SER TRANSFORMADOS MEDIANTE
LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN
Las Escrituras nos dicen que el hombre anímico, el hombre regido por el alma, no puede aceptar lo espiritual (1 Co. 2:14). Es imposible que dicho hombre reciba las cosas que son del Espíritu de Dios. Por esta razón, el hombre anímico, junto con su mente, parte emotiva y voluntad naturales, tiene que ser transformado al ser puesto a muerte y ser resucitado (Jn. 12:24-26; Mt. 16:24-25). Ésta es la transformación, que se lleva a cabo por la renovación de la mente (Ef. 4:23). Sólo por medio de la muerte y la resurrección puede ser renovada nuestra mente, junto con el resto de nuestra alma. No es suficiente que seamos regenerados y transformados en nuestro espíritu; tenemos que ser transformados en nuestra alma. Nuestro mayor problema es que no hemos sido transformados en nuestra alma.
La manera de ser librados de nuestro hombre anímico y ser transformados en nuestra alma es poner siempre nuestra vista en el Señor a fin de que nos fortalezca para hacer una sola cosa: detenernos. Cada vez que estemos a punto de pensar en algo, amar algo o tomar una decisión, tenemos que detenernos. Oh, hermanos y hermanas, quiero darles esta pequeña palabra: “¡Detente!”. ¡Debemos detenernos! Cuando vamos a amar algo, tenemos que decir: “¡Detente!”. Cuando vayamos a pensar en algo, tenemos que decir: “¡Detente!”. Detenernos es ponernos a muerte.
A veces sucede que tan pronto terminamos de orar por la mañana, nos acordamos de algo que un hermano nos dijo el día anterior. Mientras considera esto, quizás se ofenda. Cuando surge este tipo de pensamiento, ¿usted lo acepta? Si acepta este pensamiento y le da cabida en su ser, esto comprueba que su mente aún no ha sido transformada. Lo cual indica que su mente, al igual que el dedo vacío de un guante, aún no contiene aquello para lo cual fue creado. Si usted acepta esos pensamientos, puede estar seguro de que en su mente hay muy poco de Cristo. En lugar de aceptar tales pensamientos, debe detenerse. Tiene que darle muerte a su mente. En esos momentos usted debe orar, diciendo: “Señor, fortaléceme para darle muerte a mi mente”. Por favor, recuerde que donde está la muerte de la cruz, allí está la vida de resurrección de Cristo. Cuando usted le da muerte a su mente, tenga por seguro que la vida de la resurrección de Cristo le seguirá. Si nos detenemos y permitimos que nuestra mente sea aniquilada, ésta llegará a ser una mente resucitada. Una mente resucitada es una mente renovada. Si tenemos una mente renovada, habrá un cambio en nuestros pensamientos. Este cambio equivale a la transformación de la mente. Puesto que su mente ha sido transformada mediante la renovación, es decir, al morir y ser resucitada, usted testificará que este hermano representa la gracia y el don que el Señor le ha dado. El hecho de que usted exprese tal pensamiento indica que su mente ha sido transformada. Esta transformación es verdaderamente el Espíritu de Cristo que se ha extendido a su mente y la ha llenado consigo mismo.
Algunos santos son muy sentimentales. Cuando están contentos, se ponen tan contentos que se olvidan de todo lo demás, incluyendo al propio Cristo. Cuando están tristes, también se olvidan del Señor. Las personas emotivas deben aprender a decirle a su hombre natural que se detenga. Cuando estén a punto de reírse, sintiéndose feliz, lo mejor es no reírse demasiado, sino aprender a decir: ¡Detente! Deben aprender a darle muerte a su hombre anímico, al ser fortalecidos por el Espíritu Santo. Algunas personas suelen enojarse rápidamente. Tales personas también son muy emotivas. Cuando usted siente que va a enfadarse, debe decir: “Señor, fortaléceme para poder detener mis emociones”. Si usted da muerte a sus emociones, la resurrección se manifestará. Su parte emotiva será resucitada y será llena del Espíritu Santo. Entonces, cuando usted esté contento, en su alegría se expresará la imagen de Cristo, y cuando ame algo, en su amor se expresará la imagen de Cristo. Con el tiempo, tendremos la imagen de Cristo en nuestra mente, parte emotiva y voluntad, porque en nuestra alma habremos sido transformados a la imagen de Cristo, y Él se habrá extendido a cada parte de nuestro ser.
(Experiencia que tienen los creyentes de la transformación, La, capítulo 3, por Witness Lee)