guardaba la ley hasta tal grado que llegó a ser irreprensible. Hubo un tiempo en que él consideró que estas cosas eran sumamente valiosas, pero después las estimó como pérdida y basura. La religión y la ley que él había estado observando eran como “desperdicios”, mas ahora tenía a Cristo quien es como oro y gemas preciosas. El Cristo que Pablo había obtenido no era una doctrina vacía sin realidad, sino que era el Dios real y viviente, el Señor real y viviente. Debido a que Pablo tenía a Aquel que es de valor inconmensurable en el universo, él sufrió la pérdida de todas las cosas y las consideró como basura.

(Cristo en Su excelencia, capítulo 2, por Witness Lee)