UNA MENTE SUJETA AL ESPIRITU
Cuando damos un mensaje debemos prestar atención a nuestra mente, la cual ocupa un lugar prominente en nuestro servicio como ministros de la Palabra, pues decide qué ha de decirse al principio de un mensaje y qué debe dejarse para el final. Si nuestra mente es versátil, sabremos cómo empezar un mensaje y cómo concluirlo, y lo que expresemos será oportuno, pues el espíritu brotará mientras hablamos. Pero si nuestra mente es voluble, no sabremos qué decir ni qué evitar, y el espíritu no podrá hallar salida. El ministro debe proteger su mente de cualquier daño, y cuidarla como un pianista cuida y protege sus manos. Si descuidamos la mente, no podremos ser verdaderos ministros de la Palabra. Debemos permitir que el Señor dirija nuestra mente, y no debemos permitir que ella se desenfrene, ni gire en torno a cosas ilógicas, vanas o triviales. Si el Espíritu no puede utilizar nuestra mente cuando la necesita, no podremos servir como ministros de la Palabra.
Esto no significa que la mente sea la fuente de nuestro mensaje. Si las actividades del ministro se basan en su mente, él debe desaprobarlas y eliminarlas. La idea de que el estudio de las Escrituras hace a una persona apta para enseñar la Palabra de Dios es abominable. Todo pensamiento que no provenga del espíritu debe eliminarse. Debemos rechazar todo mensaje que proceda de la mente, aunque no debemos anular sus funciones. Todos los libros del Nuevo Testamento se escribieron con una rica expresión del pensamiento humano. Por ejemplo, las epístolas de Pablo están llenas de pensamientos profundos y elevados, como se ve en Romanos. Esta epístola no tuvo su origen en la mente, sino en el espíritu; las ideas fluyen junto con el espíritu. La fuente debe ser el espíritu, no la mente. Debemos prestar especial atención a la mente para que esté disponible cuando Dios la necesite.
No debemos censurar la mente con demasiada premura. Si bien es cierto que no debemos usar la mente como fuente de nuestro mensaje, debemos predicar el evangelio por el espíritu con la ayuda de la mente. Cuanto más espiritual es un mensaje, más prominentes deben ser los pensamientos que están detrás de él. Todo mensaje espiritual está lleno de pensamientos. Cuando el espíritu es expresado, necesita el respaldo de pensamientos fecundos y exactos. Así que debemos dar a los pensamientos el lugar que merecen. En nuestra predicación, la mente decide el orden y la manera en que las palabras deben ser expresadas. Debemos hablar según la mente nos dicte. Nuestro espíritu no controla directamente lo que expresamos; si así fuera, solamente hablaríamos en lenguas. El espíritu usa nuestros pensamientos y nuestro entendimiento. En esto consiste el ministerio de la Palabra. Nuestra comprensión debe estar a disposición del espíritu, pues de lo contrario, se bloqueará por no haber quien medie entre él y la Palabra. El puente apropiado entre el espíritu y la Palabra es la mente. Por eso tenemos que proteger nuestra mente y permitir que sea renovada de día en día; no debemos mantenerla en la pobreza. La mente de algunas personas se debilita a tal grado que el Espíritu no la puede usar. Al estar en contacto con el ministerio de la Palabra comprendemos la profundidad de la consagración, la cual pocos comprenden. La consagración consiste en disponer todo nuestro ser para Dios, por lo cual es necesario que nuestra mente se sujete a El. Todos los días debemos cuidar nuestra mente; debemos protegerla para que no se debilite, ya que si está débil constantemente, no podremos utilizarla cuando la necesitemos. Debemos mantenerla ocupada a fin de que no sea un obstáculo al espíritu y pueda usar las Escrituras. Dios debe tener libre acceso a nuestra mente a fin de dirigirla conforme a Su voluntad. Por Su misericordia, podremos recordar lo que debemos decir, y lo que debemos mencionar al principio vendrá a nuestra mente primero, y lo que debemos mencionar al final, vendrá al final. La mente controla las palabras, y el espíritu controla la mente. Si nuestro espíritu puede dirigir nuestra mente, todo marchará bien, no importa si mencionamos algo primero, o después; si hablamos más, o si hablamos menos. Cuando la mente funciona debidamente, el mensaje se puede comunicar sin problemas, independientemente de la secuencia que siga.
(Ministerio de la Palabra de Dios, El, capítulo 17, por Watchman Nee)