LAS PALABRAS DEBEN SER SIMPLES
Y AL MISMO TIEMPO ELEVADAS
Todo ministro debe conocer, por medio de las Escrituras, el carácter de la Palabra de Dios. De esta manera, Dios lo puede usar en cualquier circunstancia. La Palabra de Dios tiene dos características: es simple y es elevada. Con ella, el ciego no se pierde ni el cojo tropieza. La Biblia es clara y sencilla; aun sus parábolas fueron escritas para que el hombre las entendiera; no son acertijos, como algunos pueden pensar. Por eso, el ministro de la Palabra de Dios debe aprender a hablar con sencillez. Debemos desarrollar el hábito de expresarnos clara y sencillamente, de manera que los oyentes entiendan nuestras palabras. Si la audiencia no entiende lo que expresamos, debemos cambiar nuestra tónica. Recordemos que la Palabra de Dios se presenta para que el hombre la entienda, no para confundirlo. La única excepción la encontramos en Mateo 13 cuando el Señor tuvo que esconder la Palabra de los judíos que lo rechazaban.
El ministro de la Palabra debe ser adiestrado para adquirir la habilidad de expresarse. Es posible que aprendamos algo en cinco minutos, pero tal vez necesitemos cinco horas para reflexionar sobre ello. Cuando lo expresamos, debemos preguntar a la audiencia si comprende nuestro mensaje, a fin de que, si es necesario, lo expongamos desde diferentes perspectivas. Necesitamos hablar de manera que los oyentes entiendan instantáneamente. No debemos dejar pasar media hora para luego descubrir que nuestros oyentes sólo entendieron cinco minutos de nuestro discurso. Es preferible hablar sólo por cinco minutos y asegurarnos de que los demás entendieron, para no desperdiciar veinticinco minutos. Debemos desarrollar el hábito de expresarnos claramente y no ceder a la tentación de usar palabras rebuscadas, o de hablar más de lo necesario. Nuestras palabras siempre deben ser fáciles de entender. Debemos orar para que Dios nos conceda palabras claras, aun cuando expresemos nuestros pensamientos por medio de parábolas. La Palabra de Dios se caracteriza por ser clara; así que, si el carácter de nuestras palabras difiere del de las de Dios, nuestro mensaje no será efectivo. Los santos que tienen dificultad para predicar deben olvidarse de sí mismos, estar dispuestos a pasar vergüenza y buscar el consejo de otros hermanos y hermanas de más madurez. Deben hablar en frente de ellos, por lo menos cinco minutos, y estar dispuestos a ser corregidos. Puesto que nuestra misión es hablar de parte de Dios, necesitamos aprender a expresarnos adecuadamente. No debemos hablar enigmáticamente; cada palabra debe ser emitida de una manera clara y sencilla. El mensaje debe ser fácil de entender. Dios no desea que Su Palabra se convierta en un enigma, como ciertas parábolas del Antiguo Testamento. El no desea que uno dedique mucho tiempo tratando de descifrar Su Palabra. Así que, debemos perfeccionar nuestra predicación y esforzarnos por dar claridad y sencillez a nuestro mensaje.
La Palabra de Dios es clara, elevada y profunda. Lo que Dios expresa no es superficial ni trivial, sino que está lleno del espíritu. El no habla para agradar al oído. El ministro de la Palabra debe martillar con fuerza la Palabra de Dios, pues de lo contrario no tocará la esencia de la misma. Recordemos que con nuestras palabras transmitimos a Jehová de los ejércitos. Si nuestras palabras son huecas, no importa cuánto nos esforcemos, no podremos transmitir a Dios. Por ello, es indispensable que el mensaje mantenga cierta altura y cierta profundidad. Si cambiamos el carácter del mensaje de Dios, no podemos tocar Su palabra. Hay hermanos que citan las Escrituras de una manera tan pobre que es difícil creer que la Palabra de Dios pueda ser transmitida por medio de ellos. Otros son tan infantiles cuando exhortan, que uno se pregunta cómo puede brotar de ellos la Palabra de Dios. Debemos procurar que nuestro mensaje sea elevado, y no permitir que se debilite. Cuando lo que expresamos es superfluo, Dios no puede manifestarse, y cuando nuestras palabras son demasiado pobres, la Palabra de Dios mengua o desaparece por completo. Si nuestra exhortación es elevada, afectará a los oyentes, pero a medida que se debilite, se debilitará también la respuesta, lo cual es bastante extraño. A una niña de dos o tres años que apenas entiende algunas palabras le podemos decir: “Si te portas bien, te compraré un dulce esta noche, y el Señor Jesús te amará”. Está bien decirle esto a un niño; pero si desde la plataforma le decimos a la audiencia: “Esta noche, a todos les daré un dulce si me escuchan atentamente. Si ponen atención, el Señor Jesús los amará”. ¿Creen ustedes que esta clase de exhortación causará algún efecto en la audiencia? Esta exhortación es superficial e infantil. Una vez que el mensaje pierde calidad, la expresión divina desaparece. Dios desea que Sus siervos siempre permanezcan en un nivel elevado. Cuanto más alto escalemos, más recibirá la audiencia nuestras palabras.
El deber del ministro de la Palabra es mantener su mensaje en un nivel elevado. Cuanto más elevado sea, más divino será; sólo si es elevado hablaremos de parte de Dios. Si nuestra meta no es elevada, tampoco lo serán nuestras enseñanzas y exhortaciones. La Palabra de Dios no puede fluir cuando el mensaje es superficial. Dios no tolera pensamientos, palabras, exhortaciones, parábolas o expresiones ordinarias. Por consiguiente, las palabras que emitamos deben ser elevadas y, a la vez, claras y sencillas. Esta es la manera en que la Palabra de Dios fluye libremente. A veces, aunque nos sentimos presionados por tener la luz, el mensaje y la carga espiritual, no podemos expresarnos de manera clara, ni aun practicando. Pero si no practicamos, ¿cómo podremos lograrlo? Debemos aprender a expresarnos de manera simple y clara, y hacer de ello un hábito. Nuestra aspiración debe ser elevar nuestro mensaje, sin permitir que baje de nivel, ya que cuando esto sucede, la Palabra de Dios no fluye. Este es un punto muy importante.
(
Ministerio de la Palabra de Dios, El, capítulo 17, por Watchman Nee)