II. LA OBRA ESENCIAL DE LA SANTIFICACION
QUE EL ESPIRITU EFECTUA EN LA
MANERA DE SER DE LOS CREYENTES
La santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser constituye el aspecto final de la santificación. La santificación mediante la sangre de Cristo fue un asunto de posición. Nosotros éramos pecadores y estábamos en Adán, pero la redención efectuada por Cristo nos quitó de Adán y nos puso en Cristo (1 Co. 1:30). Esto representó un cambio en nuestra posición. Fuimos quitados. Ser redimido significa ser quitado. Cuando una hermana va a comprar frutas, quita las frutas del mercado y las lleva a su cocina. Esto constituye un cambio de posición.
El padre vistió al hijo pródigo con el mejor vestido, lo cual fue algo externo y tenía que ver con su posición. Sin embargo, también le dio a comer el becerro engordado, lo cual fue algo interno y tenía que ver con su manera de ser. Antes de irse a trabajar, uno se viste, lo cual es algo exterior, y come algo que le sustente interiormente. El vestirse es un asunto de posición y el comer es un asunto posición, propia de nuestra manera de ser. La ropa cambia nuestra posición para que podamos ir a trabajar. Luego necesitamos comer algo que nos sustente por dentro. La sangre de Cristo nos cambió de posición para santificarnos y eso representa el aspecto particular de la santificación efectuada por Dios, y dicho aspecto tiene que ver con nuestra posición. Luego Dios nos regenera para hacernos una nueva creación, y eso constituye el principio de nuestra santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser. Ser hechos una nueva creación comienza cuando somos regenerados, continúa a lo largo de nuestra vida cristiana, y es efectuado por la santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser.
A. Continuar la obra regeneradora
en los creyentes
La santificación en nuestra manera de ser es continuación de la obra regeneradora en los creyentes. La regeneración no es una graduación sino un nacimiento, un comienzo. Después de nacer, necesitamos crecer. Nuestro nacimiento es nuestra regeneración, y nuestro crecimiento es nuestra santificación en nuestra manera de ser. Dios ahora está santificando lo que El engendró. Dios nos engendró (Jn. 1:12-13), y ahora necesitamos crecer. Todos somos hijos de Dios, pero nuestra edad y desarrollo espirituales son diferentes. El Espíritu nos renueva al santificarnos a fin de que crezcamos en vida.
Me gustaría dar un ejemplo que nos ayudará a entender el significado de la santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser. Supongamos que un hermano le dice algo a su esposa. Más tarde, el Espíritu que santifica quizá le pregunte: “¿Le hablaste a tu esposa de una manera santa?”. Sin duda el hermano se arrepentirá y confesará así: “Señor, no hablé de una manera santa y renovada, sino de una manera natural y común”. El Espíritu está santificando a este hermano con respecto a la manera en que le habla a su esposa. Mientras el Espíritu que santifica corrige a este hermano, le infunde e imparte más del elemento del Dios Triuno para constituirlo.
El Espíritu no sólo nos corrige sino que también nos constituye. La corrección es externa, pero la alimentación es algo interno. Las correcciones externas pueden hacer que modifiquemos un poco nuestras obras y acciones, pero por dentro seguimos igual. La santificación del Espíritu no es así. El Espíritu primero nos corrige exteriormente y luego nos suministra interiormente el elemento divino, infundiéndonos las riquezas de Cristo y constituyéndonos con ellas. La verdadera santificación consiste en corregir más constituir. Digo esto basándome en más de sesenta años de experiencia en el Señor.
Aún en estos días el Espíritu que santifica me ha corregido y constituido mucho. Un hermano que actúa conforme a su manera de ser quizá sea iluminado por el Señor y ore así: “Señor, perdóname. Todavía actúo conforme a mi manera de ser natural y no conforme al Espíritu”. Mientras es corregido, este hermano también recibe el suministro de las riquezas de Cristo y es constituido con ellas. El Espíritu nos santifica, no sólo corrigiéndonos, sino también suministrándonos Sus constituyentes, Sus riquezas, Su elemento divino. Mientras más oramos y confesamos ante el Señor, más suministración recibimos. Este es el significado de la obra santificadora que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser.
(
Espíritu con nuestro espíritu, El, capítulo 11, por Witness Lee)