Comer al Señor, por Witness Lee

DEBEMOS LABORAR PARA OBTENER UNA BUENA COSECHA

Según lo que he observado, el deleite que los hermanos y las hermanas tienen es mayormente el deleite de sembrar. Muchas de las semillas sembradas en nosotros no producen mucho resultado. ¿A qué se debe esto? A que después de comer, beber y disfrutar al Señor, no le permitimos crecer ni madurar ni llevar fruto en nosotros.

Supongamos que digo: “Oh, Señor Jesús”. Creo que invocar al Señor tiene efectos evidentes en nosotros, ya que no podemos invocar al Señor sin que esto traiga repercusiones. Cuando le invocamos, El viene a nosotros. Por un lado, El viene a reconfortarnos y, por otro, tal vez venga a incomodarnos. Si un esposo invoca al Señor, es posible que el Señor le toque el corazón y le diga: “¿Te diste cuenta de que ofendiste a tu esposa?” El esposo dice: “Señor, límpiame con Tu sangre preciosa”. Pero el Señor añade: “En verdad la sangre te puede limpiar, pero no puede confesar tus pecados por ti. Ve y confiésale esto a tu esposa”. ¿Qué debe hacer este esposo? Algunos hermanos pueden endurecer su corazón y no obedecer. Si se rehúsan a cambiar de actitud, es posible que el Señor los abandone. Si nos hallamos en esa situación y tratamos de invocar al Señor, no obtendremos el mismo resultado que antes. El Señor Jesús conoce nuestra situación. Así que, cuando le invoquemos de nuevo, El no actuará. Todos hemos tenido experiencias de esta índole. Anteriormente el Señor venía cuando le invocábamos diciendo: “Oh, Señor”, pero ya no viene. Cuanto más le invocamos, menos resultados obtenemos y más desanimados nos hallamos. Es posible que empecemos a preguntarnos si la práctica de invocar al Señor en verdad trae resultados y lleguemos a dejar de invocar. ¿No es esto lamentable? Solamente sembramos la semilla en la tierra, pero no la dejamos crecer hasta culminar en una cosecha. Con el tiempo, el deleite que teníamos de la semilla también se esfumará.

Leemos en Isaías 55:10: “Da semilla al que siembra, y pan al que come”. Yo siembro la semilla en la tierra, y produce treinta granos; entonces consumo quince, y me quedan quince para sembrar el año siguiente. ¿Cuál es nuestra situación? La semilla que sembramos se nos acabó porque no se reprodujo. Así que, nos quedamos sin semilla. ¿Por qué se nos acaba la semilla? Porque no la dejamos crecer.

Cuando invocamos al Señor y El nos indica que ofendimos a nuestra esposa, si confesamos de inmediato nuestro agravio ante el Señor y ante nuestra esposa, reconocemos que cometimos una falta y pedimos perdón, entonces la semilla crece con rapidez. Cuando volvemos a invocar al Señor, el sabor será completamente nuevo. Aún así, el Señor sigue incomodándonos. Cuando le invocamos de nuevo, El viene y nos muestra que nuestro cabello no tiene un corte decoroso y que debemos cortarlo como es debido. Si le obedecemos al instante y vamos a cortarnos el cabello, tendremos mucho gozo. Cuando esto sucede, el resultado es sorprendente. Nuestro ser viene a ser un campo, un huerto enorme del cual se obtendrá una abundante cosecha todos los días. Esto cumple en verdad lo dicho por Isaías, de dar semilla al que siembra y pan al que come. Quisiera que nos examinemos y nos preguntemos si como sembradores tenemos semilla y si como comensales tenemos pan. Es posible que sólo tengamos medio plato de arroz, que no alcanza ni para una persona. Si uno no puede alimentarse a sí mismo debidamente, ¿cómo espera alimentar a otros? ¿A qué se debe esta escasez? A que sembramos las semillas, pero no laboramos para que crezcan.

Cuando un agricultor labra la tierra, tiene que quitar las piedras, arrancar la maleza, regar el plantío, añadir abono al suelo y, en ocasiones, aplicar pesticidas. ¿Qué hacemos nosotros? Comer al Señor orando-leyendo Su palabra, lo cual está bien, pero si no quitamos las piedras ni arrancamos la maleza ni regamos la tierra ni la abonamos ni aplicamos pesticidas, al final será como si no hubiésemos sembrado nada. Si no sembramos la semilla, la podemos retener, pero si la sembramos, la perdemos. Algunas personas se reservan una pequeña porción del Señor, pero después de ganar de El al orar-leer la Palabra, no obedecen puesto que no laboran; de este modo, pierden la presencia del Señor, y El se aleja de ellos.

(Comer al Señor, capítulo 4, por Witness Lee)