III. UNA VIDA DE AMOR (4:16—5:1)
A. La respuesta de la esposa (4:16)
En la sección anterior, vemos la belleza de la nueva creación (vs. 1-5), la determinación profunda de la doncella (v. 6) y su relación en ascensión con Cristo (vs. 7-15). Se describe la satisfacción que halla el rey en la doncella y en su relación con ella.
El versículo 16 dice: “Levántate, Aquilón, y ven, Austro; soplad en mi huerto, despréndanse sus aromas. Venga mi amado a su huerto, y coma de su dulce fruta”. Su respuesta tiene dos aspectos. El Aquilón, el viento del norte, es frío, amargo y penetrante, mientras que Austro, el viento del sur, es cálido, suave y refrescante.
La doncella se da cuenta de que el Rey la considera su huerto, y ella está consciente de los muchos frutos y de la abundante gracia que ha recibido del Espíritu Santo. Ella no pide paz en sus circunstancias, sino que está preparada para emanar la fragancia de Cristo en cualquier circunstancia en que se encuentre. Ha llegado al punto de darse cuenta de que todos sus problemas son internos y no externos. Si hay una fragancia por dentro, las circunstancias externas, ya sean los vientos del norte o los del sur, solamente harán que se manifieste el olor de la fragancia. Ella no vive regida por sus circunstancias. Puede ahora afrontar cualquier circunstancia. Ella sabe que mientras esté llena de la gracia del Espíritu Santo, puede vivir felizmente en cualquier medio ambiente. Puede decir como Pablo: “Sé estar humillado, y sé tener abundancia” (Fil. 4:12). “Será magnificado Cristo en mi cuerpo, o por vida o por muerte” (Fil. 1:20). La invocación que ella hace es una indicación de su sumisión y su fe. Los vientos del norte y del sur son dos circunstancias diferentes que el Espíritu Santo usa para entrenar a los creyentes. Ella se ha sometido al entrenamiento del Espíritu Santo. Aunque los vientos del sur son placenteros y los del norte son hostiles, una persona que vive en el cielo no siente la diferencia, pues sabe que sus circunstancias le ayudan a manifestar la gracia del Espíritu Santo (todas las circunstancias son controladas por el Espíritu Santo). La doncella con un solo propósito acude al Espíritu Santo para que éste la perfeccione por medio de las circunstancias.
Aparte de lo que ella le expresa al Espíritu Santo, no habla tanto como lo hacía anteriormente. Con tantas hierbas y especias aromáticas plantadas ya, ella ahora permite que el Espíritu Santo sople sobre ellas. “Ya que mi Señor me ha plantado como Su huerto y me ha dado la gracia de producir los frutos, debo permitirle que venga al huerto a disfrutar de los frutos producidos”. La doncella primero dice “mi huerto” y luego “su huerto”. Mi huerto es ahora Su huerto. Todo es de El y los frutos son producidos para El. El fruto del Espíritu no tiene como fin adornar a los creyentes ni darles motivo de jactancia. Aunque crece en ellos, lo hace para el deleite del Señor y la gloria de Dios. Una vez más, ella le devuelve incondicionalmente al Señor la obra realizada por El sobre la tierra.
B. La respuesta del Señor (5:1)
El versículo 5:1 dice: “Yo vine a mi huerto, oh hermana, esposa mía; he recogido mi mirra y mis aromas; he comido mi panal y mi miel, mi vino y mi leche he bebido. Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados”. Aunque el huerto pertenece al Señor, este versículo nos muestra que El no entra en Su huerto continuamente, sino que viene sólo cuando es invitado. Debemos recordar que aunque pertenecemos al Señor después de consagrarle nuestras vidas, sólo por una consagración constante hacemos que el Señor venga a nuestro huerto. Por lo tanto, no debemos estar satisfechos con el simple hecho de que le pertenecemos al Señor. Tenemos que repetirnos esto a nosotros mismos y repetírselo al Señor, pues si no lo declaramos expresamente, El no vendrá a Su huerto.
El Señor acepta toda consagración. Tan pronto como la doncella hace una invitación, el Señor responde. Si no me equivoco, ésta es quizá la oración que recibirá la más pronta respuesta. El Señor sabe que todo es Suyo. La palabra “mi” aparece por lo menos nueve veces. “Mi huerto, mi hermana, mi esposa, mi mirra, mis aromas, mi panal, mi miel, mi vino y mi leche”. El recibe todo excepto la paga de una ramera y el precio de un perro (Dt. 23:18). Todo esto significa un disfrute pleno.
En dicho momento el Señor ocupa Su lugar, el lugar que El no había ocupado en la primera sección. Ahora El verdaderamente ha obtenido algo y ve el fruto de Su labor.
Notemos que la consagración y la aceptación que se mencionan en este versículo difieren de la consagración y la aceptación ordinaria. Anteriormente, la consagración era la ofrenda de nosotros mismos al Señor y para que El hiciera algo en nosotros, pero la consagración de este versículo viene después de que el Señor hace Su obra. No tiene como fin tomar algo de Su mano. La doncella ya está colmada de la obra del Señor, y por ende el gozo, el fruto y la gloria deben devolvérsele al Señor. Por consiguiente, ésta es una consagración de la fragancia del fruto. Lo mismo se aplica a la aceptación. Anteriormente, la aceptación hacia el Señor tenía el propósito de conseguir algún terreno para sembrar. Ahora la aceptación no tiene el fin de sembrar nada, porque “todas las principales especias” ya están en el huerto. Ahora el fin de la aceptación es obtener el disfrute pleno. Antes éramos un terreno árido en el que no se podía sembrar nada. Nos consagramos a El en aquel día y le permitimos que obrara en nosotros y nos hiciera un huerto perfecto. Ahora ¿a quién pertenece el huerto? Muchos creyentes experimentados descubren que la consagración posterior es más difícil que la consagración inicial. Sin embargo, aquélla es mas gloriosa que ésta. Solamente la consagración posterior dará al Señor el fruto de Su labor.
“Comed, amigos; bebed en abundancia, oh amados”. ¿Quiénes son los amigos y los amados a los cuales se hace referencia aquí? Como Salvador y Señor, el Señor disfruta ahora todo lo que hay en el huerto. En consecuencia, los amigos y los amados deben de referirse al Dios Triuno, quien participa de este disfrute. (Si se refiriera a los pecadores, no diría “amados”, y si se refiriera a los creyentes, ellos no podrían ser los que se consagran sino los compañeros de aquel a quien se consagran. En este pasaje el Señor merece todo el disfrute; los creyentes no participan de esto.)
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Cantar de los cantares, El, capítulo 4, por Watchman Nee)