Vencedores, Los, por Witness Lee

II. VENCER LA MUNDANALIDAD

Ahora llegamos a la iglesia en Pérgamo (Ap. 2:12). La historia nos dice que la iglesia durante la era de Pérgamo llegó a ser completamente mundana. La palabra griega que se traduce Pérgamo significa “matrimonio” (lo cual implica unión). Esto indica que la iglesia en Pérgamo llegó a ser uno con el mundo como en la unión matrimonial. La iglesia en Pérgamo se casó con el mundo. Este matrimonio tomó lugar cuando Constantino adoptó el cristianismo como la religión del estado en la primera parte del siglo cuarto. El Señor les mandó a los santos que vencieran en esa situación mundana. Si ellos vencían, El les daría a comer del maná escondido (Ap. 2:17).

Cuando el pueblo de Israel vagó por el desierto cuarenta años, Dios lo alimentó públicamente con maná cada mañana. Sin embargo, a Moisés se le dijo que tomara una porción del maná y la pusiera en una vasija de oro, y que pusiera esta vasija en el arca dentro del Lugar Santísimo como memoria delante de Dios (Ex. 16:32-34). En Apocalipsis, el Señor les prometió a los santos fieles de Pérgamo que si permanecían fieles, El les daría a comer del maná escondido, lo cual significa que Cristo, como una porción especial dada a los santos, llega a ser una porción escondida para los fieles.

Cuando somos perseguidos, ya sea por nuestros padres, nuestros parientes, por los ancianos, los colaboradores o por los queridos santos, y no nos resistimos ni renunciamos, sino que permanecemos con el Señor y en El en esta situación, el Señor Jesús será nuestro maná escondido. Una porción particular de Cristo, una porción especial, será nuestro maná escondido. Esta porción especial llegará a ser nuestro apoyo y nuestra fuerza. ¿Cómo podemos soportar el sufrimiento y vivir en una situación en la cual nadie más puede vivir? Podemos perseverar porque diariamente disfrutamos al Señor Jesús como una porción especial, como el maná escondido.

El Señor también prometió a los que fueran fieles en Pérgamo que les daría una piedrecita blanca y en ella escrito un nombre nuevo (Ap. 2:17). Si no seguimos la iglesia mundana, sino que disfrutamos al Señor en la vida de iglesia apropiada, seremos transformados en piedras para el edificio de Dios. Hoy existen millones de cristianos, pero es difícil verlos edificados juntamente con otros. La razón por la cual no somos edificados con otros es que tenemos nuestros propios rasgos peculiares. Es por eso que hay tantas separaciones y divorcios entre los matrimonios. El esposo y la esposa no pueden ser edificados juntos por causa de sus rasgos peculiares.

De igual manera, no podemos ser edificados juntos en la vida de iglesia debido a nuestras peculiaridades. Todos tenemos nuestros rasgos particulares y peculiares. Por eso necesitamos ser transformados. Nos ayudaría mucho cantar con nuestro corazón y con nuestro espíritu el siguiente himno (Himnos #323) acerca de la transformación.

Dios desea conformarnos,     Al amado Redentor; Por Su Espíritu lo cumple     Con poder transformador.

Nos transforme a Tu imagen,     Tu Espíritu Señor; Nos sature por completo     Voluntad, mente, emoción.

Dios nos ha regenerado     Nuestro espíritu avivó; Esta vida llega al alma,     Para obrar transformación.

Del espíritu se extiende,     Para el alma transformar; Cada parte El renueva,     Hasta todas controlar.

Por Su Espíritu de vida     Nos transforma con poder De Su gloria a Su gloria,     Como El hemos de ser.

Nos transforma y santifica,     Hasta que haya madurez; Posee el alma, la transforma,     Hasta Su estatura ver.

Necesitamos esta transformación. Entonces ya no seremos naturales, y podremos ser edificados juntamente. Dios desea obtener una casa, no pedazos individuales de materiales. El quiere que todas las piezas individuales de material sean edificadas juntas para ser Su casa, para ser Su Cuerpo. Por lo tanto, hoy, nuestra urgente necesidad es ser transformados.

El Señor prometió a los vencedores que había en Pérgamo dos cosas: primero, el maná escondido para su sustento y abastecimiento, y segundo, una piedrecita blanca, lo cual indica que ellos serán el material para el edificio de Dios. En nuestro ser natural no somos piedras, sino barro. Pero ya que hemos recibido la vida divina con su naturaleza divina por medio de la regeneración, podemos ser transformados en piedras, incluso piedras preciosas (1 Co. 3:12), al disfrutar a Cristo como nuestro suministro de vida (2 Co. 3:18).

Cuando Simón vino al Señor, el Señor inmediatamente le cambió su nombre por Pedro, que significa piedra (Jn. 1:42). En los cuatro Evangelios vemos que Pedro fue un caso difícil entre todos los discípulos. El era muy peculiar; no obstante, el Señor trató con él para transformarlo. Ya de edad avanzada dijo en su primera epístola que somos llamados a ser piedras vivas para ser edificados como un sacerdocio corporativo, es decir, como un edificio corporativo, la casa espiritual de Dios (1 P. 2:5). Esto es lo que Dios desea.

Hoy en día, el Señor nos ha puesto en ciertas circunstancias para que podamos aprender las lecciones de la transformación. En la vida de iglesia no debemos tener ninguna preferencia ni debemos tratar de iniciar ningún cambio. Debemos permanecer donde estemos para sufrir gozosamente a fin de poder ser transformados. Entonces, ya no seremos hombres de barro, sino piedras, piedras blancas. La blancura indica justificación y aprobación de parte del Señor, y también indica complacencia para con nosotros. Cuando somos transformados, podemos ser edificados de una manera apropiada y adecuada juntamente con otros. Esto es lo que nos muestra la epístola a la iglesia en Pérgamo.

Lo que el Señor dijo a Pérgamo indica que necesitamos vencer la mundanalidad de una iglesia que está casada con el mundo, donde Satanás administra sobre su trono y mora allí como posesión suya (Ap. 2:13). Vencer esa mundanalidad es asirnos del nombre del Señor y no negar la fe con respecto al Señor (v. 13). Si somos fieles y vencemos, el Señor nos dará a comer del maná escondido (Cristo como nuestra nutrición particular), y nos dará una piedrecita blanca (para la edificación en el Cuerpo de Cristo), con un nombre nuevo escrito (según nuestras nuevas experiencias específicas de Cristo), el cual nadie conoce excepto el que lo recibe (v. 17). La obra de Dios de edificar la iglesia depende de nuestra transformación, y ésta a su vez es resultado del disfrute que tenemos de Cristo como el maná escondido, como nuestro suministro de vida.

(Vencedores, Los, capítulo 3, por Witness Lee)