LOS MINISTROS DE LA PALABRA
EN EL ANTIGUO TESTAMENTO:
LOS PROFETAS
En el Antiguo Testamento Dios escogió muchos profetas para que anunciaran Su Palabra. Estos hablaban de las visiones que recibían o cuando la Palabra de Dios venía a ellos, como en el caso del profeta Balaam, cuya profecía es una de las más importantes del Antiguo Testamento (Nm. 23—24). Balaam profetizaba cuando el Espíritu de Dios venía sobre él, es decir, proclamaba lo que el Espíritu le indicaba, sin que sus emociones o pensamientos personales intervinieran. La revelación y la facilidad de expresión que mostraba no tenían nada que ver consigo mismo; simplemente decía lo que Dios le indicaba, sin añadirle nada a la Palabra de Dios. Su función era la de un portavoz. Este es un ejemplo típico de un ministro de la palabra en el Antiguo Testamento. Cuando estos ministros estaban bajo el poder del Espíritu Santo que los constreñía y limitaba, eran usados como portavoces que expresaban la Palabra de Dios. El Espíritu Santo proporcionaba las palabras, y Dios daba la facilidad de expresión. El elemento humano era suprimido totalmente a fin de evitar cualquier confusión. Nada del hombre se añadía a la expresión divina; su papel era simplemente el de ser un portavoz.
En el Antiguo Testamento también vemos que hombres como Moisés, David, Isaías y Jeremías fueron usados por Dios para hablar por El. Sin embargo, ellos superaban a Balaam y otros profetas, en que fueron más que simples voceros de la Palabra de Dios. Aunque la mayor parte de los escritos de Moisés constan de palabras e instrucciones que recibió de Dios, cuando hablaba seguía el mismo principio que gobernaba a Balaam; lo mismo sucedía con Isaías, cuyos escritos se basan en las visiones que tuvo. Todos ellos eran portavoces de Dios; sin embargo, la experiencia de cada uno era diferente. Cuando Balaam hablaba para su propio beneficio, lo que decía expresaba su propio sentir. Hablar de esta manera era incorrecto, lleno de tinieblas y de pecado, y Dios censuró tales palabras. Moisés era diferente. Aunque la mayor parte de lo que comunicaba lo hacía por mandato divino, cuando expresaba su parecer, sus palabras eran confirmadas y reconocidas por Dios como Su propia palabra. Esto indica que Moisés era más que un vocero de Dios. Lo mismo se puede decir de Isaías. Casi todas sus profecías provinieron de las visiones que recibió directamente del Señor. Sin embargo, podemos ver en su libro que en muchas ocasiones expresa su propio pensamiento. David y Jeremías, por su parte, expresaban sus propios sentimientos más que Moisés e Isaías. Ellos era semejantes a los ministros del Nuevo Testamento, aunque en general, también hablaban cuando la Palabra de Dios venía a ellos.
(
Ministerio de la Palabra de Dios, El, capítulo 1, por Watchman Nee)