Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 001-020), por Witness Lee

LA ECONOMÍA NEOTESTAMENTARIA DE DIOS

La administración familiar ejercida por Dios, el arreglo administrativo doméstico efectuado por Dios, la dispensación divina

¿Qué es la economía neotestamentaria de Dios? La economía neotestamentaria de Dios es la administración familiar ejercida por Dios, el arreglo administrativo doméstico efectuado por Dios, la dispensación divina (plan). Aquí usamos el término dispensación para referirnos a los arreglos efectuados por Dios, esto es, a un plan.

Esta economía, esta dispensación, es revelada en Efesios 1:10 y 3:9. Efesios 1:10 dice: “Para la economía [o, dispensación] de la plenitud de los tiempos, de hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra”. La palabra griega que algunas versiones traducen “dispensación” aquí es oikonomía, de la cual procede la palabra economía. Dios se propuso tener una economía. Todos los reinos en el universo —el reino angélico, el reino humano, el reino animal y el reino vegetal— tienen como finalidad esta economía, esta dispensación, y avanzan hacia la compleción de dicha economía.

La palabra griega traducida “dispensación” en Efesios 1:10 también puede ser traducida “mayordomía” o “arreglo doméstico”. También se podría usar la palabra “administración” debido a que a la postre esta dispensación, esta mayordomía y arreglo doméstico, se convertirá en una administración eterna. Con el tiempo, el universo entero vendrá a estar bajo una sola administración. Aunque la palabra administración podría ser usada aquí, prefiero las palabras dispensación, mayordomía y arreglo doméstico.

Usar el término economía con relación al propósito de Dios no es algo con lo cual muchos cristianos estén familiarizados. La palabra griega para “economía”, oikonomía, es usada otras dos veces en Efesios. Ya vimos que en Efesios 1:10 Pablo habla de esta dispensación, o economía, de la plenitud de los tiempos, en la cual todas las cosas serán reunidas bajo una cabeza en Cristo. Después, en 3:2 él habla de la mayordomía de la gracia de Dios, y en 3:9, de la economía del misterio. En 3:9 Pablo dice: “Y de alumbrar a todos para que vean cuál es la economía [o, dispensación] del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas”. El misterio de Dios es Su propósito que estaba escondido. Su propósito es impartirse Él mismo en Su pueblo escogido; por tanto, tenemos ahora la economía del misterio de Dios. Este misterio estaba escondido en Dios desde los siglos, esto es, desde la eternidad y a lo largo de todas las eras pasadas; pero ahora ha sido traído a la luz para los creyentes neotestamentarios.

En 1 Timoteo 1:4 Pablo habla de “la economía [o, dispensación] de Dios que se funda en la fe”. Una vez más, la palabra griega traducida como “dispensación” o “economía” es oikonomía. En el griego, la expresión la dispensación de Dios también significa la economía doméstica de Dios. Ésta es la administración familiar ejercida por Dios, la cual consiste en que Dios, en Cristo, se imparte en Su pueblo escogido a fin de obtener una casa, una familia, que lo exprese; esta casa o familia es la iglesia, el Cuerpo de Cristo. El ministerio de Pablo estaba centrado en esta economía de Dios (Col. 1:25; 1 Co. 9:17).

Un plan hecho por Dios según Su beneplácito

La economía neotestamentaria de Dios es un plan hecho por Dios según Su beneplácito. Al respecto, Efesios 1:9 dice: “Dándonos a conocer el misterio de Su voluntad, según Su beneplácito, el cual se había propuesto en Sí mismo”. El beneplácito de Dios es el deseo de Su corazón. Este beneplácito fue lo que Dios se propuso en Sí mismo para una dispensación, para un plan (v. 10). Este plan fue hecho por Dios según Su beneplácito, el deseo de Su corazón.

El beneplácito de Dios es lo que Dios se propuso en Sí mismo. Esto significa que la persona misma de Dios es el inicio, el origen y la esfera de Su propósito eterno. Dios tiene un plan, un deseo, y conforme a Su plan, Él tiene un propósito. La existencia misma del universo es conforme al propósito de Dios. Los cielos, la tierra, los millones de cosas y el linaje humano existen, todos ellos, en conformidad con el deseo que Dios se propuso realizar. Por tanto, en el universo hay un deseo, el deseo de Dios. Debido a que este deseo es algo que Dios se propuso, nadie ni nada podrá subvertirlo. Dios se propuso este deseo en Sí mismo; Él no recibió consejo de nadie con respecto a esto.

Hemos visto que Efesios 1:9 habla del beneplácito de Dios. Todos desean obtener placer. Si los seres humanos deseamos obtener placer, ciertamente Dios también. Todo ser viviente desea obtener placer. De hecho, cuanto más viviente sea uno, más placer requerirá. Debido a que Dios es el más viviente de todos, ciertamente Él necesita del mayor placer. Si nosotros, pecadores caídos, necesitamos obtener placer, ¿cuánto más Dios, el Viviente, tendrá una profunda necesidad de obtener placer?

A diferencia del libro de Romanos, el cual comienza desde la perspectiva de la condición del hombre caído, el libro de Efesios fue escrito desde la perspectiva del beneplácito de Dios, del deseo de Su corazón. Entonces debemos preguntarnos, ¿en qué consiste el beneplácito de Dios? El beneplácito de Dios consiste en impartirse Él mismo en nosotros. Éste es el deseo único de Dios. Podríamos incluso decir que Dios “sueña” con impartirse en nosotros. Su anhelo, Su aspiración, es impartirse en Su pueblo escogido.

Muchos cristianos no le dan importancia al deseo que tiene Dios de impartirse en nosotros. En lugar de atender a este asunto, ellos prestan atención a enseñanzas sobre cómo ser santos, espirituales y victoriosos. Muchos jamás han oído que Dios desea hacer una sola cosa: impartirse en nosotros.

En cierto sentido, un creyente puede ser “santo” sin tener mucho de Dios impartido en sí mismo. Sin embargo, tal clase de “santidad” no es auténtica y, por ello, tampoco es estable. Pero si Dios es impartido en nuestro ser, seremos genuinamente santos. En realidad, la santidad no es otra cosa que Dios mismo impartido en nuestro ser de manera subjetiva. En términos objetivos, Dios es santo únicamente en Sí mismo y por Sí mismo; pero en términos subjetivos, Dios —el Dios que se ha impartido en nuestro ser— llega a ser nuestra santidad de manera subjetiva. Por tanto, para nosotros, la verdadera santidad es Dios impartido en nuestro ser. Es el beneplácito de Dios, el deseo de Su corazón, impartirse en nosotros para ser nuestro todo.

(Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 001-020), capítulo 2, por Witness Lee)