LA ADORACIÓN EN EL NUEVO TESTAMENTO
La adoración en el Antiguo Testamento
dependía de un lugar físico
Cuando el Señor Jesús estuvo en la tierra, un día Él quiso ir de Jerusalén a Galilea. Juan 4:4 dice que “le era necesario pasar por Samaria”. He estudiado el mapa y he visto que bajo ningún punto de vista era necesario que el Señor pasara por Samaria. Había muchos caminos para ir de Jerusalén a Galilea. Pero el Señor dijo que “le era necesario”. La razón era que Él sentía la carga de visitar a aquella mujer que, aunque era detestable e inmoral, había sido escogida por Dios y vivía en Samaria. Ella ya había tenido cinco maridos. En este pasaje vemos la sabiduría del Señor. Él vino a visitarla de una manera diferente a como había visitado a Zaqueo en Jericó. Él se quedó allí en la casa de Zaqueo y lo salvó. Pero en este caso el Señor Jesús no hizo lo mismo, sino que, más bien, vino después del mediodía y esperó a la mujer junto al pozo donde ella vendría a sacar agua. Éste era el lugar más apropiado, pues Él podía hablar con la mujer a plena luz del día. En esto vemos la sabiduría tan completa que poseía nuestro Señor Jesús.
Cuando era como la hora sexta, la mujer samaritana vino a sacar agua. El Señor le dijo: “Dame de beber” (Jn. 4:7), y la mujer samaritana le respondió, diciendo: “¿Cómo Tú, siendo judío, me pides a mí de beber...?” (v. 9). Después de que el Señor le respondió su pregunta, ella le hizo más preguntas. Durante la conversación, la mujer se dio cuenta de que el Señor Jesús era diferente, que Él tenía el agua viva. Por esto, ella empezó a pedirle al Señor: “Señor, dame esa agua, para que no tenga yo sed” (v. 15). Si nosotros le hubiésemos respondido a esta mujer, le habríamos dicho: “Confiesa tus pecados y entonces podrás beber del agua viva”. Pero el Señor Jesús no era insensato como nosotros; Él le respondió de una manera muy sabia, y le dijo: “Ve, llama a tu marido, y ven acá” (v. 16).
El Señor quería que ella fuera a llamar a su marido antes de darle el agua viva. La mujer se puso muy temerosa cuando le preguntaron sobre este asunto, entonces, enseguida dijo: “No tengo marido” (v. 17). Esto es mentir diciendo la verdad. El Señor Jesús no desmintió sus palabras, sino que únicamente le dijo: “Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad” (vs. 17-18). La mujer no confesó sus pecados, sino que el Señor Jesús le dijo detalladamente todos sus pecados. La mujer se sorprendió mucho con eso, y ya que ella también era muy lista, de inmediato cambió el tema de beber del agua viva a la adoración religiosa. Ella dijo: “Señor, me parece que Tú eres profeta. Nuestros padres adoraron en este monte, mas vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (vs. 19-20). Ella fue muy inteligente, pues dejó a un lado el tema de los cinco maridos y empezó a hablar sobre la adoración a Dios, es decir, pasó de ser una pecadora a una religiosa. Esto muestra que muchos fervientes adoradores de Dios son también pecadores, que secretamente hacen maldad. El Señor Jesús entonces abrió el corazón de ella y le dijo: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre” (v. 21). El Señor quería mostrarle que la era había cambiado. El Antiguo Testamento había terminado, y había llegado el Nuevo Testamento.
La adoración en el Nuevo Testamento
depende del espíritu humano
El Señor Jesús continuó hablando y le dijo: “Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (v. 23). La adoración en el Antiguo Testamento dependía de un lugar físico, pero la adoración en el Nuevo Testamento no depende de nada físico. Tampoco depende de un lugar, sino que depende del espíritu humano.
Si adoramos a Dios únicamente dependiendo de un lugar, todavía existe la posibilidad de cometer pecados. Pero si adoramos a Dios conforme a nuestro espíritu, no podemos pecar. Esto se debe a que la parte principal del espíritu es la conciencia, y la conciencia no nos permitirá pecar. Por ejemplo, un ladrón puede haber robado del banco la noche anterior, y sin embargo, puede asistir el domingo a los servicios de la iglesia en la mañana. Esto se debe a que en su concepto es un lugar físico; él está adorando a Dios en una capilla. Sin embargo, si se vuelve a su espíritu para adorar a Dios, no podrá volver a robar el banco, pues su conciencia no se lo permitirá. Ésta es otra razón por la cual tenemos que dejar atrás la vieja manera y cambiar a la nueva. Esto no es simplemente una cuestión de método, sino de la naturaleza interna.
En el Antiguo Testamento las personas adoraban a Dios en un lugar determinado. Mientras estuvieran en el lugar correcto, podían adorar. Pero en el Nuevo Testamento lo que importa no es el lugar sino el espíritu humano. El espíritu es la parte verdadera de una persona, su parte central. Este órgano no debe tener problemas. Además, nuestro espíritu está dentro de nuestro corazón. Si nuestro espíritu está bien, nuestro corazón también estará bien. Hoy en día, en la nueva manera, nuestra predicación del evangelio, nuestras reuniones en los hogares y en los grupos pequeños, e incluso nuestro profetizar en las reuniones de distrito no son cambios relacionados con métodos externos. En lugar de ello, la necesidad de cambios externos surge a raíz del cambio que ha ocurrido en la naturaleza interna. Si nuestras reuniones y nuestra predicación del evangelio se caracterizan por el hablar de un hombre mientras que los demás escuchan, no seremos personas según la economía neotestamentaria de Dios, y no todos los santos podrán ser sacerdotes del evangelio. Si no dejamos atrás la vieja manera y empezamos a practicar la nueva, nuestras reuniones y nuestro servicio serán enteramente externos. No estarán en el espíritu, y todo dependerá de métodos; nada estará en la realidad. Por lo tanto, todo lo relacionado con la nueva manera no tiene que ver con un lugar, una forma, un método o un procedimiento determinado, sino que depende de la realidad que está en el espíritu.
(
Sacerdotes neotestamentarios del evangelio, Los, capítulo 4, por Witness Lee)