UN SERVICIO NORMAL
Consagrar nuestros cuerpos y nuestro tiempo
A fin de tener un servicio próspero, primero tenemos que consagrar nuestros cuerpos y nuestro tiempo. El capítulo 12 de Romanos nos muestra que para poner en práctica la vida del Cuerpo, primero tenemos que ofrecer nuestros cuerpos. Tenemos que decirle al Señor: “Señor, Tú compraste mi cuerpo. Es Tu posesión. Te lo consagro a Ti”. A fin de ofrecer nuestro cuerpo, tenemos que ofrecer nuestro tiempo, porque nuestro cuerpo se halla en el tiempo. Si no podemos dar nuestro tiempo, no podremos presentar nuestro cuerpo. De una manera práctica, usted debe consagrar su cuerpo y su tiempo haciendo un presupuesto como hemos descrito. Pablo dijo en Romanos 1:14 que él era deudor a todos. Ésta es una deuda que tenemos con el Señor. Si no predicamos el evangelio ni ayudamos a otros a seguir adelante, ¿no somos deudores al Señor? Por lo tanto, tenemos que consagrar nuestros cuerpos y nuestro tiempo para predicar el evangelio y ayudar a otros. Sólo así no tendremos una deuda con el Señor.
Predicar el evangelio
para ganar a nuevos creyentes
El segundo aspecto de un servicio apropiado consiste en que prediquemos el evangelio para ganar a nuevos creyentes. A fin de predicar el evangelio, primero debemos interesarnos por los pecadores. No debemos sentir que ellos son malos y repugnantes. Si pensamos así, nuestro evangelio no seguirá adelante. Romanos 5:8 dice: “Dios muestra Su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros”. En Mateo 5:44 el Señor también nos dijo que amáramos a nuestros enemigos. Por consiguiente, debemos interesarnos por los pecadores. Cuando otros mientan, tenemos que sentir lástima por ellos. Si fueran salvos, ellos dejarían de mentir. El hombre es corrupto por nacimiento. Si el Señor no lo hubiera salvado a usted, usted no sería mucho mejor que ellos. Además, tenemos que orar por ellos.
Nuestra predicación del evangelio no debe basarse en un celo temporal. Muchos cristianos de repente son muy fervorosos y también de repente se enfrían. Esto no es normal. Debemos servir de una manera normal y regular. Una vez por semana debemos salir a predicar el evangelio al tocar a las puertas. En 1 Corintios 9:16 y 17 se nos dice: “Pues si predico el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no predico el evangelio! Por lo cual, si lo hago por mi propia voluntad, recompensa tengo”. Era la comisión de Pablo predicar el evangelio. Si él no predicaba, tendría de que lamentarse. Nosotros debemos ver esto mismo hoy.
Ocuparnos de las reuniones de hogar
y perfeccionar a los nuevos creyentes
Después que una persona es bautizada, necesita recibir cuidado, pastoreo, alimentación y enseñanza. Todos estos asuntos requieren nuestra labor. En estos últimos años hemos bautizado aproximadamente a treinta y ocho mil personas saliendo a predicar el evangelio al tocar a las puertas. Todos los hermanos y hermanas ahora deben responder a la necesidad y asumir la responsabilidad de cuidar de ellos. Este entrenamiento lo conducimos con la esperanza de que los hermanos y hermanas que trabajan se levanten a visitar a estas personas semana tras semana, cuidando de ellas en las reuniones de hogar, perfeccionándolas allí y considerándolas su gozo (1 Ts. 2:20), enseñándoles y pastoreándolas con paciencia (Jn. 21:15-16), con miras a cultivar su espíritu (4:24). Si todos practican esto, el resultado será muy notable.
Asistir a las reuniones de los distritos
para edificar la iglesia
El quinto punto de nuestro servicio consiste en que asistamos a las reuniones de distritos para edificar la iglesia (1 Co. 14:26). Antes y después de las reuniones, debemos contactar a los nuevos asistentes y a los demás creyentes. He observado esta carencia en la mayoría de hermanos y hermanas en las reuniones. La razón es que nadie tiene la costumbre de contactar a las personas antes y después de las reuniones. No tenemos que ir a sentarnos tan rápidamente antes de la reunión. Podemos esperar en la entrada a que lleguen los hermanos y hermanas. No importa a quién veamos, podemos dedicar unos minutos para hablar con ellos. Después de la reunión, tampoco necesitamos irnos inmediatamente. Busquen a alguien con quien hablar. Siempre es provechoso que los creyentes tengan mutuo contacto. Así, espontáneamente se visitarán, pastorearán y enseñarán. Además de esto, tenemos que poner en práctica el ejercicio de nuestra función en las reuniones al testificar o profetizar. También debemos practicar usar el tono de voz adecuado y la debida cantidad de tiempo. Cuando hablemos en público, tenemos que hablar en voz alta. Al mismo tiempo, la persona que comparte debe medir bien su tiempo. Usar de tres a cinco minutos es suficiente. No se extiendan demasiado. Por último, aprendan a seguir el fluir de la reunión y a preocuparse por el sentir de otros. Cada reunión tiene su fluir correspondiente. No hablen del norte cuando los demás están hablando del sur. Cuando hablen, deben preocuparse por el fluir y por el sentir de los demás.
(
Mensajes dados a los santos que trabajan, capítulo 8, por Witness Lee)