Exhortación amorosa a los colaboradores, ancianos y los que aman y buscan al Señor, Una, por Witness Lee

DEBEMOS DISCERNIR CON ESMERO LA REVELACION DIVINA SEGUN LAS SANTAS ESCRITURAS

La aceptación de la revelación divina debe basarse en la economía eterna de Dios, en Cristo y en Su Cuerpo para que se produzca la Nueva Jerusalén

Debemos discernir con esmero al aceptar la revelación divina según las santas Escrituras. En primer lugar, la aceptación de la revelación divina tiene que basarse en la economía eterna de Dios como principio básico. Muchos cristianos hoy en día discuten entre sí, pero muy pocos saben que en la Biblia existe la economía eterna de Dios. En segundo lugar, la aceptación de dicha revelación debe basarse en Cristo como el centro y la universalidad de esta economía. En otras palabras, Cristo lo es todo en la economía de Dios.

En estos diez años o más, he hecho énfasis en la economía de Dios y he publicado tres o cuatro libros al respecto. El primero de ellos, La economía de Dios, se publicó en 1968. No hablaba de la economía de Dios como plan, sino de su acción en nuestro ser y con relación a nuestro espíritu, nuestra mente, nuestra voluntad y nuestra parte emotiva. Volví a referirme a la economía de Dios en Stuttgart, Alemania, en 1984 y continúe con el tema en la costa oriental de los Estados Unidos y en Irving, Texas. Estos mensajes se publicaron en el libro La economía neotestamentaria de Dios. Si ahora me pidiesen que compartiese algo básico no podría alejarme de la economía de Dios, puesto que cualquier tema básico tiene que concordar con ella. El centro y la circunferencia de la economía eterna de Dios es Cristo. Dios no tiene ningún plan fuera de Cristo. Cristo lo es todo. La expresión Cristo es el centro y la universalidad fue usada por el hermano Nee en 1934 cuando dio algunos mensajes en los que presentó a Cristo como el todo en todo. Yo recibí mucha ayuda de esos mensajes.

La aceptación de la revelación divina también tiene que basarse en el Cuerpo de Cristo, cuya consumación es la Nueva Jerusalén, la meta del Dios Triuno procesado y consumado. Juan 4:14 dice: “Más el que beba del agua que Yo le daré, no tendrá sed jamás, sino que el agua que Yo le daré será en él un manantial de agua que salte para vida eterna”. El Dios Triuno es una fuente que brota como un manantial y salta para ser un río que fluye para vida eterna. La fuente es Dios el Padre; el manantial es Dios el Hijo, y el río es Dios el Espíritu, que fluye como agua viva para vida eterna. Por más de cincuenta años traté de entender la frase para vida eterna, pero sin éxito. Sin embargo en días recientes, lo comprendí. No significa entrar en la vida eterna, sino llegar a ser la vida eterna. El fluir del Padre como fuente, del Hijo como manantial y del Espíritu como río al final se convierte en la vida eterna, la cual es la Nueva Jerusalén. Toda la Biblia nos muestra que nuestro Dios fluye. Fluyó en el Padre como la fuente, y el Padre brotó; se manifestó como el Hijo, el manantial; y el río que salta es el Espíritu. El resultado, la consumación, de este fluir es la Nueva Jerusalén. Desde Génesis hasta Apocalipsis, la Biblia habla solamente del Dios Triuno que fluye, y el resultado de Su fluir es la Nueva Jerusalén. Tal como el hombre es la consumación de la vida humana, la Nueva Jerusalén es la consumación de la vida divina.

(Exhortación amorosa a los colaboradores, ancianos y los que aman y buscan al Señor, Una, capítulo 4, por Witness Lee)