Mensajes dados a los santos que trabajan, por Witness Lee

CRISTO HACE SU HOGAR

Cuando nuestro espíritu llega a ser fuerte y prevalece sobre nuestra alma, somos fortalecidos en el hombre interior. Entonces Cristo podrá hacer Su hogar en nuestros corazones por medio de la fe. En el pasado, pese a que Cristo estaba en nuestro espíritu, nuestro espíritu no era fuerte. Como resultado, el amo y señor no era el espíritu, sino el alma, y Cristo no tenía posibilidad alguna de hacer Su hogar en nuestros corazones. Es sólo cuando nuestro espíritu llega a ser fuerte y prevalece sobre nuestra alma que podemos ceder a Él, dándole la oportunidad de hacer Su hogar en nuestros corazones. Todos los hermanos y hermanas que están casados han tenido esta experiencia. A veces una pareja tiene una discusión. Mientras discuten, Cristo no puede establecerse en el interior de ellos. Cuando Él no puede hacer Su hogar en sus corazones y no puede salir de su espíritu, Él sufre muchísimo.

Algunos de ustedes viven en casas para hermanos o hermanas solteros. A menudo un pequeño incidente puede hacerlos sentir descontentos. Al comienzo cuando viven juntos, todo es placentero; es como una luna de miel. Pero esta situación maravillosa no dura mucho, y gradualmente se acaba la luna de miel, y empieza a haber descontentos entre ustedes. Hay incompatibilidades en el temperamento o se les hace difícil ajustarse a diferentes estilos de vida. Para todos esos problemas, nada funcionará. Lo único que servirá es que ustedes sean fortalecidos en el hombre interior. Cuando nuestro espíritu es fuerte al grado de vencer el alma, Cristo tendrá una oportunidad para hacer Su hogar en nuestros corazones. Una vez que Él logre establecerse y esté cómodo, usted y yo nos sentiremos cómodos también. Cuando Él está en paz, nosotros también lo estamos.

Arraigados y cimentados en amor

Nuestro corazón es como una casa con cuatro cuartos, los cuales son la mente, la parte emotiva, la voluntad y la conciencia. Cuando nuestro espíritu es fuerte y nuestro hombre interior es fortalecido, cada cuarto de nuestro corazón es ocupado por el Señor, y cada parte de nuestro corazón puede estar bajo el control del Señor. De este modo, Cristo hará Su hogar en nuestro corazón, y nosotros podremos ser arraigados y cimentados en amor. Cuando los cristianos somos salvos, algo básico ocurre entre Dios y nosotros, y entre nosotros y los santos. Se trata de una historia de amor, y este amor es nada menos que Dios mismo. Debido a nuestra regeneración, nosotros poseemos la vida de Dios y hemos llegado a ser labranza de Dios y edificio de Dios (1 Co. 3:9). Puesto que somos labranza de Dios, necesitamos crecer y ser arraigados; y puesto que somos edificio de Dios, necesitamos ser edificados y cimentados. Estos dos asuntos, el ser arraigados y el ser cimentados, se llevan a cabo en amor. Con respecto a nosotros, ser arraigados y cimentados en el amor de Cristo equivale a crecer y a ser edificados en Su vida. El resultado de ello es que somos capaces de aprehender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad.

La anchura, la longitud, la altura y la profundidad se refieren a las dimensiones de Cristo. Estas dimensiones son ilimitadas en el universo. Todo lo relacionado con Cristo es ilimitado. Su amor es ilimitado. Su paciencia es ilimitada. Su humildad, Su benevolencia amorosa, Su bondad, etc., son ilimitadas. Todas ellas deben ser nuestra experiencia práctica en la vida de iglesia. Eso no es todo; pues también podemos conocer Su amor que excede a todo conocimiento. La palabra conocer aquí significa tocar, gustar y experimentar. El amor de Cristo es simplemente Cristo mismo. Cristo mismo es ilimitado y también Su amor. Es por ello que tenemos el amor que excede a todo conocimiento. No obstante, podemos conocer este amor que excede a todo conocimiento en nuestra experiencia.

Llegar a ser la plenitud de Dios

Cuando Cristo hace Su hogar en nuestros corazones, y cuando somos capaces de aprehender con todos los santos las dimensiones de Cristo y de conocer por experiencia Su amor que excede a todo conocimiento, el Dios Triuno nos llena de todas Sus virtudes y atributos para que lleguemos a ser la plenitud de Dios que expresa todas Sus riquezas. Esta plenitud es la iglesia, la expresión corporativa de Dios que ha de cumplir Su deseo. Éste es un asunto formidable. En los pasados sesenta años, yo he visto a muchos entre nosotros que, a fin de permanecer en la vida de iglesia y llevar una vida normal y sencilla, renunciaron a excelentes oportunidades en las que podrían haber alcanzado puestos elevados y conseguir riquezas materiales. Gracias a la operación del Dios Triuno, ellos han experimentado de manera práctica este pasaje de la palabra de Efesios 3. El efecto de esta elección es demasiado grande. Sólo la eternidad podrá decirnos su valor. Por esta razón, espero que todos ustedes paguen un alto precio para llevar tal vida de iglesia.

Génesis 2 nos muestra que después que Dios creó al hombre, lo puso en el huerto del Edén para que disfrutara del fruto del árbol de la vida y para que cuidara y guardara el huerto (vs. 8-16). En ese entonces Dios lo era todo para el hombre. Él era su entretenimiento, satisfacción y protección. Pero por causa de la caída, el hombre perdió a Dios y perdió también todo lo demás. Después de esto, los descendientes de Caín inventaron la lira y la flauta, establecieron la ganadería y la agricultura, y surgieron los forjadores de instrumentos de bronce y de hierro (Gn. 4:16-22). Ellos empezaron a buscar el placer, la satisfacción y la seguridad por su propia cuenta, y desecharon a Dios. Ésta es la condición de todo el mundo hoy. El mundo ha abandonado a Dios en busca de su propio placer, satisfacción y seguridad. Entre las naciones, entre los individuos, y en la sociedad y en los hogares, todos luchan y se esfuerzan por obtener estas cosas. Sin embargo, nosotros hemos sido salvos por el Señor y llamados por Dios. No vivimos dedicados a estas cosas. Aunque trabajamos y nos esforzamos en la sociedad, nuestro placer, satisfacción y protección es Dios. Cuando disfrutemos a Dios como nuestro todo, no seremos atraídos ni esclavizados por el mundo, sino que podremos tener comunión con Dios en tranquilidad, llevando una vida normal y llena de paz. El resultado de ello es que podemos vivir la verdadera vida de iglesia, en la cual experimentamos a Cristo y expresamos las riquezas de Dios.

(Mensajes dados a los santos que trabajan, capítulo 5, por Witness Lee)