Por un lado, el Señor Jesús dice que los creyentes son el trigo; por otro, Él nos dice que los creyentes somos la buena semilla. En Mateo 13:38 Él dice: “La buena semilla son los hijos del reino”. En Mateo 13:4 y 19 la semilla sembrada por el Señor era la palabra del reino; en los versículos 24 y 38, esta semilla se ha desarrollado hasta convertirse en los hijos del reino. Primero, la semilla era la palabra sembrada en la humanidad; después, ella crece hasta convertirse en los hijos del reino. La semilla en los versículos 4 y 19 es la palabra que contiene a Cristo mismo como vida. Esta semilla ahora crece en nosotros, el pueblo del reino, los hijos del reino. Por tanto, la buena semilla, así como el trigo, es los hijos del reino, los auténticos creyentes, aquellos que fueron regenerados con la vida divina.
En realidad, el trigo y la buena semilla son lo mismo. Un agricultor primero recogerá una cosecha del trigo, y después usará los mejores granos como semilla para sembrar. El principio es el mismo con nosotros, los que creemos en Cristo. Primero somos el trigo y, después, la buena semilla sembrada por el Señor.
La siembra de la buena semilla es una especie de martirio, pues tal semilla experimenta una verdadera crucifixión y se le da muerte. Aquellos que estén dispuestos a ser sembrados, a ser crucificados, con el tiempo serán los que crecerán, se multiplicarán y serán fructíferos. Pero aquellos que no estén dispuestos a ser sembrados en la tierra, que no estén dispuestos a que se les dé muerte, serán estériles y no tendrán fruto.
Mateo 13:24 dice: “El reino de los cielos ha venido a ser semejante a un hombre que sembró buena semilla en su campo”. La buena semilla es sembrada por el Señor Jesús a fin de que crezca hasta constituir Su reino. Este reino es Cristo como semilla de vida sembrado en Sus creyentes, el pueblo escogido por Dios, quien se desarrolla hasta llegar a ser una esfera en la cual Dios puede gobernar como reino Suyo en Su vida divina. La entrada al reino es la regeneración (Jn. 3:5), y el desarrollo de dicho reino es el crecimiento de los creyentes en la vida divina (2 P. 1:3-11). El reino es la actual vida de iglesia que llevan los creyentes fieles (Ro. 14:17), y se desarrollará hasta ser el reino venidero, una recompensa que han de heredar (Gá. 5:21; Ef. 5:5) los santos vencedores en el milenio (Ap. 20:4, 6). Finalmente, esto tendrá por consumación la Nueva Jerusalén como reino eterno de Dios, un dominio eterno que contiene la bendición eterna de la vida eterna de Dios, la cual todos los redimidos de Dios disfrutarán en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad (21:1-4; 22:1-5).
(Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 099-113), capítulo 9, por Witness Lee)