PONER EN PRÁCTICA EL HABLAR PALABRAS
QUE OTROS PUEDAN ENTENDER
Esta noche queremos decir que, cuando hablemos la palabra de Dios en las reuniones, debemos aprender una destreza básica, a saber: aprender a coordinar unos con otros. Nuestra reunión es una asamblea, no es la reunión de una sola persona. Por esta razón, debemos aprender a coordinar unos con otros. Al igual que en un juego de fútbol o basquetbol, usted no puede jugar solo, reteniendo la pelota por largo tiempo sin pasarla. Supongamos que usted finalmente le pasa la pelota a otro jugador, y que éste, después de darle las gracias, continúa jugando solo hasta que los demás jugadores se quedan dormidos. A él le gusta tanto jugar solo que no le importa que los demás estén aburridos, suspirando o arrastrando los pies.
Por favor, recuerden que hemos venido a una reunión y en la reunión sólo hay una “pelota”, el Espíritu. La pelota con la cual jugamos es el Espíritu, y nosotros nos movemos conforme a este Espíritu. No se queden mucho tiempo con la pelota en sus manos. Los que saben jugar pasan la pelota tan pronto como la reciben. Después de driblar unas dos o tres veces, hacen una canasta. Tenemos que aprender esto en nuestras reuniones. No se queden driblando la pelota por mucho tiempo. Ningún entrenador querría usar a un jugador así, pues echaría a perder el juego.
Deseo hacerles notar algunos errores que hemos cometido en estos días. A algunos les encanta hablar en las reuniones, y siempre que comparten se desvían del tema. Por supuesto, valoramos mucho que alguien esté dispuesto a ponerse en pie para compartir en las reuniones grandes. Sin embargo, dicha persona debe ser sensible. Cuando usted note que los demás no responden a su compartir, debe detenerse rápidamente y no ser insensato. Por otro lado, están aquellos que no sólo se desvían del tema cuando hablan, sino que además son demasiado repetitivos. A ellos no les importa cansar los oídos de los demás ni les preocupa que otros no los estén escuchando. Hablan con su mismo tono y acento. De cada diez palabras que dicen, los demás sólo entienden tres, y aun así continúan hablando.
Todos ustedes saben que soy de Shantung. Incluso hasta el día de hoy, todavía tengo el acento de Shantung. Alabado sea el Señor, pues después de practicar por cincuenta años, he logrado eliminar casi el cincuenta por ciento de mi acento nativo. En 1933 cuando por primera vez fui a Shanghái, después de la primera semana los hermanos prepararon una conferencia y me pidieron que compartiera la palabra. Para entonces, ya sabía que no podía seguir usando mi manera vieja de hablar con el acento de Shantung. Así que hice lo posible por hablar mandarín. Aunque mi pronunciación era un poco deficiente, me adherí a este principio: tengo que hablar de modo que otros me puedan entender. No debía usar el argot de mi pueblo natal. Les menciono esto no para desanimar a aquellos que no hablan el mandarín a la perfección, sino para decirles que deben hacer lo posible por hablar claramente, y elevar el tono de su voz, de modo que todos puedan escucharlos y entender lo que están diciendo. Debemos preocuparnos por los oyentes. En principio, debemos aprender a coordinar unos con otros.
(Reunirnos para hablar la Palabra de Dios, capítulo 4, por Witness Lee)