MUERTOS A LA LEY
En el capítulo anterior, aprendimos que en Romanos del 5 al 8 hay cuatro figuras importantes: Adán, Cristo, la carne y el Espíritu. También vimos que estos capítulos hablan extensamente de un asunto que es muy conflictivo para muchos creyentes: la ley, la cual fue dada por medio de Moisés.
Debemos ver que según Romanos 5:20, la ley es algo que se introdujo además de Adán y de Cristo. Las palabras se introdujo (lit., entró al lado de) indican que algo que no era parte del plan original fue añadido. Además de Adán y de Cristo, está la ley. Romanos 7:6 nos dice que en Cristo ya no estamos bajo la ley. A la luz de esta verdad, tenemos el valor de decirles que se olviden de la ley. No se acuerden de ella ni le presten atención. Se nos ha hecho morir a la ley (v. 4) y estamos libres también de ella. Estamos libres de la ley, como un empleado que ha sido despedido por un empleador es libre. Si nuestro jefe nos ha despedido y nos manda a hacer algo, tenemos el derecho de negarnos a su petición porque él ya nos liberó. Debemos ver que debido a que la ley se introdujo, entró al lado, como algo adicional, en Cristo ya no estamos bajo la ley. Ya no tenemos nada que ver con la ley, porque se nos ha hecho morir a la ley y estamos libres de ella. Nunca más debemos ser empleados por la ley.
A pesar de ello, el enemigo, Satanás, siempre nos molesta con la ley. No es nada sencillo olvidarnos de la ley. Incluso si hacemos todo lo posible por olvidarnos de la ley, el enemigo siempre hace todo lo que puede para que la recordemos. Aunque usted haya leído en el capítulo anterior que hemos muerto a la ley, que estamos libres de la ley y que, por tanto, no tenemos nada que ver con la ley, ¿cuál ha sido su actitud hacia la ley? ¿Realmente puede usted decir que no tiene nada que ver con la ley? Temo que usted aún esté muy involucrado con la ley, no sólo con la ley que nos fue dada por medio de Moisés, sino con la ley que usted mismo ha hecho. Moisés no es el único que da la ley, nosotros también lo hacemos. Somos los mayores proponentes de la ley. Las leyes que nos damos a nosotros mismos, tales como ser humildes, amar a nuestro prójimo, amar más al Señor, etc., todas son leyes buenas. Aun así, debemos comprender que tales leyes son muy conflictivas y que no nos llevan a ningún lado. Tenemos que llegar a nuestro destino de ser conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios, pero la ley no es el “tren” que nos llevará allí. Tenemos que bajarnos del “tren” equivocado y abordar otro “tren”. ¿Cuál es ese otro “tren”? Cuando recibimos nuestra salvación, recibimos al Cristo vivo como nuestro Salvador personal. En ese tiempo, Él entró en nuestro espíritu. Cristo como el Espíritu ahora mora en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22; Ro. 8:11). Este Cristo que mora en nuestro interior como el Espíritu, es el “tren” que nos llevará a nuestro destino. Debemos olvidarnos de la ley y en su lugar debemos tener comunión con el Espíritu, estar de acuerdo con el Espíritu y estar alineados con Él. Olvídense de la ley. No la sigan más. Están libres de la ley, así que ya no deben pensar ni deben comportarse como si aún fuesen sus empleados. Nosotros no tenemos nada que ver con la ley, sino más bien, todo tiene que ver con el Espíritu viviente que mora en nosotros.
Muchas veces, el enemigo nos visita disfrazado de “ángel bueno” (cfr. 2 Co. 11:14). Como tal, él nos puede sugerir que debemos amar a los hermanos, hacer el bien y tratar de llevar una vida apropiada. En otras palabras, nos da leyes. Aunque tales leyes aparentemente son buenas, no debemos creer que provengan del Espíritu Santo. Estas leyes provienen del enemigo; así que, debemos tener la valentía para resistirlas. Cada vez que le venga el pensamiento de que usted debe amar a los hermanos o ser humilde, de inmediato debe decir: “¡Satanás, fuera de aquí! No aceptaré ninguna palabra que venga de ti”. Olvídese de todas las cosas buenas, y olvídese de todas las leyes. Más bien, manténgase en línea con el Espíritu Santo y en la comunión y la presencia del Señor. Dígale al enemigo: “No entiendo lo que significa ser humilde ni ser orgulloso. No entiendo qué significa hacer el bien ni el mal. Tales cosas son como una lengua extranjera para mí. En mi ‘país’, tales cosas no existen. En mi ‘país’ lo único que existe es Cristo. Lo único que existe es el Espíritu Santo. No recibo nada del extranjero, nada que no sea de mi ‘país’. Yo recibo solamente las cosas de este ‘país’, y todas las cosas de este ‘país’ deben ser, y son, Cristo mismo”.
Aun si intenta por sí mismo guardar la ley acerca de ser humilde, usted será orgulloso. Aunque pueda ser humilde exteriormente, interiormente es orgulloso. Quizás se diga a sí mismo: “Aunque la gente mundana es muy orgullosa, yo soy humilde”. A la luz de ello, vemos que no es bueno ser humilde ni amar a los hermanos como resultado de nuestros esfuerzos por guardar la ley. Cuando usted se conforma al Espíritu Santo y permanece en comunión con el Señor, usted no sabe lo que es ser humilde u orgulloso, ni lo que es amar u odiar. Usted simplemente sabe que está de acuerdo con el Señor en el Espíritu. Si usted toma este camino, sin darse cuenta, será muy humilde. Otros percibirán su humildad, pero usted no se dará cuenta de ello. Usted sólo percibe que vive en Cristo. Entonces declarará: “No entiendo lo que es amar, ni entiendo lo que es ser humilde. Sólo entiendo que tengo contacto con Cristo momento a momento”. Cristo será el amor suyo y Cristo será la humildad suya. Éste es el “tren” correcto en el que debemos estar. Esto es lo que Romanos 5 al 8 nos dice. No estamos bajo la ley; hemos muerto a ella. Estamos viviendo para Dios en comunión con Cristo en el Espíritu (Ro. 6:10; Gá. 2:19).
(
Experiencia que tienen los creyentes de la transformación, La, capítulo 7, por Witness Lee)