Autobiografía de una persona que vive en el espíritu, La, por Witness Lee

LA UNCION, EL SELLO Y LAS ARRAS DEL ESPIRITU

Cuando la cruz opera en nosotros, produce resurrección. Por eso, 2 Corintios 1:21-22 dice que Dios nos ungió, nos selló y nos dio en arras el Espíritu como un anticipo. Si hemos de ministrar a Cristo en otros, debemos experimentar a Cristo mediante la obra de la cruz, y la obra de la cruz tiene como fin que Dios nos unja, nos selle y nos dé en arras el Espíritu. El ministerio proviene de esta experiencia. Aunque ya estamos en Cristo y El es nuestra porción, sólo podemos experimentarle mediante la obra de la cruz. Aunque en nosotros ya está la unción, el sello y las arras del Espíritu, necesitamos la operación de la cruz para poder experimentarlos. Si no hemos muerto, será muy difícil responder a la unción y al sello interno, y disfrutar del Espíritu como arras. La obra de la cruz tiene como meta que experimentemos de forma subjetiva la unción y el sello, y que disfrutemos el Espíritu en nosotros como arras; es menester experimentar la obra de la cruz a fin de disfrutar estos tres aspectos.

La unción viene primero, luego el sello, y por último las arras. Dios nos ungió consigo mismo. La unción es como la pintura, que cuanto más se aplica, más satura. Hoy Dios es el pintor divino que pinta en nosotros todos Sus elementos; cuanto más pinta Sus elementos divinos en nosotros, más se forjan estos en nuestro ser. Así que, Dios imparte todos Sus elementos divinos en nosotros por medio de la unción. Cuando éramos incrédulos no teníamos elementos divinos, sino sólo el elemento humano; pero desde el día en que creímos, Dios nos ha estado ungiendo consigo mismo a fin de infundir Sus elementos divinos en nuestras partes internas. Esta unción tiene como objetivo mezclar los elementos divinos en nosotros hasta que lleguemos a ser plenamente uno con El.

La unción imparte los elementos de Dios en nuestro ser, y el sello forma, con ellos, una impresión que expresa la imagen de Dios. Por ejemplo, si estampamos un sello sobre un papel, la figura del sello quedará impresa en el papel. La acción de sellar proporciona una imagen. Del mismo modo, Dios no sólo unge todos Sus elementos en nosotros, sino que también nos sella con Su propia imagen. Cuanto más seamos sellados por Dios, más tendremos Su imagen.

Por último tenemos las arras del Espíritu, las cuales son el anticipo que Dios nos da de Sí mismo como muestra y garantía de que recibiremos el disfrute completo de Dios. Dios mismo se ha depositado en nosotros como anticipo o pago inicial, para que podamos deleitarnos en El interiormente.

Debe impresionarnos el hecho de que Dios nos haya ungido con todos Sus elementos, nos haya sellado imprimiéndonos Su propia imagen, y se haya depositado en nosotros como anticipo o depósito para que le disfrutemos. Debemos aprender a percibir la unción interior, a cooperar con el sello interior, y a disfrutar las arras del Espíritu Santo como el pago inicial, el anticipo, la prenda, la garantía interior que Dios nos da. Esto se obtiene por medio de la operación de la cruz. La cruz debe aniquilarnos, y entonces podremos decir: “Señor, tengo en mí mismo sentencia de muerte. He perdido la esperanza de vivir. Me doy por vencido. He llegado a mi fin”. Cuando hacemos esta declaración, de inmediato experimentamos en nuestro interior la unción, el sello y las arras del Espíritu. Mediante estas tres experiencias del Espíritu que unge —como unción, como sello y como arras—, junto con la obra de la cruz, se produce el ministerio de Cristo. Mediante la obra de la cruz, la unción, el sello y el anticipo o arras internos, llegaremos a experimentar genuinamente a Cristo. Entonces tendremos el ministerio que Su Cuerpo necesita hoy tan urgentemente. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos haga ver cuánto necesitamos que la obra de la cruz nos aniquile y cuánto precisamos experimentar interiormente la unción, el sello y las arras del Espíritu, a fin de que podamos tener un verdadero ministerio que edifique el Cuerpo de Cristo.

(Autobiografía de una persona que vive en el espíritu, La, capítulo 1, por Witness Lee)