NO LE PEDIMOS AL SEÑOR
QUE HAGA ALGO POR NOSOTROS,
SINO QUE LE COMEMOS
La mujer cananea se le acercó al Señor y le pidió que le hiciera un favor; le pidió que sanara a su hija enferma. Pero la respuesta del Señor no le dio la menor esperanza de que fuera a hacerle favor alguno. Le dijo que El era el pan que la podía alimentar. Esto nos muestra que lo que necesitamos no es que el Señor Jesús haga obras en beneficio nuestro, sino comerle. Hermana, ¿está enfermo su esposo? No le pida al Señor que lo sane. La razón por la cual su marido está enfermo es que usted pueda comer al Señor Jesús, y entonces su esposo sanará. ¿Está abatida por la desobediencia de sus hijos? Usted ora con frecuencia pidiéndole al Señor que haga el milagro de hacer que sus hijos sean obedientes. Pero cuanto más ora, menos eficaz parece la oración y peores se vuelven sus hijos. Ahora usted sabe lo que debe hacer: comer más al Señor. Coma bien al Señor, y su hijo sanará.
Cualquier necesidad que tengamos es una evidencia de que necesitamos comer al Señor Jesús. ¿Está desempleado? No le pida al Señor que le dé un trabajo; lo único que debe hacer es comer al Señor Jesús, y el trabajo aparecerá. Cuando los incrédulos oyen estas palabras, piensan que esto es una necedad, pero los que tienen experiencia saben que el trabajo viene como resultado de comer al Señor. No le pidamos al Señor que haga algo fuera de nosotros. Más bien, coma al Señor e ingiéralo.
Hermanos y hermanas, ya vimos que el Señor Jesús verdaderamente se hizo alimento para nosotros. Nuestra mentalidad necesita un cambio. Los ancianos de todas las localidades administran fielmente las iglesias, las llevan en sus corazones y desean ardientemente que avancen. Pero estar ansiosos por el progreso de las iglesias, aunque sea una preocupación genuina, no ayuda. No le pidamos al Señor que nos ayude a cuidar bien a las iglesias; lo que debemos hacer es comer algunas migajas del Señor Jesús. Cuando comemos más de El, las iglesias son avivadas.
Esta es la perspectiva primordial del Nuevo Testamento. El Señor no vino a hacer obras en favor nuestro, sino a alimentarnos. Es una equivocación pedirle al Señor que, como primogénito del ganado, labre la tierra para nosotros, y también es un error despojarlo de su lana para embellecernos nosotros. Cuando la mujer cananea mencionada en Mateo 15 le pidió al Señor Jesús que sanara a su hija enferma, El le contestó algo así: “No me pidas que sea como los bueyes para labrar tu tierra; soy las migajas que puedes comer. No te preocupes si tu hija está enferma o sana, sólo ¡cómeme! Cómeme, y tu hija sanará”.
Tenemos problemas en nuestra vida familiar porque no comemos a Jesús. Cuando la esposa come a Jesús, el esposo cambia para bien, y cuando el esposo come a Jesús, es ella la que cambia. Cuando los hijos comen a Jesús, los padres dejan de ser un problema. Cuando los padres comen al Señor Jesús, los hijos se vuelven a Dios. Necesitamos ingerir al Señor y dejar que sea nuestra vida, nuestro alimento y nuestro todo; sólo entonces las circunstancias cambiarán.
De hecho, ni siquiera nos preocupa si las circunstancias cambian; sólo nos interesa comer y disfrutar al Señor. El es comestible. Primero comemos las migajas que caen de la mesa; después de cierto tiempo, comemos lo que está sobre la mesa. Cuando los perros gentiles comen a Cristo, llegan a ser hijos de Dios. Después de que los hijos comen más de Cristo, llegan a ser piedras preciosas. En Apocalipsis 2, el Señor le dice al mensajero de la iglesia en Pérgamo: “Al que venza, daré a comer del maná escondido, y le daré una piedrecita blanca” (v. 17). La piedrecita blanca es el que vence. El que come el maná escondido llega a ser una piedra blanca en el edificio de Dios.
(Comer al Señor, capítulo 2, por Witness Lee)