Estudio-vida de Jeremías y Lamentaciones, por Witness Lee

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LA HISTORIA DE ISRAEL

En Egipto y en el desierto

Israel estuvo en Egipto bajo el yugo de los egipcios y la tiranía de Faraón. Dios envió a Moisés para que los liberase de este yugo y tiranía, llevándolos fuera de Egipto al desierto rumbo al monte Sinaí. En el monte Sinaí, los cielos le fueron abiertos a Israel, y Dios les dio la revelación concerniente al tabernáculo y sus enseres. Él también les dio los libros de Éxodo, Levítico y Números, diciéndoles cómo adorar a Dios y dándoles instrucciones detalladas con respecto a la manera en que debían comer, vestirse y conducirse. Desde entonces Israel comenzó a ser un pueblo que en todo aspecto estaba bajo la revelación divina.

Al principio Israel obedeció hasta cierto punto la revelación divina. Ellos erigieron el tabernáculo conforme a la revelación recibida y, en obediencia a esta revelación, también comenzaron a adorar a Dios por medio del sacerdocio y los sacrificios. Sin embargo, durante su travesía en el desierto, comenzaron a degradarse apartándose de la revelación que habían recibido de Dios por intermedio de Moisés. El libro de Números relata muchos casos que muestran su degradación al apartarse de la ley de Dios, esto es, de la revelación de Dios.

La repetición de la revelación divina

Cuando el pueblo de Israel estaba a punto de entrar en la buena tierra, Moisés les repitió la revelación divina; él les repitió la revelación de la ley de Dios. Esta repetición es hallada en el libro de Deuteronomio (la palabra Deuteronomio significa “segunda ley” y, por tanto, significa el hablar reiterado de la ley divina). En esta repetición Moisés les encargó que, especialmente cuando entrasen en la buena tierra, debían derribar los ídolos, destruir los lugares dedicados a la adoración de ídolos y matar a los idólatras. Por ejemplo, con respecto a quienes adoraban ídolos, Moisés le dio mandamiento a Israel diciéndole: “Las destruirás por completo; no harás con ellas pacto ni les mostrarás favor [...] Mas así habéis de hacer con ellos: sus altares derribaréis, quebraréis sus estelas, talaréis sus Aseras y quemaréis sus ídolos en el fuego” (Dt. 7:2, 5).

En la buena tierra

Sin embargo, Israel desobedeció este mandamiento de destruir completamente a los idólatras. En lugar de ello, les perdonaron la vida y no los exterminaron. Como resultado de ello, Israel no pudo poseer completamente la buena tierra.

Debido a que Israel les perdonó la vida a los idólatras, hubo guerra en reiteradas ocasiones entre Israel y los habitantes de esas tierras. Estas guerras se describen en el libro de Jueces. Los jueces eran los fuertes, los que tomaban la delantera, aquellos que combatían por Israel en contra de los idólatras. Después del período de los jueces, David, quien fue introducido por Samuel, combatió contra todos los pobladores de aquella tierra y conquistó casi todo ese territorio. Aunque a David no se le permitió edificar el templo, él recibió el diseño del templo de parte de Dios y preparó los materiales así como el terreno del templo en el monte Moriah, donde Abraham había ofrecido a Isaac (1 Cr. 28:11-12, 19; 29:1-2; 21:18-26; 2 Cr. 3:1). Siguiendo el diseño que su padre había recibido de Dios, Salomón, hijo de David, edificó el templo aproximadamente en el año 1000 a. C. Esto fue el apogeo de la nación de Israel.

Salomón era un rey muy sabio, tanto que la reina de Sabá lo visitó a fin de comprobar su sabiduría (2 Cr. 9:1-12). Sin embargo, Salomón no permaneció en una buena condición espiritual por la totalidad de su vida. En su vejez, se dejó llevar por sus muchas esposas paganas para adorar ídolos (1 R. 11:1-8). Él tomó la delantera en apartarse de Dios y degradarse abandonando Su revelación. Casi todos los descendientes de Salomón habrían de continuar en su apostasía.

(Estudio-vida de Jeremías y Lamentaciones, capítulo 9, por Witness Lee)