Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 001-020), por Witness Lee

C. LA NATURALEZA DE DIOS ES IMPARTIDA EN NOSOTROS PARA QUE VIVAMOS EN ESPÍRITU, AMOR Y LUZ

Según Su economía neotestamentaria, Dios ahora se imparte en nosotros. Ciertamente lo que Dios imparte en nosotros equivale a lo que Él es en Su naturaleza. Cuando Dios es impartido en nosotros, Su naturaleza también es impartida en nosotros. Que Dios se imparta en nosotros significa que Él se imparte en nosotros con lo que Él es en Su naturaleza.

Todos los días mi esposa me da vitaminas junto con mis alimentos. Cada vitamina tiene su propia naturaleza. Cuando ingiero las vitaminas, también ingiero la naturaleza propia de esas vitaminas. Tomar vitaminas también es una ilustración de cómo Dios nos alimenta consigo mismo. Nadie alimenta mejor que Dios. Él nos alimenta diariamente con las vitaminas divinas. Dios nos alimenta con las “vitaminas” de Su naturaleza.

Hemos visto que la naturaleza de Dios incluye el Espíritu como naturaleza de la persona de Dios, el amor como naturaleza de la esencia de Dios y la luz como naturaleza de la expresión de Dios. Puesto que Dios constantemente se imparte Él mismo en Su naturaleza a nuestro ser, cuanto más recibimos la impartición de Dios, más tenemos de Su Espíritu, amor y luz.

Si son ajenos a la impartición de Dios, lo único que tienen los seres humanos es la carne, una mente, emoción y voluntad anímicas así como un espíritu adormecido. Como resultado, tales seres humanos pueden vivir únicamente de una manera carnal, influidos por su alma. Pero si somos personas que diariamente reciben la impartición de Dios, obtendremos más y más Espíritu. Con el tiempo, los demás podrán percibir al Espíritu en lo que hacemos y decimos.

Debemos experimentar la impartición de Dios en nuestra vida matrimonial. Hermanos y hermanas que están casados, ¿cómo reaccionan cuando su cónyuge les causa molestias? Si reaccionan de manera negativa, esto indica que no están recibiendo la impartición de Dios. Si reciben Su impartición así como al Espíritu cada vez en mayor grado, entonces no reaccionarán en su carne ni en sus emociones; más bien, reaccionarán con el Espíritu.

Debido a que Dios es amor y también es el Espíritu, cuanto más recibimos Su impartición, más amor tenemos. En realidad, cuanto más la naturaleza de Dios es impartida en nuestro ser, más nos convertimos en el amor mismo. Esto significa que no solamente tenemos amor, sino que somos amor. Cuando el Nuevo Testamento afirma que Dios es amor, esto no quiere decir que Dios meramente tiene amor, sino que Él es amor. Mediante la impartición de Dios en nuestro ser, nosotros llegamos a ser amor en el sentido de que somos constituidos de Dios como amor. Cuando el amor, como naturaleza de la esencia de Dios, es impartido en nosotros, hemos de reaccionar a los demás en amor. Únicamente una clase de amor es genuino, y éste es el amor que procede de la impartición de Dios. Cuando recibimos la impartición de Dios, al reaccionar manifestamos amor genuino, el cual es Dios mismo.

Si constantemente recibimos la impartición de Dios, nuestro vivir no solamente estará acompañado del Espíritu y del amor, sino también de la luz. Nuestro amor natural está en tinieblas. Hay solamente una clase de amor que está lleno de luz, y ése es el amor que procede de la impartición de Dios.

Si día tras día recibimos la impartición de Dios, nos conduciremos con Espíritu, amor y luz. ¿Con cuánto Espíritu, amor y luz se conduce usted en su vida diaria? Esto pone a prueba si verdaderamente nos mantenemos recibiendo la impartición de Dios.

En los mensajes anteriores vimos que la persona de Dios tiene muchos aspectos, y en este mensaje hemos visto que Él posee una naturaleza que es Espíritu, amor y luz. Si constantemente recibimos la impartición de tal Dios, ciertamente Él se infundirá en nosotros con Su naturaleza, esto es, se infundirá en nosotros como Espíritu, que es la naturaleza de Su persona, como amor, que es internamente la naturaleza de Su esencia, y como luz, que es externamente la naturaleza de Su expresión.

Supongamos que cierto hermano se mantiene recibiendo la impartición de Dios en toda su plenitud. Cuando usted entre en contacto con él, percibirá que él vive y se conduce con mucho Espíritu. Usted no verá en él indicio alguno de la carne ni del alma, sino solamente del Espíritu. Además, también percibirá amor y luz. Cuando esté con él, tendrá el sentir de que usted está siendo iluminado. Tal hermano está constituido de Espíritu, amor y luz debido a que él permanece bajo la impartición de Dios quien, en Su naturaleza, es Espíritu, amor y luz.

Vivir con Espíritu, amor y luz es muy distinto de vivir únicamente conforme a ciertas enseñanzas éticas y morales. El Nuevo Testamento revela la impartición de un Dios cuya persona tiene muchos aspectos y cuya naturaleza es Espíritu, amor y luz. Si somos uno con Él y si recibimos diariamente Su impartición, seremos personas que espontáneamente llevarán una vida llena de Espíritu, amor y luz.

Debemos considerar todos los aspectos de lo que Dios es en Su persona. Aunque la persona de Dios tiene muchos aspectos, en Su naturaleza Él es muy sencillo: Él es Espíritu, amor y luz. Si permanecemos bajo Su impartición, nuestras reacciones indicarán a los demás que tenemos mucho Espíritu, amor y luz, incluso que estamos constituidos de Espíritu, amor y luz.

Si recibimos de manera constante la impartición de Dios ciertamente seremos participantes de la naturaleza de Dios, la cual es Espíritu, amor y luz. Entonces llegaremos a ser personas que viven en Espíritu, amor y luz en el sentido de que estos elementos de la naturaleza de Dios habrán sido forjados en nuestro ser. En nuestro vivir no habrá necesidad de aparentar ni de actuar de manera premeditada; más bien, simplemente llevaremos una vida acorde con la naturaleza divina.

(Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 001-020), capítulo 7, por Witness Lee)