EJERCITARSE PARA LA PIEDAD
Pablo continúa diciendo que tenemos que ejercitarnos para la piedad (1 Ti. 4:7). Aquí el término ejercítate es la traducción de un término griego que alude a todas las clases de ejercicios que se practicaban en los juegos olímpicos. En la antigüedad, en los juegos olímpicos se practicaban toda clase de ejercicios físicos. Pero nosotros, los cristianos, practicamos otra clase de ejercicio, pues nos ejercitamos para la piedad. Ejercitarnos para la piedad significa ejercitar nuestro espíritu a fin de hacer realidad el misterio de la piedad. Para probar que al hablar de ejercitarnos para la piedad Pablo se refería al ejercicio de nuestro espíritu, hemos de remitirnos a 2 Timoteo 1:7, donde dice que Dios nos ha dado espíritu de poder, de amor y de cordura; tal espíritu posee una voluntad férrea, una parte emotiva afectuosa y una mente sobria. Es necesario que todos nosotros nos ejercitemos para la piedad. Tenemos que ejercitar nuestro espíritu debido a que el misterio de la piedad se halla en nuestro espíritu, según lo dice 2 Timoteo 4:22: “El Señor esté con tu espíritu”. El propio Señor Jesús es este misterio, ¡y este misterio está en nuestro espíritu! Si hemos de ser la expresión de este misterio, si hemos de ser la manifestación práctica de este misterio, entonces es imprescindible que todos nosotros ejercitemos nuestro espíritu.
¿En qué consiste ejercitarse para la piedad y cómo podemos ejercitarnos para la piedad? Supongamos que algunos hermanos, jóvenes y solteros, comparten una misma vivienda, y entre ellos hay uno cuya conversación empieza a girar en torno a temas mundanos; en cuanto este hermano empiece a sostener tal clase de conversaciones, los otros hermanos deberán ejercitar su espíritu a fin de no participar en dicha conversación. Si ellos se unen a esa conversación, caerán en una trampa. Pero si en lugar de ello claman: “¡Oh, Señor Jesús!”, habrán ejercitado su espíritu. Esto es ejercitarse para la piedad, lo cual ciertamente ayudará a aquel hermano a volverse a su espíritu.
Podemos dar otro ejemplo basándonos en la relación entre un esposo y su esposa. Todos sabemos que casi toda pareja ha tenido una discusión alguna vez. Todos los esposos son expertos en argumentar, y todas las esposas son especialistas en discutir. En toda discusión entre esposos, ninguno de los dos da su brazo a torcer. Cuanto más hablan, más tienen que decir. Cuanto más discuten, más argumentos tienen. Aprendamos a ejercitarnos para la piedad. Supongamos que después de la reunión, un esposo llega a su casa y su querida esposa inesperadamente se empieza a enojar con él. Él no debe preguntarle: “¿Por qué te enojas?”, pues ello no sería ejercitarse para la piedad; más bien, sería ejercitarse para discutir. ¡Él no debe ejercitar su lengua, sino su espíritu! De este modo se ejercitará para la piedad, y después de un rato, su esposa estará contenta.
Si los ancianos en las iglesias no saben cómo ejercitarse para la piedad, seguramente se enfrentarán con muchas cuestiones que les harán estar descontentos con los santos. Hay muchas ocasiones en las que los ancianos podrían sentirse ofendidos por los demás. En la vida de iglesia ninguna otra función trae tantos problemas, ni es tan agobiante, como la función que desempeñan los ancianos. Ser anciano no es nada fácil; antes bien, es una tarea muy ardua. Los ancianos de la iglesia tienen que aprender a ejercitarse para la piedad. Si un anciano le dice a otro que él no está de acuerdo con lo que éste último dijo, y éste último no se ejercita para la piedad, entonces el primer anciano tiene que ejercitar su espíritu; de otro modo, seguramente discutirán y pelearán entre sí, con lo cual el espíritu de ellos será afectado por la muerte. Como consecuencia de ello, tarde o temprano la vida de iglesia en dicha localidad sufrirá también los efectos de tal muerte. Así pues, por causa de la vida de iglesia, es indispensable que todos los ancianos aprendan a ejercitarse para la piedad.
Antes de decir cualquier cosa, debemos ejercitar nuestro espíritu. Antes de hablar, tenemos que ejercitarnos para la piedad. Entonces nuestro espíritu nos guiará, y todo lo que digamos estará en la esfera de la piedad. Todo lo que digamos será Dios manifestado en la carne. Esto es ejercitarnos para la piedad. Tenemos que aprender esta lección. En todas las cosas tenemos que ejercitarnos para la piedad. Antes de ir de compras tenemos que ejercitar nuestro espíritu para la piedad. Hemos visto claramente que poseemos un espíritu mezclado. Por tanto, nuestra manera de conducirnos, todo cuanto hagamos en nuestra vida diaria y aun la totalidad de nuestro ser, deberá estar en conformidad con nuestro espíritu. Éste es el primer aspecto.
(
Dos grandes misterios en la economÃa de Dios, Los, capítulo 5, por Witness Lee)