EL MINISTRO DE LA PALABRA
EN LOS EVANGELIOS:
EL SEÑOR JESUS
El Señor Jesús era el Verbo de Dios hecho hombre. Todo lo que hizo y dijo constituye parte de la Palabra de Dios. Su servicio consistía en ministrar la Palabra de Dios. En El, Dios expresaba Su palabra de manera totalmente diferente a como lo había hecho en el Antiguo Testamento, donde lo único que se usaba era la voz de los profetas. Inclusive, Juan el Bautista, el último profeta, era una voz que clamaba en el desierto, un portavoz de Dios. Por el contrario, el Señor Jesús era el Verbo mismo hecho carne, la corporificación del Verbo; era la Palabra hecha hombre. El era un hombre, pero al mismo tiempo era la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento, aunque la Palabra de Dios venía al hombre, ella y éste no se relacionaban entre sí. El hombre simplemente era usado como un portavoz divino. Aunque hay una pequeña variante en el caso de Moisés y David, ellos también fueron portavoces que Dios usó para trasmitir Su palabra durante la era del Antiguo Testamento. Cuando el Señor Jesús vino, la palabra de Dios ya no llegó al hombre como antes, sino que se vistió de hombre. Aunque El tenía sentimientos, pensamientos y opiniones humanas, era la Palabra de Dios.
La pureza de la Palabra de Dios sólo se puede preservar si no es contaminada por los sentimientos, pensamientos y opiniones del hombre. Por eso, cuando éstos se añadían a la Palabra de Dios, la dañaban, y dejaba de ser palabra de Dios, la cual es perfecta, pura y verdadera. Cuando Dios emitió Su palabra por medio de Balaam, ésta se convirtió en una profecía; pero cuando Balaam le agregaba sus propios sentimientos y opiniones, ésta dejaba de ser la Palabra de Dios. Sin embargo, en el caso del Señor Jesús, la Palabra no sólo era transmitida por medio de la voz del hombre, sino también por medio de sus pensamientos, sentimientos y opiniones. Estos elementos humanos llegaron a ser los de Dios. Este es el ministerio de la palabra que Dios comunicaba en el Señor Jesús, quien la ministró bajo un principio totalmente diferente al de los ministros del Antiguo Testamento. A pesar de que a algunos de ellos Dios los usó bajo el principio del Nuevo Testamento, en general, le sirvieron como portavoces. El Señor Jesús era el Verbo de Dios hecho carne. Podemos decir que el sentir, los pensamientos y las opiniones del Señor Jesús eran los de la Palabra de Dios. Dios no quiere que Su palabra permanezca sola. El quiere que se haga carne, que tome la semejanza humana, que tenga personalidad, sentimientos, pensamientos y opiniones. Este es el gran misterio del Nuevo Testamento, y de este modo el Señor Jesús fue ministro de la palabra.
La Palabra de Dios, en la persona del Señor Jesús, dejó de ser algo absoluto y objetivo, y se volvió práctica y subjetiva. Pese a que esta palabra tiene sentimientos, pensamientos y opiniones humanas, sigue siendo la Palabra de Dios. Aquí descubrimos un gran principio bíblico: los sentimientos del hombre no pueden afectar ni contaminar la Palabra de Dios. Sin embargo, aunque los sentimientos humanos no dañan la Palabra de Dios, es necesario que éstos alcancen la norma divina. ¡Esto es muy profundo! Descubrimos, entonces, un principio muy importante: el elemento humano no debe obstruir la Palabra de Dios. Cuando el Verbo se hizo carne, el pensamiento de aquella carne era el pensamiento de Dios. Originalmente, el pensamiento de la carne era el pensamiento del hombre, pero en la era del Nuevo Testamento, el Verbo se hizo carne, lo cual significa que el pensamiento del hombre se volvió el pensamiento de Dios. En el Señor Jesús encontramos un sentir humano compatible con la norma de Dios y que no contamina la Palabra de Dios, sino que la complementa. El elemento humano del Señor Jesús satisfizo los requisitos de la Palabra de Dios. Podemos ver que en el Señor Jesús la Palabra de Dios alcanza un nivel más elevado que el del Antiguo Testamento. El Señor dice en Mateo 5:21: “Oísteis que fue dicho a los antiguos...”, refiriéndose a la palabra que Jehová le dio a Moisés, es decir, a la inspiración directa que Moisés recibió de parte de Dios. “Pero Yo os digo...” (v. 22). El Señor Jesús habla por Sí mismo y manifiesta lo que piensa y siente, sin que ello desplace la soberanía de Dios. Esta manera de hablar no contradice la Palabra de Dios, sino que la complementa y alcanza un nivel que no tuvo en el Antiguo Testamento.
Veamos las características del Señor Jesús como ministro de la Palabra de Dios. En El se complementa la Palabra de Dios. Este hombre sin pecado no era solamente una voz, sino una persona con sentimientos y pensamientos. La Palabra de Dios dejó de ser una simple revelación y llegó a ser el mismo Señor Jesús, y ya no se difundía solamente por medio de la voz humana, sino que se hizo hombre, se personificó, se unió a la palabra del hombre y llegó a ser así el Verbo de Dios. ¡Este es un hecho glorioso! ¡Cuando Jesús de Nazaret hablaba, Dios hablaba! He aquí un hombre cuyas palabras nadie podía igualar. No ha habido nadie que haya hablado como Jesús de Nazaret. El era una persona absolutamente sin pecado, el Santo de Dios y completamente de Dios. Puesto que la Palabra de Dios estaba en Jesús, El era la corporificación de ella. La Palabra de Dios estaba en El, y El era la Palabra de Dios, así que cuando hablaba, era Dios quien hablaba. El era un ministro de la palabra en quien la palabra de Dios era totalmente personal, porque El mismo era la Palabra de Dios.
En el Antiguo Testamento los profetas hablaban por Dios, pero en los evangelios, el Señor Jesús era el Verbo de Dios. En el tiempo de los profetas, cuando éstos hablaban, se podía declarar: “He aquí la Palabra de Dios”; pero en el caso del Señor Jesús, podemos dirigirnos a Su misma persona y declarar: “Este hombre es el Verbo de Dios”. Lo que El sentía, lo que pensaba, lo que decía, e incluso Su silencio, era la Palabra de Dios. El ministro de la Palabra de Dios avanzó de la etapa de la revelación a la de la encarnación. Los profetas tenían la revelación, pero el Señor Jesús era la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento, la palabra y la persona que la anunciaba eran dos entidades separadas. El hombre sólo era el medio que canalizaba la palabra, pero en el Señor Jesús, el Verbo se hizo carne. Un hombre llegó a ser la Palabra de Dios; así que cuando El hablaba, Dios hablaba. El no necesitaba ninguna revelación, ni que la Palabra de Dios viniera a El de manera externa, a fin de comunicar la palabra divina, porque Sus propias palabras eran las palabras de Dios. Dios hablaba cuando El hablaba, Su sentir era lo que Dios sentía, y Su opinión era la opinión de Dios. En este hombre, la Palabra de Dios no era afectada ni limitada por el elemento humano. Cuando este hombre hablaba, emitía con pureza la palabra de Dios. Aunque El era un hombre, la Palabra de Dios no se opacaba al pasar por El, sino que era expresada en plenitud. Este fue el ministerio de Jesús de Nazaret.
(
Ministerio de la Palabra de Dios, El, capítulo 1, por Watchman Nee)